No es la primera vez que Paulina Rubio sorprende con un comportamiento que se escapa un poco a los parámetros de la corrección política, por decirlo con un eufemismo. De hecho, en 2005 el mundo alucinó con su evidente ebriedad durante las fiestas de Pedraza, el pueblo de su entonces novio Colate Vallejo Nájera. Sin embargo, en esta ocasión su metedura de pata ha sido especialmente temeraria, pues ha tenido lugar durante el concierto ‘One World: Together at Home’, una emisión global que pretendía convertirse en el evento cultural más importante de esta pandemia del coronavirus. En el vídeo de su intervención, pudimos ver a una Paulina Rubio haciendo movimientos extraños, trabándose al hablar, olvidando la letra de su canción o incluso saludando con mucha ironía a Thalía, su amiga-enemiga histórica, y con poca presencia en el nuevo star system internacional de lo latino. La polémica saltó inmediatamente: sus seguidores la acusaron de grabarse bajo los efectos de sustancias desconocidas, pero visiblemente efectivas.
Por suerte, Paulina Rubio tiene un sentido del humor infinito y muchas tablas a la hora de superar este tipo de situaciones. Como respuesta a la polémica, ha grabado otro vídeo reaccionando ante su propia actuación que vale oro. La verdad es que su ironía al responder al escándalo que ha producido su actuación en el concierto global podría estudiarse en cualquier posgrado sobre reputación y gestión de crisis: al quitarle importancia de esta manera, la polémica se ha desinflado rápidamente.
En las peores horas de esta nueva crisis reputacional, Paulina Rubio ha contado sin embargo con una aliada inesperada: la escritora Lucía Etxebarría, quien salió en su defensa recordando la durísima infancia y adolescencia que vivió Paulina, embarcada en el grupo infantil y juvenil de más éxito en la historia pop de México: Timbiriche. Esta banda, muy parecida a los Parchís españoles, estuvo en lo más alto de las listas de ventas y en lugar de máxima exposición durante diez años, y por ella pasó también Thalía, rival mediática desde entonces. Lucía Etxebarría, psicóloga en ciernes, declaró que la cantante contaba con toda su simpatía por el siguiente motivo: «Me gustaría recordaros que Paulina Rubio nunca tuvo intimidad, que actriz infantil desde su más tierna infancia y a nivel estratosférico. Que no ha conocido a una infancia normal ni una adolescencia normal y que ha sido ‘sobreexigida’ toda su vida», explicó.
Siguiendo la estela de cantantes y artistas en general que han tenido que trabajar desde la niñez, Lucía Etxebarría recordó muy atinadamente el ejemplo de Britney Spears, quien en 2007 protagonizó varios escándalos relacionados con el consumo de sustancias debido a su éxito temprano y la presión que conllevó, en el contexto de una familia además bastante desastrosa. «Si hemos entendido que Britney tuvo un colapso porque no podía más con toda la presión, probablemente entendamos que Paulina Rubio lleva toda su vida sometida a una presión que nadie debería imponer a un niño», argumentó Etxebarría. «Y que esa presión y esa exigencia se heredan en la edad de adulta cuando crees que todo tu valor en la vida reside en su capacidad para cantar y bailar y que no tienes valor por ti misma», concluyó.
La verdad es que nadie sabe a ciencia cierta si en el caso de Paulina Rubio estamos ante una conducta puntual o una enfermedad declarada, como defiende Lucía Etxebarría. Lo que sí es cierto es que tenemos muchos casos de niños artistas que han tenido que lidiar con todo tipo de enfermedades mentales debido precisamente a esta exposición temprana al mundo de los adultos. El caso de Drew Barrymore, la niña de «E.T.», o más recientemente de Lindsay Lohan son paradigmáticos. Pero también sabemos de los padecimientos de estrellas infantiles y juveniles del canal Disney como Miley Cyrus, Selena Gomez, Justin Timberlake, Hillary Duff o Demi Lovato, con casos de adicción, depresión e incluso trastorno bipolar. En este punto Lucía Etxebarría tiene razón: las estrellas merecen una mirada más compasiva cuando muestran su debilidad o su malestar. Quizá su vida no es tan rosa como la pintan.
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