“Una mujer es como una bolsita de té. No sabes lo fuerte que es hasta que está en aguas calientes”. La frase se atribuye a Eleanor Roosevelt pero ha dado la vuelta al mundo colocada junto a la foto de una adolescente Meghan Markle en el anuario de su instituto. Y en el día en que se ha despedido para siempre de su condición de alteza real (con un acto en Westminster, acompañando a su marido Harry) ha cobrado un significado especial. Meghan ya es libre y se ha ido dejando un interesante mensaje teñido de verde. Nadie se viste de pies a cabeza con un rotundo esmeralda y se pone una capa si quiere pasar desapercibida.
Ataviada con un vestido de la diseñadora neozelandesa afincada en Londres Emilia Wickstead, al estilismo no le faltaba detalle. A Wickstead se le ha conocido durante años como la firma “bien” a la que recurren las mujeres de la alta sociedad británica (sin ir más lejos, ha vestido en numerosas ocasiones a Kate Middleton o a la propia Markle en su gira australiana con Harry). Sin embargo, desde hace un par de temporadas ha explorado lo que en sus propias palabras define como “un cuento de hadas feminista”. Así describía ella misma su colección para la Primavera/Verano 2019, que dedicaba a las “mujeres en primer plano” con una estética de hombros marcados y trajes de dos piezas claramente ochentera. El vestido verde de Meghan pertenece a la colección Otoño / Invierno 2020 de la marca (es una versión del look 40 del desfile, que se presentó en la Royal Academy of Arts) que dotaba a las mujeres de un carácter más teatral, inspirándose en el armario de Dolores del Río, la carismática segunda mujer de Cedric Gibbons, el director de arte irlandés-estadounidense que trabajó en la industria del cine durante los años 1930-1950. Del Río fue, como Markle, una mujer a contracorriente: la primera actriz saltar del cine latinoamericano y alcanzar el éxito en Hollywood.
Markle ha completado el estilismo con un tocado del escocés William Chambers en el mismo color esmeralda y el bolsito Demi, de la diseñadora afincada en Nueva York Gabriela Hearst, a conjunto. Complementos impecables sin duda pero el detalle que no ha pasado desapercibido ha sido la combinación de su tono verde con el forro de la chaqueta de Harry, que un soplo de viento ha dejado por un momento a la vista. Coreografiados hasta el final, con este acto público ponían fin a una etapa de su vida dejando claro que están juntos en todo.
El color del futuro
La elección del verde no ha sido casual. De la misma manera que el rosa millenial ha quedado asociado a la generación de jóvenes que despertaron una nueva ola de feminismo, el verde es el nuevo código de vestimenta transformado en símbolo de protesta y representa la perspectiva esperanzadora y optimista de los adolescentes activistas de la Generación Z, algo muy necesario al pensar en el futuro. Tal y como Jane Boddy, responsable de color en el laboratorio de tendencias WGSN comentaba en Vogue España, el verde es un color que define nuestro tiempo, conecta con la naturaleza y con la preservación del planeta. Temas que se han convertido en grandes inquietudes a escala global y que la industria de la moda ha decidido, por fin, mirar de frente.
Verde es el color que sintetiza la lucha y el mensaje de Greta Thunberg, la activista sueca de 16 años que ha visualizado la gran preocupación de los adolescentes de hoy y que ha dado un gran toque de atención a los adultos, es la esperanza ante el apocalipsis de nuestra destrucción. Desde que en 1971 un grupo de manifestantes canadienses alquilaron un barco para hacer campaña contra las pruebas nucleares en Alaska y lo llamaron "Greenpeace”, el verde ya no es un sustantivo sino un adjetivo, algo que solo sucede con los grandes símbolos. A finales de aquella década ya identificaba una ideología que dio el salto a la política, con "Die Grünen" en Alemania, "Groen!" en Bélgica y "Les Verts" en Francia. Pero el verde, tan íntimamente a la sostenibilidad, hoy hace conexión con un espectro de lucha social mucho más amplio.
Verde es también el pañuelo dotado de un poderoso significado en Latinoamérica: un accesorio que las feministas adoptaron en 2003 Argentina y que desde entonces, mujeres de Chile, Francia, Colombia, Argentina, Brasil y México han adoptado este accesorio como símbolo del derecho a la legalización del aborto. Asido en el cuello, en la muñeca o como un complemento más, funciona como altavoz silencioso y colectivo: la actriz Yalitza Aparicio es uno de los rostros más conocidos en llevarlo. El verde es, también, un color que se integra bien otra conversación muy actual en Occidente: se trata una gama cromática neutra en términos de género. Ante los tradicionales azul niño o al rosa niña este tono expresa una realidad menos tipificada y más inclusiva.
La fascinante y mortífera historia del esmeralda
"El color en la ropa, especialmente los tonos brillantes, saturados y vibrantes, a menudo han sido muy simbólicos y reflejan el estatus de quienes los visten”, dice la Dra. Alexandra Loske, historiadora del arte, comisaria del Royal Pavilion & Brighton Museums, y autora del libro Color: A Visual Story, en Refinery29. Y entre todas sus posibles sombras, el pigmento esmeralda guarda un pasado tan fascinante como letal.
Algunos historiadores creen que fue precisamente la pared pintada de “verde Scheele” la que acabó con Napoleón Bonaparte en su húmeda celda de la isla de Santa Elena en 1821. Los vapores letales de arsénico de este pigmento inventado por un químico sueco cambiarían la historia y, sin embargo, dieron el salto a la moda. Como explica Victoria Finlay en The Brilliant History of Color in Art, hacia 1814 una compañía alemana llamada Wilhelm Dye and White Lead Company creó un pigmento que recordaba poderosamente a una esmeralda. La obsesión por este color joya fue alimentada por la aparición en 1864 de la emperatriz Eugenia de Montijo en la ópera con un flamante vestido en este tono que llegó a bautizarse como “verde París” y que tiñó prendas, paredes y sueños. Lo que en aquel momento no sabían era que aquel acabado era tan brillante como mortal. No fue hasta entrado el siglo XX cuando dejó de emplearse este elemento químico para teñir la ropa.
La historia pop ha terminado de canonizar este color por encima de otros tonos de verde. El collar desmontable de diamantes y esmeraldas de Bvlgari que Richard Burton regaló a Elizabeth Taylor (o el impresionante anillo de compromiso con una esmeralda de 63 quilates con el que se le declaró) escribieron las páginas con más glamour en el imaginario colectivo sobre las leyendas de Hollywood. Esmeralda es también el vestido elegido como el más bonito de la historia del cine: el que llevó Keira Knightley en Expiación y que ha servido para un sinfín de imitaciones en las sastrerías de todo el mundo. De otro verde intenso, diseñado por Versace, fue el vestido con el que Jennifer Lopez cambió Google para siempre.
La moda, que siempre responde a lo que está sucediendo en el mundo, lleva varias temporadas mirando con curiosidad al verde. Todo comenzó con el tono quirófano del desfile de Gucci en el otoño de 2018 que causó gran repercusión y que inició un movimiento verde (en estética y en mensaje) por el que transitan hoy otras firmas, como Jacquemus (menta natural), Balenciaga (flúor preapocalíptico), Prada (pistacho con nostalgia) o la propia Emilia Wickstead (esmeralda). En esta era en la que la moda es más política que nunca, vestir de verde puede ser una de las formas más airosas de renacer de las aguas más calientes.
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