"Hasta una mañana de mediados de noviembre de 1959, pocos norteamericanos –de hecho, pocos habitantes de Kansas– había oído hablar de Holcomb. Al igual que las aguas del río, que los automovilistas de la autopista, que los trenes amarillos que pasaban vertiginosamente por las vías de Santa Fe, la tragedia –en forma de algún suceso extraordinario– jamás se había detenido en Holcomb".
Truman Capote, A sangre fría.
Truman Capote estaba leyendo el periódico en su apartamento de Nueva York una mañana de sábado a finales de los años cincuenta cuando una noticia llamó su atención: una familia de un pueblo rural de los Estados Unidos había sido asesinada sin motivo aparente. Recortó el artículo con unas tijeras, descolgó el teléfono y llamó a su editor. Quería escribir sobre el asesinato de los Clutter, quería coger un tren que le llevara a la localidad de Holcomb en cuanto fuera posible.
Las mejores historias, los trabajos que cambian vidas y las relaciones más significativas pueden iniciarse así de rápido. Como fruto de la casualidad y de un impulso.
© Ilustración Mar Lorenzo/ Fotografías: GettyImages y cortesía de Amazon.
A sangre fría es una de las novelas (de no ficción, que diría Capote) más importantes del siglo XX. Es probable que te hayan hablado de ella y también es probable que como con tantos otros libros que se recomiendan hasta el hartazgo ni siquiera te hayas planteado añadirla a tu estantería. Pues permíteme que te diga que todas esas personas que quizá han pecado de insistentes y te han dicho una y otra vez que es un libro buenísimo, escrito con una elegancia y rigor absolutos, y que aunque se trata de una especie de reportaje periodístico te atrapa como la mejor de las novelas tienen razón.
Truman Capote se fue a Holcomb, entrevistó a casi todo el pueblo, se hizo amigo de la mujer del sheriff –que era una admiradora confesa de su trabajo– y entabló una particular relación con uno de los dos asesinos de la familia Clutter. Y todo para escribir una historia que él sabía que era demasiado buena desde que pisó por primera vez la estación de esta pequeña localidad de Kansas, donde los trenes de pasajeros ni siquiera paraban.
Portada del libro «A sangre fría».© Cortesía de Amazon.
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Lo mejor: durante estos días hemos hablado de libros en los que el estilo tiene más peso que la historia y otros en los que la historia es lo único que importa. Pero también hay libros en los que estilo e historia se funden como en el mejor de los platos de alta cocina, de manera que uno es incapaz de determinar si está disfrutando más con los acontecimientos que se le narran o con cómo se le narran (con los espaguetis o con la salsa carbonara). A este tipo se le suele llamar obra maestra, clásico; y sin duda A sangre fría lo es.
Capote hizo la maleta y abandonó sus juergas neoyorquinas porque estaba decidido a llegar al meollo de un crimen que conmocionó a la opinión pública por su aparente carencia de sentido. No puede decirse si al final lo logró, pues ni siquiera está claro que ese meollo existiera, pero sí que consiguió elaborar una postal tan compleja como nítida sobre lo incomprensible de la tragedia: un pueblo donde no pasa nada, ni siquiera los trenes, se convierte en el escenario de un crimen que nadie puede comprender. ¿Y no es ese acaso el peor de todos los crímenes?
Lo peor: sabemos demasiadas cosas sobre esta historia, se han escrito demasiadas reseñas y se han hecho demasiadas películas –por cierto, la última que se rodó, la de Bennett Miller y Philip Seymour Hoffman es maravillosa– y eso puede que no solo interfiera en las ganas de abordar este libro sino que además arruine el factor sorpresa de su argumento. En cualquier caso, léanla. Nunca ha vuelto a escribirse una novela así. Y nunca se escribirá.
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