Desde sus inicios hace 20 años, la Fundación Integra ha conseguido 17.000 contratos de trabajo para personas en situación de vulnerabilidad, desde mujeres víctimas de violencia de género o de trata hasta personas discapacitadas, sin hogar o exreclusas. El dato, aunque imponente, se digiere en frío. Hay que recurrir al testimonio de quienes ven reconocida su dignidad con un empleo para dar con el auténtico corazón, el latido de esta institución que llega allí donde la responsabilidad social de las empresas no alcanza. “
Sin un trabajo, una mujer maltratada no puede salir adelante”, explica Sonia, cuyo empleo como cajera de supermercado le ha permitido mantener la custodia de sus hijos. “Viví un infierno de palizas, malo tratos e insultos durante cuatro años. No me sentía nada, no valía para nada. Gracias a la Fundación, reuní todas las fuerzas que pude. Mi trabajo me ha hecho libre como un pajarito”, cuenta. Paco recorrió el triste camino de la drogodependencia, la delincuencia y la cárcel. El empleo se ha convertido en el agarre para no dar marcha atrás. “
Mi trabajo ha sido una luz al final de túnel. Es vivir con dignidad, poder valerte por ti mismo”. Los estudios de la Fundación Integra demuestran que cada euro invertido supone un retorno social de seis, pero si no fuera tal la ganancia no restaría importancia a su trabajo. No todo se puede medir con euros. Los números de la Fundación Integra hablan por sí mismos: su red de empresas colaboradoras supera el medio centenar y cada año integran a 1.400 personas en exclusión social o con discapacidad. Se trata de un logro liderado por dos mujeres que caminan juntas casi desde el minuto uno de esta iniciativa: Ana Botella, fundadora y presidenta ejecutiva, y Ana Muñoz de Dios, directora general. “
Nuestra misión es más necesaria que nunca. Esta crisis nos ha situado en una realidad nunca imaginada y especialmente dura para personas en exclusión social.
En aquel momento había casi pleno empleo, pero muchas personas no podían acceder al mercado laboral –recuerda Botella–. Quise ayudar a quienes lo tenían más difícil, porque el empleo es la mejor medida social”. “Desde el primer momento, el proyecto entusiasmó por buscar un altísimo impacto directo en la vida de las personas”, reconoce Muñoz de Dios. Los comienzos no fueron fáciles. “No, entonces la responsabilidad social corporativa no estaba tan presente en el mundo empresarial como está ahora”, admite Ana Botella. Muñoz de Dios coincide:“Hoy el panorama es otro, pero en 2001 la mirada de la empresa estaba más centrada en dar empleo y en hacer crecer el valor de la acción; la acción social quedaba para las ONG y la administración pública. Por su parte, las ONG estaban desligadas del objetivo empresarial, un factor que muchas veces les suponía un problema. Hoy ya no existe ninguna empresa que no se plantee como parte de su estrategia y su misión dar respuesta a problemas sociales; y las ONG han visto en la empresa un actor esencial, un socio que tiene mucho que aportar.
El comienzo de esta década, probablemente el más dramático que tendrán que vivir varias generaciones, reforzó la necesidad de entidades donde el auxilio se traduce en empleabilidad y trabajo. “Desgraciadamente, nuestra misión está más vigente que nunca –confirma Ana Botella–. Esta crisis nos ha situado a todos en una realidad que nunca hubiésemos imaginado y especialmente dura para las personas en exclusión social. Por eso nuestra misión es hoy más necesaria que nunca”. Ana Muñoz de Dios asiente. La covid-19 ha ampliado el campo de batalla. “Estamos atendiendo a personas en exclusión cuya situación se ha visto agravada por el virus, porque lo han sufrido o porque se han visto expulsadas del mundo laboral. En algunos casos no han podido afrontar esta crisis por cuidar de menores o ser personas de riesgo. Y hemos detectado que muchas ya integradas en el mercado laboral han vuelto a engrosar las cifras del paro.
Queda mirar con esperanza al futuro, con mascarilla, vacunas y recuperación. La aceleración que ha traído la pandemia supone un desafío para todos, y también para las entidades que trabajan para el empleo. “Uno de nuestros grandes retos es estar presente en todas las ciudades españolas y que no haya ninguna empresa que no se plantee el reto del empleo social –revela Muñoz de Dios–. Esto no es cuestión de multinacionales y grandes empresas: todas pueden aportar, incluso la más pequeña puede cambiar una vida y eso tiene un valor infinito. También nos enfrentamos a la irrupción de nuevas profesiones que requieren competencias digitales. Es un reto alfabetizar a personas con total ausencia de conocimientos digitales, incluso sin medios informáticos, para que puedan acceder a nuevos empleos.
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