Tom y Emily llegaron a Isla Balboa un 10 de enero de 1933. Sabemos que se alojaron en una casita de la avenida Garnet, después de llegar a la playa de Corona del Mar en una lancha propiedad de Marie McSpadden, dueña de la vivienda donde se refugiaron. Que el objetivo de la pareja era pasar unos días “sin interrupciones” lo sabemos por esa amiga, y por Los Angeles Times, que hacía frío y que la ínsula, un pedazo de tierra californiana que “conquistaron” pioneros como el confitero que inventó las chocolatinas Hersheys, estaba en esas fechas casi vacía, porque era invierno y porque aún no era el núcleo turístico en el que años después se convertiría.
Tenemos por tanto varios datos de aquel encuentro, pero ni un latido, algo que podría solucionarse hoy mismo, cuando la Universidad de Princeton abra este 2 de enero las cajas que contienen las 1.131 cartas que T.S. Eliot, premio Nobel de Literatura en 1948 y padre de la poesía moderna, le escribió durante 26 años a su amiga de juventud, Emily Hale.
Sobre lo que pudieran decirse, confesarse o prometerse una mujer y un hombre que tenían entonces 41 y 45 años no se sabe nada a ciencia cierta, a pesar de que sobre su relación se han escrito varias novelas y se han hecho muchas especulaciones. Además de la historia de amor que pudieran contener esas misivas, se trata de la serie de cartas más extensa conservada del autor, que tiene editados en el sello que él mismo dirigió, Faber & Faber, ocho volúmenes de epístolas. Pero ésta, embargada durante 50 años por deseo de la destinataria, es además una de las colecciones que permanece sellada más importante del mundo.
Flechazo y separación
Cuando se conocieron, Tom tenía 24 años y Emily, 21. Fue en Cambridge (Massachusetts) durante una representación teatral de Emma, de Jane Austen, en la que ambos participaron. Se gustaron enseguida, pero a pesar de la conexión, cuando él renunció al puesto de profesor que sus padres le habían conseguido en la Universidad de Harvard para irse a Inglaterra, apenas supieron uno del otro durante 12 años. Biógrafas como Lyndall Gordon cuentan que poco antes, él se declaró y le pidió matrimonio, pero ella no fue rotunda en su respuesta y él interpretó sus dudas como un “no”. La marcha a Inglaterra puso distancia entre ellos y ayudó a Eliot a empezar una nueva vida en todos los sentidos.
El reencuentro se produjo por carta en 1927, cuando Hale, ya profesora de Arte Dramático en el Scripps College de Claremont, escribió a su amigo para pedirle una lista de libros que recomendar a sus alumnos. Cuando recibió la petición, él ya era un crítico literario y un poeta conocido: había firmado La tierra baldía y La canción de amor de J. Alfred Prufrock, entre otras obras. Se había nacionalizado inglés y había abrazado con fuerza el anglicanismo. También era terriblemente infeliz. El motivo, su matrimonio con la también escritora, pintora y pianista Vivienne Haigh-Wood, con quien se había casado en 1915.
Sobre esa relación hay varias versiones y aún quedan zonas oscuras. Según Carole Seymour-Jones, en el libro Painted Shadow: A Life of Vivienne Eliot, la joven fue víctima de una sociedad y una familia –que acabó encerrándola en un sanatorio con el consentimiento de Eliot– incapaces de comprender a una mujer de su brío y su talento, a la que diezmaron y achicaron, aunque también es evidente por ése y otros trabajos, que arrastraba problemas graves antes de conocer a su esposo. Del mismo modo, tampoco está claro si él se cansó pronto de ella o es que solo se casó por conveniencia: quería tener un motivo para justificar su estancia en Londres antes sus padres y perder, por fin a sus 26 años, la virginidad, como le reconoció a un amigo en otra carta.
En el peor momento de esa relación, reapareció Hale, a quien Eliot retomó como una especie de hogar en la distancia, un lazo con sus orígenes, el de los Boston Brahmin, una élite formada por miembros de la clase alta asociados a la universidad de Harvard, el anglicanismo y el exclusivo Club Somerset para caballeros. Su familia, como la de ella, descendía de los colonos que llegaron en el Mayflower y el Arabella procedentes de Europa: eran por tanto, parte de la aristocracia bostoniana. Pero además de las coincidencias de clase, formación e intereses, Tom y Emily se gustaban. Por eso, ningún investigador cree que la profesora, necesitara realmente que Eliot le hiciera una lista de lecturas, pero al pedir ese cable, la joven resucitó un vínculo que los mantendría unidos hasta 1956.
Exquisito y apático, también con las mujeres
Con la relación retomada, la pareja empezó a verse en los viajes ocasionales que él hacía a su patria de origen y los que ella organizó a Inglaterra a partir de 1930 cada verano. Sus anfitriones eran el reverendo John Carroll Perkins y su esposa, que tenían una casita en Chipping Camden, un pequeño pueblo ubicado cerca de los montes Cotswold, a unos 150 kilómetros de Londres, desde donde viajaba Eliot para encontrarse con ella. Si hacemos caso a sus cartas a otras personas y las biografías, su renovada fe y su puritanismo de origen, le habrían impedido mantener una relación paralela mientras vivió su esposa Vivienne, pero cuando consiguió romper el vínculo legal, Eliot le dio un anillo a Emily con la promesa de que cuando fuera completamente libre, se casaría con ella.
La relación de Eliot con las mujeres está ampliamente tratada en la biografía de Gordon, también en numerosos estudiosos y se pueden deducir no pocos detalles recogiendo citas de la gente que lo conoció de cerca. Bertrand Russell, por ejemplo, dijo de él que era "exquisito y apático" para añadir a continuación que Vivienne, alegre y hiperactiva, se casó con él con la intención de estimularlo, pero nunca lo logró y acabó teniendo un affair con Russell. De la vida sexual de Eliot también se ha escrito mucho, como del voto de castidad que adoptó cuando era evidente que su relación con Vivienne estaba rota y por eso no extraña a nadie que su historia con Hale pudiera ser solo platónica.
Lo que está claro es que rara vez dio la cara por sus parejas. Tampoco ante otras féminas. Lady Ottoline Morrell, la misma que le abrió las puertas a ese cogollo de intelectualidad que fue el Círculo de Bloomsbury, no soportaba a Hale: "No entiendo qué ve Tom en ella". Pero el ejemplo más elocuente está en Virginia Woolf, que siempre tuvo un mal comentario a mano para las parejas de Eliot. Del célebre "bolsa de hurones que lleva Tom alrededor del cuello" que escribió en su diario para referirse a Vivienne, la manera con la que se refería a Emily también era despectiva: "La rica dama esnob americana de Eliot".
La reacción de Eliot ante esos desaires era actuar como si no fueran con él. No es una actitud extraña si se tiene en cuenta que fue su enorme talento pero también una forma de discreción rayana a veces en la cobardía lo que llevó a un extranjero al que el Círculo de Bloomsbury veía demasiado recatado –"ahí viene Tom con su traje de cuatro piezas", decía burlona Woolf–, a imponerse a todos ellos.
La ensayista y cuentista estadounidense Cynthia Ozick en Fame and Folly va un paso más alla en la descripción de ese carácter. "Puede resultar vergonzoso observar esa reverencia casi universal a un inglés falso, autocrático, inhibido, deprimido, bastante estrecho de mente y considerablemente intolerante, especialmente si somos lo suficientemente mayores para haber formado parte de esa ola de adoración. En su persona, si no en su poesía, Eliot era, después de todo, una falsa moneda". Esa mezcla de interés y pusilanimidad, que sin embargo alternaba con cierta arrogancia, se puede apreciar en la imagen que aparece bajo este párrafo. En ella, Vivienne aparece cabizbaja y como repudiada por Eliot y Woolf, casi ufanos. Y parece claro de qué lado está su esposo.
Un año cerca
Con ese hombre, aún casado, se encontró Emily en 1933 en la Isla Balboa, en la costa de Newport, California. Eliot había aceptado ocupar la cátedra Charles Eliot Norton durante el año académico 1932-33 y planearon encontrarse en mayo. Ella había adquirido cierta relevancia entre el profesorado de Scripps, una universidad para chicas fundada en 1926. Allí las alumnas, la adoraban y la retrataron para Lyndall Gordon como una mujer vitalista y una docente entregada. Aunque era recta, no era en absoluto apática, y si se dedicó a la enseñanza del arte dramático fue porque en su casa no vieron con buenos ojos que hiciera carrera como actriz.
En su anterior trabajo, en el Downer College, en Milwaukee, había adquirido cierta fama por sus representaciones de obras de Shakespeare, que organizaba cada mes de junio en un teatro al aire libre propiedad de la universidad. ¿Estaría Emily de acuerdo, como escribió su amigo, en que Hamlet era un "fracaso artístico"? ¿O entendería, como explica Andreu Jaume en el prólogo de La aventura sin fin, que el planteamiento de Eliot era una provocación destinada a mover los cimientos de la crítica literaria en la que quería colarse? ¿"Hablarán" también de eso en las misivas que están a punto de desvelarse?
En aquel año de regreso, ni las biografías más escépticas sobre la capacidad de amar de Eliot descartan que el motivo principal de ese viaje fuera verse con Emily. Además de las ganas que expresa en otras cartas, está el hecho de que Eliot accede a quedar con ella en Californa, una zona que detesta: "horrible" o "pesadilla" son apelativos que emplea para referirse a una tierra que calificó como uno de "los dos grandes errores de EEUU". El otro era Nueva York.
Otro dato que demuestra el deseo de ver a Emily es el número de sobres que le envía: 100 en 1932 y 64 en 1933. El ritmo fue bajando a partir de 1940, hasta llegar al mínimo de 15 envíos que recibió Emily en 1949. Dos años antes, Vivienne había muerto en el sanatorio mental en el que había sido ingresada. Eliot quedaba así libre para casarse, pero no lo hizo con Emily sino con Valerie Fletcher, 38 años más joven que él y una de sus secretarias en Faber & Faber.
Mary-Kay Wilmers, editora y propietaria de la London Review of Books también fue secretaria de Eliot en la editorial. Llegó a esas oficinas cuatro años después de esa última boda, pero tras indagar en esa historia con gente que la vivió de primera mano, hizo este punzante comentario sobre las intenciones de Valerie: "Todos sabemos ahora que había decidido casarse con él mucho antes de llegar a Faber, algunos también sabían que ella guardaba un par de zapatos blancos en un cajón de su escritorio para usarlos cuando él la llamara a su habitación".
La relación de Wilmers con Eliot, tal como explicó en Vanity Fair nunca fue buena. Algunos detalles que aporta hablan de un hombre un despótico, más que seguro pagado de sí mismo. En esos desencuentros influyó que, al ahondar en la historia con Vivienne, Wilmers sintiera más simpatía por ella que por Eliot. "Quizá estaba loca, o quizás enloquecida, pero estaba claro que no era una mujer que cediera".
Ninguna de las parejas de Eliot fue débil del todo, pero todas acabaron engañadas. También Mary Trevelyan, con quien tuvo un romance que él rompió el mismo día que anunció su enlace con Valerie. Tras conocerse esa noticia, también Emily fue ingresada en una clínica a causa de una crisis nerviosa. Las cartas fueron desde entonces menos frecuentes, hasta que dejaron de llegar en 1957. Emily, como las demás, también acabó reducida a unos cuantos versos y por eso aún hay estudios y artículos que hablan de ella como "musa".
Aún sin saberse el contenido de las cartas, fue algo más que eso, aunque es imposible no "verla" en el primer poema de Cuatro cuartetos: Se titula "Burnt Norton", nombre de una mansión abandonada en los Costwold, lo escribió en el verano de 1936 mientras visitaba a Emily y no es mucho aventurar describir esas líneas como la descripción de una relación no consumada: "Las pisadas resuenan en la memoria/ Bajando el pasillo que no tomamos/ Hacia la puerta que nunca abrimos/ A la rosaleda. Mis palabras resuenan/ Así, en tu mente"
Cartas quemadas
Poco antes, Emily había hablado con el profesor de Willard Thorp, fundador del Programa de Estudios Americanos de Princeton con la intención de donar las cartas de su amigo para que los investigadores pudieran indagar en su vida y su obra. Además de amigo de Hale, Thorp fue también el artífice de que su universidad se hubiera hecho en su día con parte de los archivos de Francis Scott Fitzgerald. Hale lo conusultó con Eliot, que no se negó pero tampoco mostró mucho entusiasmo. La condición que puso ella es que nadie pudiera verlas ni abrilas hasta pasados 50 años del fallecimiento del que más tarde muriera de los dos. Eliot lo hizo el 4 de enero de 1965 y Emily, el 12 de octubre de 1969, por lo que ese embargo caducó en octubre pasado, pero William S. Dix, bibliotecario entonces de la Universidad de Princeton, dio de margen hasta el 2 de enero de 2020 para que diera tiempo a los archiveros a procesar y catalogar el material.
Hoy ha llegado el día en que empezará a saberse qué hubo y qué se dijeron dos personas unidas durante 33 años a través de visitas esporádicas y sus cartas. Sin embargo, investigadores y lectores solo tendrán una versión de la historia que desvelen esos textos, pues las respuestas de Emily no se conservan. Eliot, que no quería que se escribieran biografías sobre él cuando muriera, no pudo evitar que Emily donara la correspondencia compartida con él durante toda una vida, pero sí escatimó a la posteridad una parte. Según explicó Peter du Sautoy, compañero de Eliot en Faber, en 1963 le dio una caja de metal llena de cartas bien embaladas y le pidió que las quemara sin mirarlas. Y eso es lo que hizo Du Satoy con las que, todo parece indicar, eran las cartas que le escribió a él Emily Hale.
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