Beatrice Borromeo, una periodista de la tiara a los pies

Hace 25 años, Beatrice Borromeo era una cría que celebraba su décimo aniversario y su abuela, Marta Marzzoto, le hacía un regalo carísimo y muy especial: un cuadro de Giovanni Boldini titulado "Señora americana con abanico". "Lo hice para que el cuadro estuviera seguro y también para que Beatrice empiece a apreciar, amar y coleccionar arte, cultura y belleza". La herencia de la nonna materna, sin embargo, fue más allá, pues de aquella aguerrida mujer aprendió Borromeo también a no tener miedo a expresar lo que pensaba.

Su abuela, una joven humilde que llegó a Roma en los años 40 procedente de la región de Reggio Emilia para trabajar en un arrozal, acabaría casándose con el conde Umberto Marzzoto. Tras unos años de matrimonio, inició una relación de amantes –ambos estaban casados– con el pintor siciliano Renato Gutusso. Con él, que era miembro del Partido Comunista y llegó a ser senador, Marta amplió su círculo –hasta entonces dominado por los artistas, modelos y empresarios– al de la política y se codeó con figuras como Bettino Craxi, Giorgio Napolitano o Giulio Andreotti. Por esa vía entró también el periodismo en la familia, pues al acabar su relación con Gutusso, Marta inició otra con Lucio Magri, fundador del diario Il Manifesto. Todo eso contó en sus memorias, publicadas poco antes de morir en 2016, un libro en el que habla sin tapujos, llamando a casa cosa –amantes, excesos, abusos– por su nombre.

Esa manera de expresarse, clara y directa, la heredó su nieta Beatrice, que estudió Derecho pero pronto supo que quería ser periodista. "Odio la hipocresía", ha dicho alguna vez cuando le han preguntado por su vocación e insinuando por qué una joven bella, aristócrata y con la vida resuelta –su padre es el conde Carlo Ferdinando Borromeo– eligió meterse en problemas escribiendo sobre Silvio Berlusconi –"Puede que esté obsesionado con el sexo, pero amar a las mujeres es otra cosa"– o rodando un documental, Lady ‘Ndrangheta (2015), sobre la mafia calabresa.

Y es que el trabajo de Borromeo como informadora no se ha limitado, como muchas personas de su posición, a hacer de editora de moda puntualmente. Desde el inicio, se embarcó en proyectos que la pusieron en el punto de mira a pesar de que su familia es propietaria de un imperio textil y ella empezó a desfilar, ocasionalmente, a los 16 años gracias a la ayuda de su abuela y en parte, por la mala relación que tenía entonces con su madre, Paola Marzotto. "Quise ser independiente y era una buena manera de cubrir mis gastos".

Entrevistadora valiente

"¿Cree que Barack Obama es, como John Kennedy, un personaje a desmitificar, un nuevo gran farol?", le preguntaba en 2010 a James Ellroy "¿Le aburre o le divierte cuando le llaman racista?", inquiría al autoproclamado rey de la novela negra, autor de L.A. Confidential conocido por su pose arrogante, sus respuestas fuera de tono y sus pocas ganas de dar entrevistas. Borromeo le inquiró sin dudas y sin temblar, a pesa de que siempre ha declarado que el americano es su escritor favorito. Y escribía el resultado de ese encuentro en Il Fatto Quotidiano, pues aunque seguramente podría haber trabajado en el periódico que hubiera elegido, escogió ese medio porque es "independiente y no recibe dinero ni del Gobierno ni de grandes corporaciones".

Como periodista, tiene pulso y también olfato. Le gusta contar que su gran momento como plumilla fue el día que se encontró en un tren a Marcello dell’Utri, senado del partido de Berlusconi, y se puso a hacerle una entrevista allí mismo. "Soy senador para no acabar en la prisión", le dijo el político y con esa declaración tituló el artículo la joven redactora sobre un hombre que acabó condenado por fraude fiscal, falsa contabilidad y complicidad y conspiración con la mafia siciliana. Fue periodista hasta el día de su boda, literalmente. Invitado a la fiesta estaba su jefe en el diario, le pidió que por qué no hacía un último trabajo antes de dejarlo para mudarse a Mónaco y de ese modo, nada más dar el "sí quiero", se metió en una sala para hacerle una entrevista a un magistrado antimafia.

Royal come royal

Según una entrevista que concedió aABC, de su manera de ser y ver el mundo también tienen también la "culpa" sus padres, dos personas con formas opuestas de ver la vida y la política. En casa aprendió la importancia de argumentar y defender los propios puntos de vista. Borromeo los expresa, además, con rotundidad y ha tenido siempre claro el objetivo de su oficio: contar lo que alguien no quiere que sea contado. Por eso no cree en la máxima de que perro no come perro, frase con la que se suele hacer referencia al corporativismo entre personas del mismo oficio. Por eso tampoco cree que royal no coma royal. Lo demostró cuando en 2011, siendo redactora de Il Fatto Quotidiano sacó a la luz un vídeo de Víctor Manuel de Saboya en el que se jactaba de haber engañado al tribunal francés que lo había absuelto en 2006 por falta de pruebas en el caso del asesinato de Dirk Hamer, un turista alemán fallecido en 1978 en la isla de Cavallo, Córcega.

Eso fue antes de casarse con Pierre Casiraghiy formar parte de una casa real como la de Mónaco, motivo por el que dejó su profesión. Pero que no ejerza el oficio no quiere decir que Beatrice haya perdido la voz. En noviembre de 2019 lanzó un mensaje por redes sociales al hijo de Víctor Manuel, Filiberto de Saboya, al recordarle el caso con estas duras palabras: “Hasta que su familia pague por el asesinato de Hamer, hablar de un sentido del deber y la elegancia es simplemente inadmisible”. De él también criticó que fuera uno de esos aristócratas que "exprime su título porque no sabe hacer otra cosa".

Borromeo también pasó por la radio –presentó el programa Jungle Fever sobre actualidad política y económica– y por la televisión, donde participó en AnnoZero, donde se emitió el documental sobre la mafia calabresa en el que trabajó con Roberto Saviano, el autor de Gomorra de quien se dice amiga. Sus últimos artículos en Il Fatto son de 2013. "Fue duro mudarme a Mónaco y dejar mi trabajo", dijo en una entrevista publicada en 2017 en Vanity Fair. Los motivos que ha dado siempre para ese abandono son dos: uno es que quiere atender a su familia porque ella lo pasó mal en su infancia debido a que sus padres "no se comportaron como adultos" y otro, que le parecía inviable cubrir informaciones para diarios italianos como las que ella hacía viviendo fuera de Italia. Viendo su ojo y su idea del oficio es posible que haya un tercer motivo: para una periodista no hay temas prohibidos y ella ahora tiene al menos uno que ni roza: hablar de la familia Grimaldi, una de las más mediáticas del mundo, y de la que es parte ella y los dos hijos que tiene con Pierre Casiraghi.

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