Cómo ‘Una rubia muy legal’ se rio del clasismo… pero al revés

Si usted abre cualquier página de internet al azar, es muy posible que se encuentre con algún artículo titulado "Cómo serían las princesas Disney si fueran…", titular que siempre termina con propuestas vertiginosas como "heroínas manga", "excavadoras" o "candidatos al Gobierno español". Esta moda empezó como un juego que apelaba a la memoria sentimental, encajando personajes universalmente reconocibles en situaciones cotidianas. Como todos los fenómenos virales de internet la fórmula se ha agotado rápido y ahora esos memes se reducen a combinar a las pobres monarcas Disney con cualquier utensilio a cual más cochambroso. Pero originalmente era una idea brillante: descontextualizadas, esas heroínas románticas de cintura inexistente que nos enseñaron a amar y hablar con los pajarillos resultan esperpénticas. Una buena idea que el cine ya explotó hace 20 años con Una rubia muy legal.

Durante la década de los 2000 Hollywood disfrutó soltando a niñas muy ricas y muy rubias en entornos hostiles, donde debían luchar para demostrar su valía aunque nadie las había preparado para ello. Niñera a la fuerza, Una conejita en el campus, A por todas o Encantada (que funciona como un meme de dos horas) eran diferentes versiones de la misma historia. Una adorable jovencita había crecido en una burbuja hermosa y superficial en la que ella era lo único importante, pero por circunstancias (generalmente, un hombre) acababa atrapada en un mundo que no entiende, y por supuesto la incomprensión es mutua. En ese mundo había chicas morenas, camisas de cuadros, bibliotecas y los latinos no siempre estaban limpiando casas.

Al igual que Miss agente especial o Sexo en Nueva York, Una rubia muy legal se propuso reivindicar la figura más despreciada por el cine desde la muerte de Marilyn Monroe: la guapa aparentemente descerebrada. La película se toma la molestia de defender su entusiasmo y su sensibilidad sin negar su ridícula frivolidad, pero justificándola. El éxito de Una rubia muy legal generó una corriente de comedias que idealizaban la riqueza y la belleza, como si hiciera falta. Pero si la historia de triunfo personal de Elle Woods (Reese Witherspoon) conquistó al público fue porque supo parodiar con cariño la sociedad del nuevo milenio.

Elle Woods es víctima del rechazo automático de todos sus compañeros de universidad. Da igual que ella sea buena persona, educada y empática: el mundo sólo ve una pija con un pompón en el bolígrafo. El clasismo, como el sexismo o el racismo, es condenable en ambas direcciones pero como decía Alaska está mal visto que un millonario prejuzgue a un pobre, pero si alguien dice "esa es una pija de mierda" nadie se ofende. Elle Woods pertenece a la clase dominante, nació para ganar y es la versión con piscina de la supremacía blanca más inconsciente. Los universitarios sufrieron la marginación social por parte de gente como ella y no soportan que incluso en Harvard tengan que aguantar a una niñata que lleva a su perro en el bolso.

La película funciona gracias al puro carisma de Reese Witherspoon. Como hizo Glenn Close en Atracción fatal, la actriz humaniza a su personaje y la hace única: puede que Elle pertenezca a un estrato social clasista, pero ella no lo es. Elle no tiene prejuicios porque le da absolutamente igual lo que hagan los demás. Su vida ya estaba diseñada por defecto y ella hizo todo lo que tenía que hacer para protagonizar su propia comedia romántica tal y como le habían enseñado Julia Roberts, Meg Ryan y Ariel. Pero cuando su castillo de cristal se derrumba, Elle se da cuenta de que pertenece al subgrupo más bajo de la clase dominante: es una mujer de la que nadie espera nada.

Este tipo de mujer nunca le ha interesado al cine excepto para reírse de ella y que la protagonista parezca más lista y más feminista. En este caso la película pretende que el espectador admire a una pobre niña rica, propuesta en absoluto "moderna" si la comparamos con las heroínas de otras comedias de 2001 como Shrek o Princesa por sorpresa. Una decisión por parte del guión tan rompedora como la que toma Elle Woods al matricularse en derecho: el mundo es un lugar hostil para los que renuncian al camino fácil.

Escrita por dos mujeres y basada en la novela de Amanda Brown, Una rubia muy legal se nutre de un flamante abanico de personajes femeninos descacharrantes. La profesora de Harvard (Holland Taylor) , la esteticién experta en manicura pero desgraciada en el amor (Jennifer Coolidge) , la arpía prometida con el ex-novio de Elle (Selma Blair) y la estrella del aerobic acusada de asesinato (Ali Larter) . Distintas entre sí, todas luchan por mantener su integridad y todas tienen algo en común: son infravaloradas por los hombres a diario. La película parece decir "quizá deberíamos dejar de boicotearnos entre nosotras y trabajar juntas". Conocemos a Elle Woods a través de su relación con mujeres de todo tipo, que forman un reparto mucho más diverso y enriquecedor que muchas otras películas supuestamente feministas.

La película parece decir "quizá deberíamos dejar de boicotearnos entre nosotras y trabajar juntas". Conocemos a Elle Woods a través de su relación con mujeres de todo tipo, que forman un reparto mucho más diverso y enriquecedor que muchas otras películas supuestamente feministas.

Pero por encima de todo Una rubia muy legal es una fábula, un cuento de hadas de plástico. La honradez de sus personajes es inverosímil, los buenos casi nunca ganan en el mundo real y las chicas como Elle tienden a ser, efectivamente, bastante crueles. Tampoco es creíble que nuestra querida Elle, atrapada en el 1’56 de estatura de Reese Witherspoon, estuviese destinada a ser un ángel de Victoria’s Secret como ella misma lamenta. Una rubia muy legal es como si la ingenuidad y optimismo que definió el cine de los 90 celebrase su fin de fiesta, explotando en toneladas de purpurina y plumas de colores. En aquel momento todo era más fácil y sabíamos que Elle estaba evolucionando porque cada vez iba mejor peinada (40 peinados distintos, uno por escena) y mejor vestida, con un ropero que Reese Witherspoon se llevó a casa según estipulaba su contrato.

Una rubia muy legal se estrenó en julio de 2001, dos meses antes de los atentados contra las Torres Gemelas. Estados Unidos cambió para siempre y por extensión su cine también. Las historias se volvieron más cínicas, los héroes más oscuros, el amor más desconfiado y las comedias más mordaces. La ingenuidad era sinónimo de debilidad y nadie consideraba ya encantador vivir en una burbuja de frivolidad. Las trágicas imágenes del atentado estuvieron desafortunadamente protagonizadas por un póster que promocionaba el estreno de Zoolander. Aquella película también ridiculizaba con ternura la obsesión por la belleza en nuestra sociedad. Nadie quiso ir a verla.

Reese ha confesado que le encantaría protagonizar una tercera parte en la que Elle Woods hace carrera política pero no sería lo mismo, porque ya nada es igual. Casi 20 años después, Una rubia muy legal resulta una extravagante fantasía sobre una década que nunca fue. Sobre una inocencia que murió de golpe. Quizá el cine de los 2000 habría sido más disparatado y más inocente aún que el de los 90, pero nunca lo sabremos. En cualquier caso esta edulcorada historia de superación personal, como todas las fábulas, encierra una inspiradora moraleja: nunca debemos darnos por vencidos, especialmente si esperan que lo hagamos; y no tiene nada de malo querer ir guapa siempre. Y tenía toda la razón, el cinismo es mucho más aburrido.

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