Llega a las carteleras una nueva versión de Los Ángeles de Charlie, que promete darle un giro feminista a la franquicia que adolecía de “tufillo” machista. Las pizpiretas heroínas, que tan feministas y empoderadas parecían en los 70, estaban más entrenadas en enseñar escote a babeantes machirulos para lograr sus propósitos que en enarbolar la bandera de un feminismo que huye como del demonio de la cosificación.
Esta película pretende ser un ajuste de cuentas y para que el heteropatriarcado no meta su zarpa, la dirección tiene nombre femenino: el de la actriz Elisabeth Banks, que engrosa una raquítica lista de mujeres realizadoras. Porque ¿cuántas mujeres directoras de cine recordamos así, a bote pronto?
El primer nombre que surge ante la pregunta es el de la oscarizada Kathryn Bigelow, que es a la realización lo que es lo que Marie Curie a la ciencia: la única fémina recordada en un campo de testosterona. Y esto nos lleva a preguntarnos: ¿cuándo y por qué accede una mujer a la silla de directora?
Lamentablemente, la tendencia actual es “cuando vende”, “cuando es políticamente correcto”, cuando se considera que el film requiere “un toque femenino”. Tamaña majadería (la elección de un director o directora tendría que deberse a su talento y no a cómo les defina su entrepierna) ha posibilitado que algunas mujeres accedan a la realización de films de gran presupuesto. Porque esa era otra: directoras indies con películas de bajo presupuesto siempre ha habido, aunque en una proporción mucho menor a la de hombres. Pero a la que el montante de la cinta engorda en ceros, adelgaza en féminas.
En este sentido, la que ha batido todos los records ha sido Patty Jenkins, que con Wonder Woman, se convirtió en la primera realizadora que dirigió una película de 150 millones de dólares de presupuesto. Su nombre era un reclamo ideal para la heroína feminista de DC. Pero ella es más que un reclamo: en 2003 había dirigido la premiada Monster y pese al éxito se pasó más de una década, mano sobre mano, dirigiendo algún capitulillo para la televisión hasta que le ofrecieron este proyecto.
Anna Boden fue la primera que dirigió una película de Marvel, Capitana Marvel, que a su vez era el primer film de la saga que protagonizaba una heroína. Lo hizo conjuntamente con su marido, Ryan Fleck y la prensa aplaudió alborozada tanto feminismo estético, a lo que ella contestó: “¿Cómo es posible que una de las franquicias más exitosas de nuestra historia reciente no diese empleo ni a una sola mujer directora en un total de veinte películas?”.
Otra saga, esta vez de cinco películas, que cuenta con solo un nombre femenino es la de Crepúsculo. Catherine Hardwicke dirigió la primera entrega, que era un poco para “probar” qué pasaba. Cuando arrasó en taquilla y la cosa se puso seria, pusieron a Hardwicke de patitas en la calle y optaron por otros tres directores para el resto de films.
A la australiana Alethea Jones la fueron a buscar, pero un poco tarde. Cansada que nadie le produjera sus cortometrajes, acabó haciéndolo ella misma y demostró que tenía razón ganando varios premios. Entonces tuvo la suerte de que se buscaba a una mujer para dirigir “Juerga de mamis”, pues no quedaba bien que lo hiciera un hombre de pelo en pecho. Y ahí ha encontrado su nicho de mercado, pues el siguiente proyecto también queda mejor si lo dirige una fémina, se trata de la película Barbie, que protagonizará Anne Hathaway.
Pero por mucho que la resaca del #metoo haya conseguido que algunas directoras puedan gritar “acción” aún queda mucho como hacer. Porque tal y como afirma Greta Gerwig, directora de la exitosa Lady Bird(2017) y de Mujercitas (2019): “Este años las películas dirigidas por mujeres han sido un 4%. Hablo de las 100 primeras en éxito de taquilla. Pero estoy segura de que esos números van a cambiar y que llegará un día en el que no habrá diferencia de género. No seremos directores o directoras”. Así sea.
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