Esperando a Juan III: más de un cuarto de siglo sin el conde de Barcelona

Como conde de Barcelona, a Juan de Borbón y Battenberg le correspondía ser enterrado junto a los reyes de Aragón en el monasterio de Poblet, en Tarragona. De hecho, dejó pagadas dos tumbas en la capilla de San Benet de ese sitio. Una para él, y otra para doña María de las Mercedes, su mujer. Sin embargo, cuando finalmente murió, hace hoy veintisiete años y en Pamplona, su hijo el rey Juan Carlos I entregó sus restos mortales al prior del monasterio de El Escorial. Quería que lo enterraran con honores de rey junto a sus padres, los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, y el resto de monarcas españoles. Se supone que le comía el remordimiento de haber aceptado de Franco la sucesión en la jefatura de Estado sin habérselo consultado. Desde entonces, como es tradición de la familia real española, Juan de Borbón espera en el pudridero de El Escorial a que su cuerpo encoja lo bastante para caber en la urna, de solo un metro de largo y cuarenta centímetros de ancho, que tiene inscrita el nombre de Juan III en el Panteón Real. Incluso muerto, el conde de Barcelona, padre e hijo de reyes, pero jamás rey, sigue esperando poder serlo un día. Tendrán que pasar otros cinco, diez o quince años.

Juan de Borbón y Battenberg nació el 20 de junio de 1913 en el palacio de La Granja de San Ildefonso. Tenía cuatro hermanos mayores, dos de ellos varones, por lo que no esperaba reinar nunca. Sin embargo, en 1933, el que hubiese sido rey con el nombre de Alfonso XIV renunció a sus derechos sucesorios para casarse con una plebeya, la cubana Edelmira Sampedro y Robato. Luego, también su hermano Jaime de Borbón, sordo de nacimiento, cedió a las presiones de Alfonso XIII y renunció ese mismo año al principado de Asturias. A don Juan, la ley Sálica que le anteponía a sus dos hermanas en la línea de sucesión al trono, y la hemofilia que fue mermando la familia, parecían tenerle reservado de todos modos un título que, no obstante, carecía de valor desde la II República. Finalmente, el 15 de enero de 1941, Alfonso XIII renunció a la jefatura de la casa real y su hijo don Juan se convirtió en el pretendiente al trono español; una suerte más parecida a la maldición de Melmoth el errabundo que a la lotería de cuento de hadas de Anne Hathaway en Princesa por sorpresa. Era la misión de restaurar la Corona en España y no el trono lo que heredaba.

En su espinoso viaje de regreso a Madrid, Franco fue su Poseidón. Mientras que unas veces le alentaba, ofreciéndole por ejemplo volver a España con el tratamiento de príncipe de Asturias terminada la Segunda Guerra Mundial, otras quemaba sus naves, poniendo en su contra a la prensa española, que le llamaba masón y borracho. Don Juan, que durante la Guerra Civil había apoyado a los sublevados, le correspondió cambiando también su postura frente al régimen. El 19 de marzo de 1945, firmó un manifiesto en contra de Franco y defendiendo los principios democráticos, el manifiesto de Lausana. De esa manera, consiguió que los aliados le vieran como una alternativa a la dictadura. Pero Estados Unidos temía que una monarquía débil fortaleciera el comunismo en el sur de Europa y al final se prefirió dejar hacer a Franco. En 1948, con todo el siglo XX en su contra, don Juan se reunió con su némesis a bordo de El Azor para negociar la restauración de la monarquía.

La broma que al nacer su hijo Juan Carlos le gastó Alfonso XIII, haciéndole creer que doña María de las Mercedes había dado a luz a un bebé chino (el rey primero intentó encontrar uno negro), sirve para ejemplificar por un lado la expectación que la rifa genética despertaba entre los Borbones y, por otro, lo rápido que cambiaban las nacionalidades y caras en el entorno del entonces príncipe de Asturias. Del palacio de La Granja, el infante Juan había pasado primero con su familia a Fontainebleau, cerca de París. Después, ingresó alumno en la escuela naval británica y se echó al mar con la Royal Navy, recibiendo precisamente la noticia de la renuncia de sus hermanos al título de príncipe de Asturias mientras navegaba por la India. En Roma, se casó con su prima doña María de las Mercedes de Borbón y vio nacer a tres de sus hijos: Juan Carlos, Margarita y el trágico Alfonso. La infanta Pilar había nacido en Cannes. Por fin, tras unos años en Lausana, la familia real se exilió a su querido Estoril en Portugal, una ciudad que los españoles todavía asociamos a don Juan y que en esa época, entre los condes de Barcelona, los Orleans, los Saboya, Carlos II Rumanía y Juana de Bulgaria, parecía un limbo de reyes. Un Marienbad portugués.

En un documental de Televisión Española sobre su vida, se cuenta la anécdota de que don Juan de Borbón se topó una vez con el Sputnik 2. Ocurrió durante el viaje a bordo de El Saltillo que, en 1958, don Juan hizo desde Cascais hasta los Estados Unidos. Allí esperaba reunirse con su hijo Juan Carlos. Una noche que estaba de guardia, don Juan vio una luz roja precipitarse en el mar y le pareció que podía ser el famoso satélite que, unos meses antes, había llevado a la perra Laika al espacio. Era, efectivamente, el Sputnik 2, y poco después los soviéticos lo jubilaron por el 3. En España, no habrá un Juan III hasta que el conde de Barcelona termine el viaje que emprendió desde Pamplona hasta El Escorial, hace veintisiete años.

Artículo publicado originalmente el 1 de abril de 2018 y actualizado.

Fuente: Leer Artículo Completo