Condesa de Barcelona por su matrimonio con don Juan, y princesa de las Dos Sicilias por su padre, doña María de las Mercedes de Borbón y Orléans vivió una vida difícil, pero demostró siempre una gran entereza. Fue una madre entregada y una esposa con la capacidad de sacar fuerzas de flaqueza y no encogerse ante la adversidad. Hoy todavía se la conoce poco. Siempre estuvo un paso atrás de hombres relevantes como don Juan y don Juan Carlos. La familia, mantenerla unida, fue lo más importante para ella.
Su padre fue el infante don Carlos de Borbón-Dos Sicilias, Príncipe de las Dos Sicilias, y su madre, su segunda esposa, la Princesa Luisa de Orléans, educada en Inglaterra en el exilio. María de las Mercedes era la tercera de seis hermanos: Alfonso, Isabel, Dolores, Carlos y Esperanza. Entre sus íntimos la conocían como María. Era prima de don Juan, su marido. Nació en Madrid la víspera de Nochebuena en 1910 y se educó en Sevilla. Era una gran aficionada a los toros. Le gustaba profundamente Andalucía. Cuando llegó la República, su familia se exilió en Francia.
Doña María de las Mercedes y Don Juan se casaron en el exilio, en 1935. Don Juan no estaba destinado a ser el heredero de la corona española, pero sus dos hermanos mayores tuvieron que renunciar al trono: el mayor, Alfonso, en 1933, porque escogió casarse con una mujer que no era de la realeza, la cubana Edelmira Sampedro, condesa de Covadonga; el segundo, Jaime, era sordo, y fue su padre quien le pidió que renunciara sus derechos dinásticos. Sus hermanas mayores, Beatriz y María Cristina, no podían ser herederas, porque lo impedía la ley sálica, que favorecía al varón sobre la mujer a la hora de heredar los títulos. Así que don Juan se convirtió en Príncipe de Asturias con apenas un mes de diferencia.
Dos años después, el 12 de octubre de 1935, don Juan y doña María de las Mercedes se casaban en Roma, donde estaba exiliada la familia real, en la basílica de Santa María de los Ángeles y los Mártires, ante 400 invitados. Los novios, según contó en su momento el diario ABC, se conocieron en Roma, unos meses antes, en la boda de la infanta Beatriz con el noble italiano Alejandro Torlonia. Bailaron, conversaron, dieron paseos. Parece que don Juan quedó cautivado por los ojos azules de doña María de las Mercedes, que destacaba por un carácter apacible, pero un gran temple interior. Cuando se despidieron, don Juan le pidió permiso para escribirle. Se vieron una vez más en París y empezaron los preparativos de la boda. El noviazgo fue breve.
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El día de la ceremonia, la novia lució un vestido de lamé en plata de la “maison” Worth. El diseño era de corte medieval, con mangas anchas, cuello chimenea y cuerpo al biés que terminaba en una cintura entallada. No llevó tiara, solo unas sencillas flores de azahar en forma de diadema sujetando el velo de gasa, traídas de España, como los claveles blancos que adornaban la Iglesia. Como ramo, unos gladiolos, que una de las invitadas compró en el último momento, cuando su hermana Esperanza de Borbón y Orléans, se dio cuanta de que nadie se había ocupado de las flores.
Las únicas joyas de la novia: unos pendientes de perlas y el anillo de pedida que le había entregado Don Juan confeccionado con un rubí. Sin embargo, a partir de entonces, el joyero de María de las Mercedes se convirtió en uno de los más importantes de Europa: don Alfonso XIII le había entregado las de su madre, la reina María Cristina de Borbón y de su tía, la infanta Isabel, “la Chata”. La reina Victoria Eugenia no acudió, para no coincidir con el rey Alfonso XIII, ya que estaban separados desde los primeros días del exilio. Tampoco acudió el hermano mayor de don Juan, Alfonso, afincado en Miami.
Después de la ceremonia, los nuevos se desplazaron al Vaticano, para que el papa Pio XI les bendijera, y después a la celebración el Gran Hotel de Roma. Durante su luna de miel, dieron la vuelta al mundo. Luego se instalaron en Cannes, donde nació su primera hija, la infanta Pilar, nueve meses después del enlace. Y en 1941, cuando ya habían nacido todos sus hijos, se afincaron en Lausana, Suiza, junto la reina Victoria Eugenia.
Doña María de las Mercedes, destacó siempre por su sencillez y su sobriedad. No le, los trajes de alta costura, ni las piezas de joyería importantes, ni los protocolos demasiado encorsetados. La situación económica de los Barcelona nunca fue buena y además tenían un objetivo por encima de todo: restaurar la monarquía en España. En 1946, la familia fija su residencia en Estoril, donde doña María se sintió acompañada por otras familias reales en el exilio: los Saboya, los Orléans o los Braganza.
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Los acontecimientos de su vida pusieron a prueba su fortaleza como esposa y como madre. A menudo sola, nunca se quejó, ni contradijo lo que estaba establecido. Su hija pequeña, Margarita, había nacido ciega, pero la mayor tragedia de su vida estaba por llegar: la muerte de un disparo accidental de su hijo menor, Alfonso. Don Juan Carlos y y él estaban jugando con una pistola y al rey emérito se le disparó por accidente. Doña María no se recuperó. Estuvo internada en clínicas de Suiza y Alemania, durante largas temporadas, sin resultado.
La madre del Rey emérito, regresó a España en 1978 y se instaló en Puerta de Hierro, en Madrid, en una casa llamada, como la que tenía la familia en Portugal, Villa Giralda. Allí vivió unos años felices acompañada de sus hijos, sus nietos y sus sobrinos, aunque en sus años de vejez necesitó una silla de ruedas como consecuencia de una caída y de una cirugía posterior que no salió bien.
Murió el 2 de enero de 2000, en La Mareta, la residencia de Lanzarote, regalo del rey Hussein de Jordania a don Juan Carlos, por un paro cardiaco. Allí se había reunido toda la familia, que habitualmente pasaba esos días esquiando en Baqueira Beret. Doña María de las Mercedes tenía buena salud, pero el destino quiso que aquel fuera el momento de su muerte, cuando se retiro a descansar tras almorzar. Se sentía especialmente feliz por haber podido reunir a la familia: las Infantas Elena y Cristina con sus maridos, Jaime de Marichalar e Iñaki Urdangarín, sus bisnietos Felipe de Marichalar y Juan Urdangarín de solo unos meses, sus hijas Pilar y Margarita y las familias de éstas, así como la hermana de doña Sofía, Irene de Grecia. Fue enterrada en la zona de reyes del panteón del Monasterio del Escorial, junto a los restos de su marido, el conde de Barcelona.
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