“Una serendipia es un descubrimiento o un hallazgo afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta. También puede referirse a la habilidad de un sujeto para reconocer que ha hecho un descubrimiento importante aunque no tenga relación con lo que busca. En términos más generales, se puede denominar así también a la casualidad, coincidencia o accidente”. Eso es lo que dice Wikipedia, vaya. Y también la película que lleva por título ese mismo sustantivo y cuenta una historia donde las casualidades de la vida llevan a John Cusak y Kate Beckinsale a tener un final cliché de comedia romántica made in Hollywood. Y también tú cuando das misticismo a alguien nuevo que has conocido y que te hace tilín.
Una viene queriendo entender, tras recordar esta –como tantas otras– comedia romántica de principios de los 2000 que, cuando «aparece» alguien y no lo estabas buscando, esa persona es la verdadera, la del «para-siempre». Antes de entrar en esto, partamos de una base sólida aunque ya la sepas: nada es para siempre. ¿Puede serlo? Sí, pero no es lo general, no es lo que la sociedad establece o lo que el matrimonio, en términos de pareja, ha de suponer. El hecho de que se acabe una relación es de lo más corriente, algo que debería primar como natural. Hemos de tener muy claro que el amor puede evolucionar pero también puede terminarse. ¡Y no pasa absolutamente nada! Todo se supera, y de esa superación salimos reforzados para afrontar nuestras próximas relaciones. Sobre este cimiento podemos recrearnos en el amor serendipia. Y, ¿esto qué es?
Aplicándolo como en la película de 2001, pero en la vida real y sin la pista de hielo de Central Park, es esa persona que aparece, que te gusta, y que no estabas precisamente buscando. Y, ¿por qué este tipo de amor es el que más dura? ¿Es que acaso hemos de creer en las comedias románticas de nuevo? No, mucho más alejado de esa concepción que hemos estado aceptando (y de la que el feminismo o libros como Idiotizadas nos ha despertado), tiene que ver con algo químico, que se origina en nuestro cerebro.
Por lo general, si tienes el deseo impulsivo de encontrar a alguien simplemente porque te sientes sola, por tu contexto o porque una presión (que está en tu mente) te genera esa necesidad, has de saber –aparte de que sola no estás, sino que te tienes a ti misma y, ¿con quién mejor podrías estar?– que ninguna relación construida desde esa base es positiva. Por supuesto que es bonito querer estar con alguien, ¿por qué no iba a serlo? Pero no desde una base de necesidad, situación que también se genera, en ocasiones, después de una ruptura. Si te encuentras en esa circunstancia y ya has aplicado estos trucos mentales pero sigues sintiendo que echas de menos a una figura, la solución no es encontrar cuanto antes a otra persona. La coach Marina Fernández Lorente nos cuenta: «por lo general, una relación que comience inmediatamente tras una ruptura no se construye desde una base sólida, sino que surge para cubrir un vacío». Obviamente cada persona es diferente, pero no está de más hacer análisis intrapersonales cuando lo hemos dejado con otras personas. Y, aunque el cuerpo y el cerebro nos pida ese chute de dopamina que nos proporcionaba nuestro ex, saber gestionarlo es lo que nos hará más fuertes de cara a otras relaciones.
«Y, ¿dónde entra aquí la serendipia esa?» Justo ahí, en el cerebro. Una relación serendipia no funcionará mejor ni durará más por estadística o porque la vida mola más si es una comedia romántica, sino porque tú misma estarás más relajada y receptiva ante un impulso que no buscabas por necesidad o aburrimiento. Este estímulo, que es esta hipotética persona nueva, si aparece en un contexto en el que tú no lo estás buscando, probablemente construyáis algo desde una base más estable.
Y por supuesto que enfatizamos en negrita el adverbio de duda, porque la vida nunca se sabe. Así que más serendipia y menos «idiotizamiento».
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