La muerte de Lucía Bosé nos sacudía en el mediodía de ayer. El coronavirus se llevaba a la actriz, de 89 años, en un hospital de Segovia, donde llevaba tres días ingresada, a pesar de que su internamiento en el centro médico había sido llevado con la mayor de las discreciones, sin que trascendiera a la prensa.
Lucía fue madre, abuela, esposa y, sobre todo, el pegamento que hacía posible que el clan de artistas permaneciese unido como una piña (las duras despedidas de sus familiares en Instagram). Una figura imprescindible para todos ellos. Con su marcha, se les va un ‘ángel’, como el de aquel museo que puso en pie en la localidad segoviana de Turégano y que tuvo que cerrar hace unos años.
Si miramos en la biografía de esta milanesa, desde luego, hay dos figuras masculinas que destacan. Que han marcado las vivencias de una existencia en la que dejó clásicos del cine y declaraciones de lo más jugosas en los medios de comunicación. Un icono. Sin ningún lugar a dudas.
Empezaremos por el último de esa dupla en llegar a su vida: su hijo Miguel. Si ya hemos subrayado que los Dominguín-Bosé son un clan de lo más familiar, la relación entre madre e hijo siempre ha estado dotada de un carácter especial. Él era el primero en despedirse de ella en las redes sociales. Quien notificaba, de manea oficial, que la vida de su madre había expirado.
El cantante no ha tenido unos últimos años fáciles. En medio de esa separación de Nacho Palau, con sus cuatro niños de por medio, sufría también una afección en las cuerdas vocales que provocaba un río de especulaciones en las redes sociales. Las Navidades de 2018 fueron especialmente duras. Lucía no dudó en hacer las maletas y trasladarse a México, donde reside su hijo, para estar con él y darle todo el consuelo posible.
El amor entre ellos, era innegable, como también la preocupación por sus nietos, envueltos en medio de esa historia sentimental rota de sus padres. Sus nietos mayores también han expresado su dolor y e tremendo afecto que tenían a la ‘nonna’ a través de sus redes sociales.
El torero
El segundo de los hombres de su vida, es Luis Miguel Dominguín. La italiana (miss en su país en 1947) aterrizó en España a mediados de los años 50 de la mano de Juan Antonio Bardem y su ‘Muerte de un ciclista’. Ese mismo 1955 contaría matrimonio con el torero, tras experimentar un auténtico flechazo y a pesar de las advertencias de la fama de mujeriego de esto. Lo hicieron primero por lo civil, en Las Vegas el 1 de marzo. El 16 de octubre, lo ratificaban por la Iglesia.
De su relación, nacieron sus tres hijos. Así que, a pesar del desamor (la unión duró 12 años, hasta 1967) y de las desilusiones, a él le debe lo más grande que tuvo. Ella misma reconoció que se amaron locamente. En una ocasión «durante tres días y tres noches seguidas, ininterrumpidamente«.
Andrés Amorós cuenta en la biografía de Dominguín, ‘Luis Miguel Dominguín, el número uno’, cómo fueron los comienzos de esa relación: «Cuando llega a España, Lucía Bosé es una belleza impresionante pero muy distinta de Ava Gardner: más fina, más delgada, con larga melena negra y ojos profundos, melancólicos. En aquel momento, muchos españoles discuten cuál de las dos es más guapa, cuál merece el título de mujer más hermosa del mundo».
También se refiere a las barreras que tuvieron que sortear para llevar a buen puerto su historia: «Les separan, al principio, altas barreras; ante todo, como en el caso de Ava Gardner, la lingüística: ella no habla español; él, muy pocas cosas en italiano. El torero ha aparecido en la fiesta con capa y sombrero, y a ella le molesta su aspecto arrogante. Además, ella ignora todo sobre la tauromaquia y le pregunta qué comen los toros: creía que eran carnívoros…».
Una vez terminada la relación, en las entrevistas que concedía Lucía, se refería a él como ‘el torero’, sin nombrarle. El daño que le hizo la ruptura fue tan grande, como para que fuera el único hombre que echó raíces en un corazón que destrozó por completo, en el que dejó su huella hasta el último suspiro de Bosé.
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