La entronización de Naruhito como emperador de Japón culminó anoche con el último gran ritual: el Daijō-sai. Se trata de un gran festival que sólo se celebra una vez por cada emperador, y que ha levantado cierta polémica en el Japón actual. Primero, por el precio: los presupuestos del Gobierno japonés desvelan que el ritual asciente a 2.700 millones de yenes pagados por el erario público. Unos 22,5 millones de euros que incluyen la construcción de un complejo de 30 estancias temporales; una cena de lujo para cerca de 550 invitados; y una más privada para el emperador y una invitada muy especial: la diosa Amaterasu, de la que supuestamente descienden todos los emperadores desde que Japón es Japón (o desde más o menos el año 660, lo que prefieran).
Y aquí reside parte del problema: el ritual tiene una parte pública, y una privada, en la que el emperador, vestido con la seda blanca de un sacerdote sintoísta, participa en una comunión con lo divino que es parte de su legado, pero que tiene difícil encaje en la Constitución de 1947, que acabó para siempre con la divinidad de los Tennō ("Soberano celestial") y que promulgó la separación entre religión y Estado. Desde ese punto de vista, el gasto de más de 20 millones de euros en un acto religioso (que el emperador coma un arroz especial con su diosa ancestral y luego pase la noche con ella en una choza de lujo con techo de paja) tiene difícil justificación en un estado laico. Solo la construcción del complejo, demolido tras la ceremonia, asciende a más de 16 millones de euros.
Durante el ritual, sólo Naruhito tiene acceso a dos de las estancias -el Yukiden y el Sukiden- donde ofrece un arroz sagrado, algo de sake bendito y otras viandas a la diosa. Sus pies nunca tocan la tierra, una sombrilla rematada por un fénix impide que el aire le profane. De las dos estancias, sale para celebrar tres banquetes y visitar una serie de altares, convertido ya en el intercesor divino entre Amaterasu y el pueblo japonés. Es decir, antes de celebrar la ceremonia, el emperador todavía no ha tenido acceso a la divinidad. Y, de paso, la cena con la diosa se celebra para que vea lo buena que es la gastonomía japonesa y que así colme de bendiciones a las cosechas y a la pesca. A esta ceremonia, de caracter religioso, sólo se invita a japoneses.
El ritual se ha celebrado de alguna u otra forma desde mediados del siglo VII, aunque se vio disminuido y hasta interrumpido durante el Sengoku Jidai, ese período de casi dos siglos de guerra civil y unificación de Japón entre el siglo XV y el XVII. En su forma actual, el banquete sigue los preceptos de 1909, cuando los emperadores todavía eran más divinos que el poder del átomo. Y su padre, Akihito, ya se enfrentó a quejas después de celebrarlo de igual manera en 1990 (con un gasto similar). Uno de los mayores críticos con la ceremonia, desde antes de la entronización de Naruhito, fue el propio hermano de este, Fumihito, el príncipe Akishino, que abogaba por mantener el ritual pero convertirlo en una ceremonia un tanto más modesta, pero sus propuestas reformistas fueron rápidamente desestimadas por los encargados del sarao sintoísta.
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