“Apuñalada la esposa del presidente filipino: heridas en ambos brazos”. Así titulaba el diario ABC una información de Tico Medina fechada el 7 de diciembre de 1972. Según el popular periodista, la primera dama se encontraba en el estadio Nayapong de Manila, entregando los premios de embellecimiento y limpieza a los pueblos del Sur de Cotabato, cuando un hombre se acercó a la tarima haciéndose pasar por uno de los galardonados. A continuación, sacó un machete de grandes dimensiones y arremetió contra Imelda Marcos, provocándole heridas leves en las ma-nos y los brazos. A continuación, un miembro de la escolta acribilló balazos al agresor y lo ultimó.
Tico Medina, que tenía fijada al día siguiente una entrevista exclusiva con Imelda Marcos, acababa la crónica con un ruego: “Pido a Dios el poder hacer, como quiero, esa entrevista con esa hermosa mujer amiga de España, a la que en algunos lugares llaman cariñosa y eficazmente ‘la mariposa de hierro”. Aunque pueda llamar la atención, la obsecuencia hacia la mujer de Ferdinand Marcos era habitual en los medios españoles. No en vano, Filipinas todavía tenía intereses comerciales con la antigua metrópoli, Imelda había pasado su luna de miel en España, había acogido en Manila a los príncipes Juan Carlos y Sofía cuando pasaron por el archipiélago durante su viaje de novios y también tenía una estrecha relación con Franco a quien reconocía admirar.
En la entrevista que finalmente le concedió al periodista, Imelda Marcos alardeaba de su filantropía, de su preocupación por los más desfavorecidos, de lo difícil que era ser presidente, de lo duro que era ser primera dama o de los sacrificios que habían hecho ella y su esposo por el pueblo filipino. De hecho, cuando Tico Medina le preguntó por qué creía que había sufrido la famosa agresión, Imelda contestaba: “No sospechaba que aquel hombre me iba a atacar a mí. Si mi conciencia no hubiera estado tranquila como estaba, por qué iba a pensar en ello. Yo no había hecho nada para merecer aquel atentado”. La primera dama no parecía ser consciente de que ella y su esposo eran los tiranos de Filipinas y de que una gran parte del pueblo no estaba precisamente satisfecha con sus políticas despóticas y sus abusos de poder.
Biografías, hagiografías y falsedades
Es difícil reconstruir la biografía de Imelda Romuáldez y su esposo Ferdinand Marcos. Como acostumbra a suceder con los gobernantes autoritarios, sus biografías se enriquecen de hechos fabulosos mientras están en el poder y se llenan de detalles ignominiosos cuando lo pierden.
En el caso de Imelda existen dos genealogías diferentes. Por una parte, la de la niña de familia pobre que sufrió hambre y penurias durante su infancia hasta que su belleza y un golpe de suerte hicieron que fuera elegida Miss Manila. Por otra, la de hija de una próspera familia originaria de la isla de Leyte cuyos antepasados habían fundado el pueblo de Tolosa. En esa versión, la infancia de Imelda fue tranquila, casi idílica, gracias a que cursó su educación primaria en uno de los mejores colegios del país, estudió magisterio (o historia o ambas cosas, que ahí difiere hasta la versión más amable), tomó lecciones de canto y aprendió varios idiomas. A los 19 años y, tras ser elegida Reina de la belleza Rosa de Tacloban, tuvo acceso al concurso de Miss Manila. Aunque, según contaría, fue anotada al certamen por un allegado sin su conocimiento, acabó siendo elegida la mujer más hermosa del país.
En 1954 Imelda conoció a Ferdinand Marcos, cuyas hagiografías y biografías tampoco acaban de cuadrar. Se suele decir de él que nació en 1917 en una familia principal de Filipinas y que estudió Derecho, lo que le permitió iniciar una próspera carrera en ese rubro, que tuvo su momento álgido en 1935. Ese año se defendió a sí mismo en un proceso por el asesinato de Julio Nalundasan, su rival político, del que salió absuelto. Este triunfo impulsó aún más su trayectoria jurídica y política hasta que, tras el bombardeo de Pearl Harbor, fue reclutado. Durante el tiempo que pasó en el ejército, resultó herido en varias ocasiones, fue condecorado con 30 medallas y se le consideró héroe de guerra por haber acabado con una división japonesa junto a un reducido grupo de filipinos que estaban bajo sus órdenes.
El matrimonio de Imelda y Ferdinand se celebró ese mismo 1954, apenas 10 días después de conocerse, y a partir de entonces la pareja experimentó un éxito fulgurante. Apoyado por su esposa, a la que todo el mundo consideraba más inteligente que su marido, Ferdinand escaló posiciones en su carrera política hasta que, en 1965, fue elegido presidente de la República. Revalidó el cargo en 1969 y en 1972, esta vez con una mayoría tan amplia, que le habilitaba para modificar la constitución del país de 1930. Dicho y hecho. A partir de esa reforma, Marcos pudo perpetuarse en el cargo y tener un poder casi absoluto del que él e Imelda disfrutaron a conciencia.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Filipinas se convirtió en un enclave estratégico para los Estados Unidos, que hicieron todo lo posible por tener gobiernos afines que sirvieran de freno a la influencia de la URSS en el Sudeste Asiático. Filipinas no podía convertirse en un Vietnam o una Corea del Norte y los Estados Unidos consideraron que los abusos de los Marcos eran el mal menor para sus intereses. Al menos así fue hasta que, en los años 80, la situación geopolítica mudó y los Estados Unidos le retiraron el apoyo al presidente que, por entonces, ya estaba envuelto en escándalos de corrupción, torturas e incluso en el asesinato del político y periodista Benigno Aquino en 1983.
Tras la muerte de Aquino, su viuda, Corazón Aquino, comenzó su carrera política, se erigió en líder de la oposición y, en 1986, se presentó a las elecciones. Los resultados fueron muy ajustados, hubo denuncias de manipulación y tanto la oposición como el oficialismo reclamaron la victoria para sí. Cuando el gobierno filipino pidió a Estados Unidos que hiciera de mediador, Ronald Reagan se lavó las manos. Definitivamente, Marcos había caído en desgracia.
A partir de ese momento, los medios de comunicación internacionales dejaron de ser tan complacientes como antaño y comenzaron a airear los comportamientos despóticos de Marcos, sus abusos a la población, sus pillajes y sus mentiras. El New York Times, por ejemplo, publicó que, en contra de lo que siempre se había afirmado, Marcos no había sido un héroe de guerra. Su hazaña de rendir a toda una división japonesa al mando de unos cuantos hombres era falsa o, al menos, comenzó a serlo a partir de entonces. Posiblemente tampoco tenía 30 condecoracio-nes y, de tenerlas, no las habría merecido.
Exilio en Hawái
En febrero de 1986, Imelda Marcos y su esposo abandonaron Filipinas rumbo al exilio, aunque ellos siempre negaron este hecho. Según contaron a los periodistas en su momento, los asesores del presidente les aconsejaron trasladarse a una región alejada de Manila para ponerse a salvo de las revueltas populares protagonizadas por la oposición y parte del ejército. Sin embargo, la realidad fue que el avión presidencial no aterrizó en territorio filipino sino en Hawái. A pesar de su empeño en negar que escapaban del país y sugerir que habían sido trasladados a Estados Unidos en contra de su voluntad, algo debía intuir el matrimonio Marcos porque el equipaje presidencial incluía joyas, obras de arte, esculturas, divisas y otras propiedades valoradas en más de 15 millones de dólares (casi 14 millones de euros).
Al llegar a Estados Unidos, la fiscalía de Nueva York inició un proceso judicial contra el matrimonio, a pesar de que sus abogados reclamaron que los tribunales americanos carecían de jurisdicción y que el caso debía sustanciarse en en Filipinas. “Si esto pasa en los Estados Unidos, no queda ninguna esperanza a nadie que viva en un país comunista”, se quejaba Imelda Marcos ante la actitud hostil de aquellos que antaño habían sido sus aliados y, en un alarde de dramatis-mo, añadía: “La vida para el presidente Marcos y para mí es peor que el gulag de Solzhenitsyn… Nuestra bonita isla de Hawái es para nosotros peor que Alcatraz”.
Entre otros delitos, a los Marcos se los acusaba de malversación, corrupción, evasión de más de 200 millones de dólares (unos 185 millones de euros) en impuestos y lavado de capitales. Con objeto de hacer aflorar parte ese dinero, supuestamente depositado en cuentas en bancos extranjeros, el juez del caso requirió la presencia de Imelda en Nueva York y le prohibió abandonar la ciudad salvo que abonase una fianza de cinco millones de dólares. La decisión fue utilizada por Imelda para colocarse una vez más en la posición de víctima. Además de negar que poseyera ese dinero, la exprimera dama denunciaba la crueldad de las autoridades estadounidenses que no le permitían regresar a Honolulu junto a su esposo, eximido de viajar a Nueva York por su precario estado de salud.
La solución a esa situación llegó de la mano de Doris Duke, una potentada estadounidense de 76 años que se prestó a depositar los cinco millones de la fianza y a colaborar con los gastos de 1.000 dólares diarios que costaba la suite que Imelda ocupaba en el Waldorf Astoria, hotel que había hecho un pequeño descuento en las tarifas en honor a lo buena clienta que la señora Marcos había sido en el pasado.
El jurado se va de fiesta
En septiembre de 1989 falleció Ferdinand Marcos en Honolulu y, unos meses después, el 20 de marzo de 1990, comenzó en Manhattan el juicio contra Imelda Marcos y Adnan Kashoggi, empresario saudí al que se acusaba de ayudar al matrimonio a blanquear su fortuna falsificando do-cumentos públicos y obstruyendo a la justicia estadounidense.
A las puertas del juzgado se concentraron grupos de detractores y simpatizantes, alguno de los cuales, como un veterano de Vietnam al que Imelda había ayudado en el pasado, obsequió a la acusada con un ramo de flores, gesto que fue recogido por la prensa. Esta cobertura informativa a escala internacional fue convenientemente utilizada por la exprimera dama para mostrarse ante el mundo como una viuda desvalida y ultrajada. Para ello, acudía a las sesiones completamente de negro, se mostraba compungida y no fueron pocas las veces en que rompió a llorar o se des-mayó en la sala de vistas.
Para añadir más espectacularidad al proceso, el abogado de Imelda Marcos, que acostumbraba a aparecer ante los medios con un llamativo sombrero vaquero, amenazó con recusar a todos los miembros del jurado porque, argumentaba, no podían ser objetivos desde el momento en que los medios de comunicación estadounidenses habían dado una imagen muy negativa de Ferdinand Marcos. Por si eso no fuera suficiente, sugirió que llamaría a testificar a Ronald y Nancy Reagan en calidad de amigos íntimos de los Marcos. No fue necesario. Cuatro meses después de iniciado el juicio, Imelda y Khashoggi fueron absueltos de todas las acusaciones porque, según el jurado, la fiscalía no pudo probar que ella hubiera robado los 200 millones de dólares del tesoro filipino y que él hubiera ayudado a desviarlos para la compra de cuatro inmuebles en Manhattan, joyas y obra de arte.
Nada más conocer la sentencia, Imelda Marcos se dirigió a una iglesia de Manhattan y caminó de rodillas desde la puerta al altar mientras la prensa recogía el momento. Por su parte, Adnan Khashoggi prometió peregrinar a la Meca pero, antes, decidió dar una gran fiesta. De este modo, el 17 de julio de 1990, ambos ejercieron de anfitriones de una velada celebrada en uno de los inmuebles que la exprimiera dama tenía en Manhattan y a la que asistieron diferentes personalidades de la alta sociedad neoyorquina, así como 10 de los 12 miembros del jurado que habían participado en el proceso y varios funcionarios del departamento de justicia de Manhattan. De hecho, a medida que abandonaban la fiesta para regresar a sus hogares, los miembros del jurado se llevaban consigo regalos, souvenirs y otras chucherías que Imelda les obsequiaba radiante de felicidad.
Una dama inocente
Una vez libre, Imelda Marcos solicitó permiso para regresar a Filipinas. Después de arduas negociaciones con el gobierno del país asiático y tras aceptar la imposición de rigurosas condiciones, como la de no poder repatriar el cadáver de Ferdinand Marcos, Imelda obtuvo la autorización.
Sin embargo, lo que en un primer momento supuso cumplir uno de sus mayores sueños, se acabó convirtiendo en una pesadilla. Nada más poner un pie en el archipiélago, las autoridades procesaron a Imelda y a sus hijos por 29 delitos de evasión fiscal. La sentencia, dictada en 1993, fue condenatoria, pero el Tribunal Supremo la anuló en 1998. Lo mismo sucedió con los demás procesos judiciales emprendidos contra Imelda Marcos en 2001, 2009 y 2018 que, aun fallándose en su contra, no han conseguido que la exprimiera dama entre en prisión o sea inhabilitada para ejercer cargos públicos. De hecho, no solo se ha presentado a las elecciones presidenciales en varias ocasiones, sino que ha ocupado cargos como diputada nacional y local, gracias a que las nuevas generaciones de filipinos ya no la relacionan con el despotismo de Ferdinand Marcos, sino que la consideran una figura pop, o tal vez habría que decir kitsch.
A pesar de ello, los procesos judiciales emprendidos contra la exprimera dama sí han permitido recuperar algunos de los bienes de los Marcos comprados de manera ilícita con fondos públicos. El gobierno filipino estimaba en 2018 que se habían podido reintegrar a las arcas del Estado más de 3.700 millones de dólares (alrededor de 3.200 millones de euros) de lo robado por los Marcos. Una cantidad más que considerable pero que, según las estimaciones oficiales, no es ni la mitad del patrimonio que la pareja amasó gracias a aquello que se llegó a llamar el “Imelda Shopping” y sobre lo que la primera dama hablaba con el periodista de La Vanguardia Lluís Amiguet en 1990: “Es cierto, yo compré todo lo que pude y de lo mejor. Cada vez que salía de Filipinas trataba de volver a mi país con las mejores obras de arte, los mejores trabajos de los mejores artistas del mundo porque yo era la primera dama de un país pobre que había sido explotado por el colonialismo. Por eso no entiendo lo que la gente dice de mí. ¿Que yo abusaba de mis compras? Yo era la madre y la primera dama de un país pobre al que llevaba lo mejor de cada país que visitaba. Y lo hacía porque quería a mi pueblo, porque ellos no podrían abandonar nunca el país y con mi posición privilegiada como primera dama yo podía hacerlo. Así que cuando volvía a casa trataba de llevarles el mundo conmigo”.
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