Lucía Bosé, la actriz tan interesante como poco valorada que trabajó con Fellini, Antonioni y Buñuel

La carrera cinematográfica de Lucía Bosé despegó con lo que entonces era en Italia paso obligatorio para toda aspirante a actriz: presentarse a un concurso de Miss. Haber vencido en Miss Italia 1947 a Silvana Mangano, Gina Lollobrigida, Eleonora Rossi Drago o Gianna Maria Canale con un físico digamos menos maggioratesco que el de todas ellas no fue mérito menor.

Después de esto, fue al parecer la primera elegida para protagonizar Arroz amargo (1949), de Giuseppe De Santis, pero el erotismo (bastante implícito) del guion no gustó a su familia, así que tuvo que renunciar a aquel caramelo que Silvana Mangano engulló encantada para convertirse en la gran bomba sexual italiana de la posguerra.

Bosé era otra cosa. Ella misma se llamó en alguna ocasión “una señorita de Milán”, y su físico daba mejor como la también pobre pero más recatada Lucia de Non c’è pace tra gli ulivi, del mismo De Santis, su primera película. Hablamos de su físico porque su voz estaba allí doblada, como también era costumbre en la época, y como volvería a ocurrir en muchas de sus siguientes películas.Entonces puso sus ojos en ella un joven Michelangelo Antonioni, que la escogió para Crónica de un amor (1950) y La señora sin camelias (1953). De la primera se dijo que marcaba el fin del neorrealismo para inaugurar una nueva etapa en el cine italiano, pero sobre todo significó el descubrimiento de Antonioni como autor mucho antes de hits festivaleros como La aventura o El eclipse. Para Antonioni Lucia fue una especie de Greta Garbo de arte y ensayo, paradigma de la joven burguesa septentrional aderezada con melena lisa, discreto tocado y cuatro vueltas de perlas.

Tiene sentido que la llamara entonces Juan Antonio Bardem para protagonizar Muerte de un ciclista (1955). El director español, que durante toda su carrera se dedicó a remedar el trabajo de los directores que admiraba, entonces atravesaba su fase Antonioni. Y básicamente necesitaba de Lucia que repitiera su cometido en Crónica de un amor, pero con otro argumento. Y no es que la operación saliera del todo mal, ya que la película obtuvo el premio de la crítica en el festival de Venecia.

Pero, aquel mismo año, la señorita de Milán se casó con “el torero”, y fue abandonando una carrera que acababa de despegar a plena potencia. Afortunadamente, antes de retirarse llegó a trabajar con Luis Buñuel –en la no muy memorable Así es la aurora– y con Jean Cocteau –una breve intervención sin acreditar en El testamento de Orfeo, de 1960–.

Pero en 1967, con la separación matrimonial, Bosé reactivó su carrera. Y volvió a juntarse con autores de primer orden, en dos películas ambientadas en tiempos remotos: primero con los hermanos Taviani (Bajo el signo del escorpión) y después con Federico Fellini en Satyricon, adaptación visionaria del clásico de Petronio donde ella aparecía en la piel de una patricia romana suicidia. Después enlazaría los proyectos en España, Italia y otros países europeos, aunque hay que decir que la calidad de éstos fue bastante irregular.Entre lo más destacable estarían la escritora George Sand de Un invierno en Mallorca, de Jaime Camino, y la sangrienta condesa Bathory de Ceremonia sangrienta, de Jorge Grau. Además de en esta, participó en algunas películas de terror o suspense, como Qualcosa striscia nel buio o Manchas de sangre en un coche nuevo, de Antonio Mercero. También en artefactos más o menos morbosos como La orgía del sexo o La casa de las palomas, junto a una jovencísima Ornella Muti.

En un extremo más qualité, el director Mauro Bolognini, que entonces tenía mucho predicamento, contó con ella en varias ocasiones. En la primera de ellas, Metello (1970), interpretaba a una maestra de finales del siglo XIX que se quedaba embarazada de un proletario mucho más joven que ella, y le proporcionó una candidatura como mejor actriz secundaria (por segundo año consecutivo) en los Nastri d’argento, los premios que conceden los periodistas cinematográficos italianos. La segunda colaboración con Bolognini llegó cinco años después: Por las antiguas escaleras era un asfixiante drama ambientado en un psiquiátrico donde ella era la esposa del director y amante de uno de los médicos, Marcello Mastroianni.

Su carrera aún tendría momentos interesantes gracias a películas como Lumière (dirigida por la actriz Jeanne Moreau), Nathalie Granger (de nuevo junto a Moreau, pero esta vez dirigidas ambas por Marguerite Duras), Los viajes escolares (Jaime Chávarri), El niño de la luna (Agustí Villaronga) o la adaptación de Crónica de una muerte anunciada de García Márquez perpetrada por Francesco Rosi, cuyo mayor mérito fue el titular que se ganó en Cannes. Cuando en 1987 la cinta se presentó a concurso en el festival, una crítica la recibió célebremente como "Cronique d’une merde annoncée", sentenciando para siempre su suerte en el palmarés y también en las taquillas internacionales (nulas ambas).

En televisión también conoció algunos éxitos, como La señora García se confiesa (sociología posfranquista servida por Adolfo Marsillach que nos la devolvía como grande dame bourgeoise, perlas incluidas) o, de nuevo con Bolognini, la adaptación de La cartuja de Parma de Stendhal, donde era la marquesa del Dongo junto a un Fabrizio encarnado por el sex symbol Andrea Occhipinti.Aunque en España no se la ha reconocido demasiado como actriz, tropezones como aquel no interrumpieron su carrera de celuloide. Todavía en 2007 logró cierto éxito gracias a otra adaptación, esta vez I Vicerè, de Roberto Faenza, que llevaba a la pantalla un clásico novelesco sobre el Risorgimento italiano, un gatopardito en el que también intervenía Assumpta Serna y que en Italia obtuvo varios premios a la fotografía, vestuario y decorados. Lo mínimo esperable para una operación de academicismo bien lustrado como aquella.Y lo mínimo también para cerrar la carrera de una actriz tan interesante como poco valorada, a la que ahora procede reivindicar.

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