Olivier Dassault, el señor de los aviones Falcon: Ana Botín es una mano de hierro en guante de terciopelo

Si usted tiene un jet privado, sabe perfectamente quién es él. Y si no, también, aunque de primeras su nombre no le diga gran cosa. Olivier Dassault (Boulogne-Billancourt, 1951) es uno de los dueños del Grupo Dassault, que fabrica, entre otros, los aviones Falcon que Pedro Sánchez utiliza a menudo para sus desplazamientos por la Península, costumbre que le ha valido en los medios el apodo de Falconetti. “Nunca me pronuncio sobre la forma en que nuestros clientes usan el avión más bonito del mundo”, me confiesa Dassault. “Entre políticos y empresarios hay un dicho: ‘No plane, no game’. Un avión te permite hacer cosas que de otro modo serían imposibles. Negocios, aprovechar el tiempo…”, sentencia este magnate cuya familia, con una fortuna de más de 20.000 millones de euros, es una de las 25 más ricas del mundo según Forbes.

Dassault aprendió a pilotar antes que a conducir y es además el presidente de Estrategia y Desarrollo del conglomerado familiar. Pero su presencia en España esta gélida mañana de otoño no obedece ni a sus gestas aeronáuticas ni a su papel como empresario. Tampoco a su rol como político del Partido Republicano de su país, sino a otra de sus múltiples facetas: expone sus fotografías en a Galería Marlborough de Madrid hasta el día 4 de enero. Como dice su buen amigo el marchante de arte Pierre Levai, “Olivier es un hombre del Renacimiento del siglo XXI que no tiene tiempo de no hacer nada”.

El industrial, cuya fortuna personal supera los 6.000 millones de euros, encarna a la perfección los valores de “independencia e impertinencia” de Francia que suele glosar en la prensa. “Mis raíces son profundas, y cada día se refuerzan un poco más. Creo más en la inteligencia de la nación que en una smart nation”, reza una de sus últimas tribunas. Su vida transcurre en un ambiente de inequívoca grandeur, entre las oficinas del Grupo Dassault, en las inmediaciones de los Campos Elíseos, la Asamblea Nacional y el castillo familiar en Gironde, en la región de Nueva Aquitania. Allí producen tres excelentes vinos tintos. Sin embargo, Dassault valora positivamente el croissant 100% madrileño que le han traído para desayunar. “Très bon!”, exclama mientras lo moja en el café con leche. En el bolsillo de su chaqueta de lana a cuadros asoma un pañuelo de seda estampada de Hermès. Los zapatos, hechos a medida en el taller de Bertino & Olivier de París —“Donde puedes elegir la pátina de la piel”—, son regalo de sus hijos. Me atiende sentado ante dos de sus obras, que crea desde hace 25 años con la misma cámara: una Minolta XD7 con la que manipula la luz con resultados sorprendentes.

—¿Cómo ve el futuro de Europa: como la imagen del fondo (Luisance, de 2008, una árida composición en blanco y negro) o como esta otra (Poésie Emmurée, de 2015, una vibrante explosión de violetas y amarillos)?
—Espero que con color —responde tras meditar un rato.

La entrevista transcurre al día siguiente de las Elecciones Generales del 10 de noviembre. “El resultado es terrible”, dice entre risas. “España es un país magnífico. Pero tiene un grave problema en Cataluña. Y los comicios han generado un pacto entre socialistas y comunistas, una ideología que solo gobierna en países como Corea del Norte, porque ya ni China es comunista. A ver qué proponen”.

—¿Qué opina del auge de Vox?
—La inmigración propicia los populismos de extrema derecha. Mi consejo es hacer política para calmar a quienes les votan porque tienen el coraje de decir que hay que regularla y que luchar efectivamente contra el yihadismo. Los populistas de extrema derecha no tienen programa, ni político ni económico. Su proyecto se resume en estar en contra de los demás.

—¿Qué le preocupa más, el populismo de extrema derecha o el de extrema izquierda?
—No es una cuestión de partidos, sino de los hombres y mujeres que enarbolen esa bandera. En ambos bandos los hay razonables, y los hay que están locos. Tengo una buena relación con Jean-Luc Mélenchon —líder del movimiento de izquierda radical Francia Insumisa—, aunque no somos amigos. Me llevo mejor con él que con muchos políticos del Frente Nacional. Pero Mélenchon está loco. Ha llegado a comparar la situación de los musulmanes en Francia con la de los judíos durante la II Guerra Mundial. Un disparate. Hay musulmanes completamente integrados. Y otros que son un peligro.

Su abuelo, Marcel Ferdinand Bloch —que inspiró el personaje de Laszlo Carreidas en los cómics de Las aventuras de Tintín, donde aparece como un millonario con pinta de indigente—, fundó la Société des avions Marcel Bloch en 1929. En 1944 fue detenido por la Gestapo y confinado en Bunchewald por negarse a colaborar con los nazis. Liberado en 1945, cambió su nombre y el de la empresa. Nació así Dassault Aviation, que se convirtió en las décadas siguientes en líder de la industria aeronáutica francesa con aviones militares como el caza Mirage 2000, el Mystère —el favorito de Alfonso Guerra— o el Rafale. Marcel murió en 1986. Olivier, el mayor de cuatro hermanos, era su nieto favorito. De su abuelo aprendió que los aviones más eficaces deben ser también los más bonitos. El patriarca de los Dassault fue además el impulsor de su carrera política.

Contó con la ayuda de un viejo amigo de la familia: Jacques Chirac. El presidente de la V República entre 1995 y 2007 fue el mentor de Olivier y el colega a quien presentarle a la novia del momento —la actriz Anne Parillaud, por ejemplo—. En junio de 1989, Chirac ofició su primer matrimonio con Carole, hija del político Georges Tranchant.

Si con Chirac, su padre político, la relación era de amistad y lealtad, con su progenitor, Serge, fue más fría. Quizá porque Marcel Dassault intentó nombrar heredero a Olivier y saltarse una generación. Serge Dassault murió en 2018 a los 93 años de un ataque al corazón que lo sorprendió en su despacho en los Campos Elíseos. Como Olivier, tuvo una intensa vida política. Entre 1995 y 2009, fue alcalde de Corbeil-Essonnes, a las afueras de París. Su trayectoria estuvo salpicada por los escándalos. En 2009, el Consejo de Estado invalidó su reelección por fraude electoral. Dos años después, su avanzada edad lo libró de ir a la cárcel por blanqueo y fraude fiscal.

Además, Serge Dassault fue uno de los principales valedores de Nicolas Sarkozy en su llegada al Elíseo. Lo apoyó desde las páginas del diario conservador Le Figaro, que el Grupo Dassault había comprado en 2004, lo que no impidió que el socialista Manuel Valls fuese el primero en lamentar su muerte. “Su nombre y el de su padre han brillado durante décadas en Francia y en el mundo entero”. Valls es un buen amigo de Olivier. “No tanto como para que me invitase a su boda con Susana Gallardo”, reconoce. “Pero hemos coincidido en otras, como la del príncipe Alexandre Poniatowski en Burdeos. Antes que diputado de derechas soy Olivier Dasault. No soy sectario. Hay que escuchar”.

Desde luego, no es un político al uso. En julio de 2017, cuando Emmanuel Macron anunció su intención de reformar la Constitución para, entre otras cosas, limitar el número de diputados y senadores y acotar su mandato y el de los alcaldes, Dassault intentó pararle los pies. “Le dije, como se lo estoy diciendo a usted: ‘Señor presidente, yo ya no soy joven, pero lo he sido, y nada sustituye a la experiencia. Usted será mejor en su tercer mandato, si llega. Yo empecé a ser buen diputado en mi tercer mandato y ya voy por el sexto. Si todo va bien, alcanzaré el noveno”. Además, redistribuye su salario entre su equipo. Dice que está en la Asamblea Nacional para facilitarle la vida a la gente —“Especialmente a los jóvenes. Quiero que puedan cumplir sus sueños”—. Él tenía tres: “Pilotar un avión, entrar en la Asamblea Nacional y ser fotógrafo. Si hoy estoy aquí es porque, efectivamente, he conseguido todo lo que quería”.

—¿Ha renunciado a muchas cosas para lograrlo?
—El tiempo es mi único enemigo (risas). Mi principal preocupación es aprovecharlo. Como decía el escritor austriacoStefan Zweig, “la pausa también forma parte de la melodía”. Por eso el trabajo en equipo es muy importante para mí. Tengo un muy buen equipo en política y en fotografía. Y un buen copiloto.

Durante tres años esa función recayó en el español Javier Medem, quien, cuando cumplió 18 años, empezó a trabajar con el empresario como su chico para todo. “No conozco a ningún artista billonario. Tiene una necesidad imperiosa de contar lo que siente. Le proporciona una enorme satisfacción vender y exponer su trabajo”, me dice Medem, un viejo conocido del rey Felipe VI, además de primo del cineasta Julio Medem y dueño de La Nava del Barranco, la finca en Ciudad Real donde cazan las grandes fortunas del mundo. El complejo cuenta con una pista de aterrizaje a instancias de Dassault, quien insistió, y mucho, en ello. “Es muy perfeccionista y tiene un carácter muy fuerte. Con el tiempo se ha dulcificado, pero aún recuerdo alguna bronca cuando, en una cacería, le pasaba por error las escopetas de su mujer”.

La caza es otra de sus pasiones. Edita una revista especializada, La Chasse. Suele presentarse en el puesto con dos o tres estuches con utensilios fotográficos. “El tío para de tirar y se concentra en la luz, en captar el momento”, cuenta Medem. En el campo manchego ha trabado amistad con el empresario Juan Abelló. “Una vez me dijo que tiraba como un español. Me hizo muchísima ilusión”, recuerda. También con el banquero Rodrigo Echenique —autor del catálogo de la exposición de Dassault en la Marlborough—, con Ana Botín —“Una mano de hierro en un guante de terciopelo”, me dice sobre la presidenta del BSCH— o con el banquero Carlos March, para quien realizó uno de sus primeros encargos: una serie de retratos de sus hijos. En los últimos tiempos, su estilo ha evolucionado a las composiciones casi pictóricas. “Mi referente es el sol. La luz que se posa sobre los objetos. Veo sus reflejos y logro abstraerlos”. Entre sus referentes, cita a Sarah Moon o a Richard Avedon. Acaba de comprarle una instantánea a Pedro Almodóvar. “Me encantaría conocerlo”.

Antes de despedirnos, saca de la cartera su foto favorita. Sale con su mujer, Natacha, sus tres hijos —Helena, Rémi, que ha heredado sus inquietudes artísticas, y Thomas— y su perro, Noisette. “Cada año, un amigo nos retrata y hago calendarios de bolsillo”, me cuenta antes de mi última pregunta.

—¿Qué le diría a alguien que tiene miedo a volar?
—Que lo haga conmigo. Tengo el récord de kiss landing (aterrizaje suave) y soy capaz de pilotar todos los modelos de Falcon.

Javier Medem da fe de su pericia, que resume de forma ilustrativa: “Olivier pilota de cojones”. 


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