Artículo publicado originalmente en mayo de 2019.
Fue al aire libre, con más de 5.000 asistentes y retransmitida en directo por la radio. La boda de Patxi Andión y Amparo Muñoz, celebrada el 16 de mayo de 1976 en la ermita del señorío de Andión, en Navarra, parecía por momentos una romería popular. La fama de los contrayentes había atraído multitudes, como era de esperar: ella era una de las mujeres más bellas del mundo, ratificada con el título de Miss Universo dos años atrás y reconvertida en actriz de prometedora carrera; él, uno de los cantautores en boga del momento, famoso por sus canciones contestatarias y su compromiso izquierdista. Se habían conocido solo tres meses antes, y algunos amigos les habían recomendado no casarse, sabedores de que aquella relación no saldría bien. Pero en aquel momento, subidos a una tarima en medio del campo, vestidos de blanco y apasionadamente enamorados, formaban la imagen perfecta del atractivo y la felicidad. Pronto todo saltaría por los aires.
El director Eloy de la Iglesia fue de los primeros en notar que entre los protagonistas de su película La otra alcoba pasaba algo fuera de cámara: “Tras las tiranteces de la pareja había una terrible atracción física”, declararía. El filme está lleno de escenas tórridas en las que la pareja se besa en la ducha, en la cama o se revuelca sobre un charco de gasolina en el contexto de una llamativa fantasía sexual. La ficción se volvía realidad y Amparo y Patxi se casaban apenas un mes después del estreno de la película. La otra alcoba funciona como curiosa metáfora de las vidas reales de sus actores: Amparo es Diana, una bella mujer casada con un millonario estéril que inicia una aventura con un rudo empleado de gasolinera con el objetivo de quedarse embarazada. En la vida real Amparo venía de una humilde familia de Vélez-Málaga, pero su belleza había funcionado como pasaporte hacia otro mundo, el de los ricos y poderosos, que escondía un lado oscuro y de explotación de los débiles que Eloy de la Iglesia sabía captar muy bien. Solo que en la vida real la débil era ella. Patxi Andión procedía de un entorno que había sufrido el yugo del franquismo de forma muy honda, y encarnaba en aquellos días de la transición el ejemplo puro de rojo, del cantautor clásico que clama contra la represión y pide libertad. Antes de su boda los periodistas le preguntaban si haría la concesión de ponerse una corbata para el enlace. Durante la ceremonia, Andión expresaba sus dudas de fe, lo que provocó una queja posterior del obispado. El cantante reconocería incluso haber militado en el FRAP, un grupo armado de extrema izquierda por el que había pasado dos años exiliado en Francia.
Que un hombre con esos intereses intelectuales y políticos se casase con una exmiss provocaba entonces y ahora, escepticismo. “Se me criticó mucho desde la militancia”, contaría él años después, “pero hubiera hecho lo mismo si hubiera sido la hija del portero, aunque evidentemente ella no era cualquier mujer”. Era la mujer más guapa del mundo, nada menos. Las participantes de los concursos de belleza con mayor sensibilidad viven a menudo una situación esquizofrénica. Se las alaba por su físico, que es el camino por el que pueden acceder a una vida mejor, pero se las menosprecia y ridiculiza por eso mismo. Tienen que demostrar que no son solo una cara bonita y que la humildad está por encima de su evidente atractivo, no deben pasarse de orgullosas ni de creídas aunque a su alrededor todo el mundo les repita lo guapísimas que son. El Informe Semanal del 73 que la anunciaba como la Miss España de aquel año (tras vencer a una Miss Madrid que “iba a por todas” y tiempo después sería conocida como Norma Duval) la presenta poniendo la mesa de su casa, y a su padre le preguntaban si ayudaba mucho a su madre con las tareas domésticas .
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Para entonces, ya había recibido ofertas para dedicarse a la prostitución de lujo. “No se anduvieron con muchos rodeos”, contaba en sus memorias La vida es el precio. “Los argumentos eran sencillos y directos: “Ganarás mucho dinero, nadie tiene por qué enterarse… La propuesta partió de una mujer muy conocida en las altas esferas de la sociedad madrileña”. Cuando la taquimecanógrafa y secretaria Amparo Muñoz acudió a Manila para el concurso de Miss Universo 1974, se encontró con una nueva escala de lo ya vivido, con orgías y bacanales entre las participantes y poderosos hombres de negocios y políticos. Estaba claro lo que se esperaba de ella. En el vídeo de la gala, el presentador le pregunta si habla inglés, a lo que ella responde que no, y él chapurrea español preguntándole por su padre, boxeador,y si le gustan los boxeadores. Cuando ella se lanza a contestar, él responde en inglés “Si yo hablo inglés despacio, usted hable despacio también, ¿ok? Solo asienta con la cabeza”. Momentos después, cuando la joven Amparo vuelve a explayarse en su respuesta, él hace un chiste a su costa, “Oh, ya lo ha olvidado de nuevo”, ante las risas del público. Tiempo después, diría Amparo: “Me parece denigrante el ser Miss. Aunque debo aclarar que yo respeto mucho personalmente a las misses, pero me molesta todo lo que rodea y trae consigo”.
A ella le trajo desmayos, ansiedad, insomnio y un diagnóstico de depresión nerviosa que la empujó a abandonar la corona apenas seis meses después de su nombramiento. De hecho, la arrojó por una ventana y como era bisutería, se rompió en mil pedazos. Fue un escándalo mayúsculo, y junto a la corona de oropel, Amparo renunció al dinero y los contratos que le quedaban por cumplir. Le daba igual, porque tenía un deseo: continuar con su incipiente carrera en el cine, iniciada cuando el productor José Luis Dibildos la vio por televisión y le ofreció su debut en Vida conyugal sana, en un papel sin diálogo de fantasía romántica de José Sacristán (el españolito medio soñando con Miss Universo). Pronto se convirtió en uno de los rostros de la llamada “tercera vía” del tardofranquismo, auspiciada por Dibildos: en Tocata y fuga de Lolita mostraba su vis cómica –a la vez que su cuerpo–, y en Clara es el precio se ponía a las órdenes de Vicente Aranda para rodar la inverosímil historia de una virgen casada que rueda películas porno clandestinas. De nuevo, Amparo enseñaba los pechos, reclamo obvio para el público. “Me parce que se ven un instante, nada más”, recordaría Vicente Aranda, “se podían haber visto más, pero lo eliminé del montaje (…). Yo no tenía mucha confianza, pero luego resultó que la película fue un verdadero éxito. Posiblemente sea mi película de mayor éxito en cuanto a número de espectadores”. Además de un éxito de taquilla, Amparo salía de Clara es el precio con su primer novio famoso, el galán Máximo Valverde. “Fue muy buen amante, muy cariñoso, y era tan guapo… Cuando me miraba o me tocaba, lo hacía limpiamente”, contaba Amparo sobre su romance.
En su siguiente película, de prometedor nombre Sensualidad, formaba pareja con Fernando Fernán Gómez e interpretaba a una prostituta de lujo que había asesinado a su padrastro por abusar de ella, mientras en la vida real tenía que esquivar como podía el acoso del director Germán Lorente. Ya en el 76 llega La otra alcoba. El joven y crítico Patxi Andión daba sus primeros pasos en el cine y parecía perfecto para encarnar a un héroe de clase obrera que es, en cierto modo, explotado sexualmente por una pareja de millonarios. “Era muy atractivo, vestía como muy de pueblo, con el pantalón de pana y la camisa a cuadros. Yo quería un compañero, un hombre bueno como mi padre”, evocaría Amparo. Y pocas cosas encarnan mejor el tropo de la masculinidad protectora y noble que un vasco de voz profunda vestido con camisa de cuadros y pantalón de pana. “Me quedé prendada de aquella mezcla de deseo y sentimiento que no tenía nada que ver con los besos que había recibido hasta ese momento”.
A pesar de la conexión física, pronto quedó claro que como pareja, Paxti y Amparo eran incompatibles. El cantante es expeditivo al hablar sobre el tema: “Yo decidí casarme con una persona con la que entendí que se podía iniciar un proyecto de vida que, efectivamente, rápidamente se descubrió que no, porque en catorce meses de matrimonio nos separamos cuatro veces”. Amparo fue más concreta y dura en sus memorias: “De Patxi solo tengo malos recuerdos. Lo pisoteó todo: mis ilusiones, mis inquietudes, mis anhelos, mi amor. Me anuló”. Además, se produjo una siniestra coincidencia con lo que le ocurría a su personaje de La otra alcoba: en la película, Diana se quedaba embarazada, pero sufría un aborto y a partir de ahí se desencadenaba una depresión. En la vida real, Amparo se quedó embarazada al poco de casarse, pero al tercer mes, sucedía esto: “Los primeros dolores se presentaron una noche. Como estábamos enfadados, no le dije nada. Cuando a mediodía no pude aguantar más, nadie me hizo caso. Al tercer día, no había forma de controlar la hemorragia. Intentaba no quejarme. Pensaba que si me hacía la fuerte, tal vez podría salvar al niño. Patxi, por supuesto, no estaba en casa”. Con 22 años, la actriz sufre una depresión y no encuentra apoyo en su ya renqueante matrimonio, y hasta apoda a su marido “El triste”.En una entrevista años después aduciría además disparidad de criterios sobre el trabajo: “No me dejaba desarrollarme. En aquel momento me llovían los contratos, pero empezó a crearme una inseguridad tremenda diciéndome que era mala actriz. Me cortó las alas”. En otras entrevistas volvería a incidir sobre esa percepción: “Siempre me decía que yo no era una buena actriz y que lo único que buscaban los directores de mí era mi físico, que saliera en pelotas”. Se podría ver en aquellos reproches el tópico de hombre de los 70 muy comprometido políticamente pero en el que el machismo más ramplón seguía vivo y coleando. En la revista Pronto señalaban que él “en un tiempo declaró que Amparo era casi analfabeta y él había intentado en vano culturizarla”.
Con la pareja ya rota de forma inexorable, Patxi inició una relación con Gloria Monis (exnovia de Palomo Linares),con quien acabaría casándose, y Amparo empezó a salir con el director y productor Elías Querejeta, en sus palabras, una de las mayores influencias de su vida. Sus dos años de relación, del 77 al 79, pasaron desapercibidos para el gran público, ya que a diferencia de su matrimonio, apenas salieron en prensa. Formaron una pareja más o menos estable en la que, un poco a modo de Pigmalión, él la animaba a leer, aprender y la protegía en lo profesional. La ayudó a conseguir papeles de más enjundia como el de Mamá cumple 100 años, de Carlos Saura, de cuyo carácter durante el rodaje contaba la sincera Amparo en su autobiografía: “Me refugié detrás de la silla de Rafaela Aparicio mientras él gritaba como un poseso. Para no dar más rodeos, diré que, descompuesta, me cagué en las bragas”.
Querejeta se mantuvo como un buen amigo durante el resto de la vida de Amparo, aunque su romance terminó cuando durante el rodaje de la película El tahúr, Amparo se enamoró del mexicano Tomas Farkas. Ahí se inicia un breve pero triste episodio en la vida de la actriz; tiene una aventura con un piloto, se queda embarazada pero después de un ataque de celos en el que el piloto la amenaza y aunque Farkas se ofrece a hacerse cargo del niño, decide abortar.“Tuve que pasar por la consulta de ocho médicos para poder abortar. Todos pretendían acostarse conmigo antes”. Después del aborto, Farkas la rechaza y Amparo decide volver a Madrid. Es entonces, en el 81, cuando aparece Flavio Labarca, un dudoso empresario chileno de aspecto atractivo y en apariencia loco por ella. “Quién iba a sospechar que un hombre tan atento, tan cariñoso, tan diferente a los que había conocido hasta entonces me haría descender hasta el abismo”.
En un viaje a Venecia, Flavio le ofrece una mezcla de heroína y cocaína sobre la lona de una góndola: “No seas tonta, pruébala. No te va a pasar nada. Verás lo bien que te sientes”. Amparo probó, y la consiguiente adicción a la heroína marcó el resto de su existencia. Es inevitable no ver en su trayectoria un camino análogo al de tantos compañeros de generación que se convirtieron en yonkis en aquellos años (de hecho, en el mismo 81, Amparo vuelve a trabajar con Eloy de la Iglesia y el Pirri, dos heroinómanos confesos, en La mujer del ministro), pero Amparo rechazó cualquier victimismo sobre el asunto: “Sí, él me inició, pero uno se mete en la droga porque quiere. Empecé a tontear por desconocimiento, por falta de información. Tuve muchas decepciones personales y profesionales, lo pasé mal y me agarré a eso. Que tuviera éxito y que fuera guapa no significaba que fuera feliz. Poco a poco me fue pesando que a los directores les importara un bledo si lo hacía bien o mal. Sólo con la belleza les bastaba. Querían dejarme en bolas a toda costa”.
Esa es la otra constante en la vida de Amparo Muñoz; siempre que se habla de ella se menciona el título de Miss Universo y la adicción a la heroína, que dan pie para escribir largas peroratas sobre los juguetes rotos, pero se obvia algo más sutil perotambién presente: la explotación sexual y laboral a la que fue sometida por tantos hombres en su vida. Se habla de la maldición de la belleza como si eso fuese un castigo divino inevitable, sin pensar en quiénes logran que ese don se vuelva para muchas mujeres tanto una oportunidad como una desgracia. Para muchas mujeres de su época, sobre todo entre las actrices, el abuso de diversa intensidad era el peaje que había que pagar por ser tan hermosa, ya fuera en forma del desnudo “por exigencias del guion” que pedía siempre el destape –“a veces los desnudos se rodaban a lo bruto; era como una violación continua” diría ella– o como puro y duro intercambio de sexo por trabajo. “Hay un momento en el que no puede soportar que todos los babosos del mundo, con la excusa de darte trabajo, lo que quieran sea acostarte contigo”, resume Carlos Ferrando, jefe de prensa de varias películas de Amparo Muñoz: “Yo he visto a Amparo llorar infinidad de veces porque yo decía, “Chica, estate contenta, si te ha salido una película”, y ella decía, “Ya, acuéstate tú con él”. A todo esto se le sumaba la inseguridad sobre su propio aspecto, que ella misma relata: “Empecé a verme guapa cinco años después de ser Miss Universo. Un día, Antonio Asensio, el que fuera presidente del Grupo Zeta, me invitó a una cena y me ofreció un contrato de cinco películas. Aquella misma noche, cuando llegué a casa, al quitarme el maquillaje me dije: “Coño, pues realmente no estoy nada mal”.
Los ochenta fueron para la actriz años de decadencia sin control. Se mudó durante un tiempo a a Manila, la ciudad donde la habían nombrado la mujer más bella del mundo, para vivir de forma cómoda junto a Flavio. Llegaron a casarse en Bali en una exótica y colorida ceremonia sin ningún tipo de validez legal en España. Consiguió romper con él en el 84 y mantuvo un affaire con Antonio Flores que contó así en sus memorias: “Antonio Flores me gustaba, tuvimos una intensa amistad. Creo que yo le gustaba como mujer. A mí también me gustaba Antonio, era muy sensual y tenía un cuerpo precioso”. Amparo seguía consumiendo heroína, lo que provocaba frecuentes peleas, conflictos y dramas en los rodajes de las películas en los que seguía trabajando. En el 87 se hizo pública su detención durante una redada antidroga en Barcelona; en el 89 unos desconocidos le propinaron una paliza por un ajuste de cuentas; se había abierto la veda contra ella. En 1990 desde la portada del Ya, Rosa Villacastín afirmaba que Amparo Muñoz se estaba muriendo de sida. “Pánico entre los famosos”, titulaba Tribuna a rebufo,en algo similar a lo sucedido años atrás con el anuncio de la enfermedad de Rock Hudson. La actriz tuvo que salir en La máquina de la verdad desmintiéndolo con unos análisis médicos que demostraban que no la noticia no era cierta.
Según ella, aquel rumor sobre el sida le costó ocho años de quedarse en casa sin trabajar, aburridísima y con mermados ingresos. Ahí surgió la idea de una tercera boda con su novio, Víctor Rubio: “Estábamos pasando por un momento económico muy difícil. Mayka Vergara y su marido pensaron que la venta del reportaje sobre la boda podría proporcionarnos algo de dinero. Aceptamos, aunque luego me arrepentí muchísimo. Mientras estuvo conmigo no dio golpe”. Con Víctor, Amparo había logrado dejar atrás la heroína pero cambiándola por la cocaína, a la que él también era adicto. Se separaron en el 93 y en un giro sorprendente –o no– Amparo se desenganchó del todo de las drogas y se convirtió al budismo, llegando a trasladarse a un retiro budista durante meses para encontrar esa estabilidad que le había sido tan esquiva y que finalmente pareció alcanzar.
¿Y Patxi Andión? Tras romper con Amparo volvió al cine en el 82 con Asesinato en el comité central, de Vicente Aranda, donde interpreta al Pepe Carvalho creado por Manuel Vázquez Montalbán. En esa película el famoso detective investiga el asesinato de un trasunto de Santiago Carrillo en una Madrid que hierve de conflictos políticos e intrigas de la transición. El personaje sufre los envites de la violenta policía heredera del franquismo, de la CIA y tiene vitriolo y cinismo para el mismo partido comunista. Algo de ese descreimiento lo llevaba consigo también para entonces Paxti Andión. Le siguieron otros papeles en películas (escribió una canción para La estanquera de Vallecas) y series de televisión, incluida una adaptación de una novela escrita por él mismo, La virtud del asesino. Siguió publicando de forma esporádica libros y discos, se convirtió en profesorde comunicación audiovisual en la Universidad de Cuenca y, en un broche insólito, en defensor de la caza con pocas esperanzas de que la visión negativa que tiene la mayoría de la población sobre ella cambie con el tiempo. Hoy, Patxi Andión se prodiga poco en medios a la vez que lleva una vida estable de profesor y artista tan crítico con las estructuras de poder como lo era en su juventud. De Amparo apenas ha vuelto a hablar jamás.
Los últimos años de ella son más conocidos. Después de la conversión al budismo, apareció en películas como Familia, de Fernando León de Aranoa, ante el aplauso de la crítica, a la vez que seguía frecuentando platós de televisión para hablar de romances del pasado o del presente, algunos tan llamativos como el que mantuvo con Rafa García, hermano de Dinio. La vejez no fue benevolente con Amparo,que sufrió dos aneurismas y tuvo que ser operada de una malformación en el cerebelo que casi la deja paralizada. Las cámaras la grababan tambaleante y deteriorada en su Málaga natal, delgada y consumida. “La vida es muy justa y te da golpes para que aprendas”, decía ella misma con resignada filosofía, y sobre sus desamores, no eludía su responsabilidad: “No todo lo que he vivido ha sido una mierda. Si he estado con ellos es porque me han hecho vibrar”. Sin embargo, pese a los años de desenfreno, su final no fue consecuencia directa del consumo de drogas, sino de un tumor cerebral que se la llevó en 2011, a los 56 años. Medios y público recordaron entonces sus años como la más guapa de España y del Universo, evocando el estereotipo de la chica de familia humilde que logra alcanzarlo todo y acaba destruyéndose, lamentándose por esa juventud y lozanía perdidas. Amparo ya había sido más escéptica sobre sí misma y su leyenda: “En un momento de locura llegué a decirme: me rajaría la cara. La belleza me abrió puertas, pero también me acercó al precipicio”.
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