Diane Keaton: la estrella de Hollywood que (casi) nunca se quiso casar y que caminará hasta el altar a los 75 años

Subida a unas interminables botas de pitón de 12 centímetros, cubierta únicamente con una camisa blanca y luciendo una melena plateada XXL. Así hemos visto en los últimos días a Diane Keaton, de 75 años, durante el rodaje de Mack & Rita. En la comedia, que se estrenará en 2022, da vida a una mujer de 30 años que es alcanzada por un rayo y despierta en el cuerpo de una de 65 (descubriendo que la tercera edad no es lo que esperaba). Pero si nos salimos de la ficción, ¿tiene esto algo que ver realmente con Keaton y los sucesos que han marcado su vida? ¿Se imaginaba aquella chiquilla a la que un día le dijeron que sería buena esposa que acabaría por no casarse? ¿Qué queda de las preocupaciones por ser guapa, joven y deseable que la persiguieron durante tantos años?

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«Hace 20 años me preocupaba por ser atractiva. Ahora me preocupo por envejecer con dignidad».

En el estreno de Una cita en el parque (2017), Keaton afirmó: “Hace 20 años me preocupaba por ser atractiva. Ahora me preocupo por envejecer con dignidad”. Enemiga acérrima de las operaciones de estética (“Tengo la idea fija de que necesito ser auténtica. Mi cara necesita lucir como me siento”), desembarcó hace solo un par de años en Instagram donde ha logrado reunir a todo un ejército de seguidores, fieles a su estilo y sus looks –que ella disfruta compartiendo-. Y no porque crea que a alguien le importe realmente, sino porque a ella le divierte hacerlo. Así de sencillo. Así de efectivo.

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Hoy se expone en un medio en el que sus hijos adoptivos (Dexter y Duke) la han sumergido. Y ella aceptó gustosa porque no quería quedarse atrás, porque quería formar parte del cambio y entender cómo funcionaban esas nuevas plataformas. Esa mujer que ahora elige con mimo los estilismos que compartirá con sus seguidores se sintió tremendamente insegura durante mucho tiempo. Pensó que no era lo suficientemente buena o guapa o delgada. Se perdió entre atracones de comida (llegó a consumir 20.000 calorías diarias según contó en The Dr Oz Show) y dio de bruces con la bulimia. Tenía poco más de veinte años.

Fue Woody Allen –uno de los tres grandes amores (consumados) de su vida- el que le aconsejó visitar a un especialista. Y funcionó. Un día, sin saber muy bien cómo, al abrir la nevera ya no sintió la necesidad de acabar con la tarrina de helado que aparecía frente a ella y supo que la terapia había dado resultado.

Donde dije digo, digo Diego… o cómo Warren Beatty la conquistó

Solía reunirse con sus amigas y comentar que sentían lástima por todo aquel reguero de cadáveres emocionales que Warren Beatty, el galán más seductor de Hollywood, dejaba a su paso. Unas a otras se prometían que jamás caerían en algo parecido… hasta que Beatty se cruzó en el camino de Diane.

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Cuando comenzaron su relación, la prensa los persiguió en busca de “la foto”. La situación incomodó bastante a Diane que fue descrita en 1985 por Vanity Fair como “la estrella más ermitaña desde Garbo”. Tres años después, pusieron punto y final pero también siguieron siendo amigos.

“A lo largo de mi vida tendría que haberme casado… al menos una vez”

La frase la pronunció Al Pacino en referencia a la relación que mantuvo con Diane Keaton. Coincidieron en El Padrino. Él daba vida a Michael Corleone y ella a su mujer. Les propusieron que se conocieran antes del rodaje. “Lo conocí en el bar O´Neal, cerca del Lincoln Center, en Nueva York, cuando él era una estrella de Broadway. Nos habían dicho que teníamos que conocernos antes de empezar las audiciones para los papeles de Michael y Kay. Yo estaba nerviosa. Lo que más me llamó la atención fue su nariz, era tan larga como un pepino y luego la manera hiperkinética con la que se movía, parecía nervioso también. No me acuerdo de hablar del guion, solo de mirar su rostro extraordinario”.

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No fue una relación estable y, sin embargo, la marcó profundamente. Hasta el punto de que entre idas y venidas le dio un ultimátum durante el rodaje de El Padrino III en Roma y le pidió que se cara con ella. “Pobre Al, nunca quiso casarse y pobre de mí, que nunca paré de insistir”. Sin embargo, a él se le achaca la frase que aparece arriba en la que hace mención a que debió haberse casado, al menos, una vez en la vida. Sin embargo, ya no mantienen contacto.

El amor pasados los 50 y los 60 y los 70…

Diane ha explicado en incontables ocasiones que “cada hombre fue una década diferente. Woody fue mis 20 años, Warren mis 30 y Al en el límite entre los 30 y los 40”. Pero después de los 40, la vida sigue. Y ella volvió a tener citas aunque, según ha confesado hace no mucho, lleva alrededor de 35 años sin tener ninguna.

Hay un hombre con el que mantiene una relación muy especial, aunque nunca han tenido una relación consumada: Jack Nicholson. Su partenaire de comedias románticas conseguía que ella se olvidara por completo del guion cada vez que le daba un señor beso. “Jack me sorprendía completamente, en una escena teníamos que entrar a la casa en plena lluvia y besarnos. Para mí, Diane, el beso fue un recordatorio de algo perdido que de repente había encontrado”, contó sobre el rodaje de Cuando menos te lo esperas.

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Imposible no recordar sus Erica y Harry de Cuando menos te lo esperas y sonreír. Demostraron que el amor no solo es que exista pasados los 40, los 50, los 60 y más allá, sino que interesa. Y que la gente está dispuesta a pagar una entrada por ver una comedia romántica donde los protagonistas son personas en edad madura.

Diane Keaton, Diane Hall

Diane Keaton (que en realidad se llama Diane Hall y adoptó el apellido de soltera de su madre únicamente porque cuando fue a registrarse al sindicato de actores su nombre estaba pillado) es divertida, espontánea, tremendamente natural. Y tiene fantasmas. Como todo el mundo.

La hemos visto recoger un Oscar por Annie Hall –que, por cierto, está más que inspirada en ella ¡Incluso comparten apellido!-, un BAFTA y un Globo de Oro y recibir numerosas nominaciones. Dicen que es de las compañeras más divertidas de rodaje y ha sabido diversificar su carrera como nadie, no solo porque ahora se dedique al interiorismo y a rehabilitar propiedades sino porque supo elegir los papeles que la alejaban de encasillarse en la Annie Hall de Woody Allen para siempre.

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También ha sabido pedir perdón y enmendar sus errores, como cuando sintió que había sido egoísta y no había pasado tiempo suficiente con su hermano Randy –ahora diagnosticado con demencia y párkinson- y al que visita cada domingo (muy recomendable el libro Hermano y hermana publicado en España por Ediciones Camelot, donde cuenta la historia). O cuando, a los 50 años y tras la muerte de su padre, tomó consciencia de su propia fugacidad se convirtió en madre soltera al adoptar primero a su hija Dexter y luego a su hijo Duke, cinco años más tarde.

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Y por supuesto, ha sido fiel a su esencia. Esa que la llevó a convertir su gusto por la moda andrógina, los chalecos y sombreros en una cuestión de estilo. La misma que la hizo destacar en el elenco original del musical Hair en el 71 cuando todos los actores aparecieron desnudos (por propia elección) salvo ella, la que la salvó de caerse de la audición de Annie Hall porque medía 5 centímetros más que Woody Allen. La esencia que saldrá a relucir próximamente cuando pase por el altar, eso que nunca creyó que haría porque “tenía la loca idea de que tenía que estar perdidamente enamorada para hacerlo”, aunque lo haga únicamente por acompañar a su hija.

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La madre de la novia, la que soñaba con una carrera como cantante, la que vivía los grandes amores a través de las historias que protagonizaba en la pantalla –porque era ahí donde se sentía segura- está tranquila, es feliz. Como le dijo al diario alemán Bild hace no mucho: “No tengo problemas para envejecer. Mi vida es como un plato de galletas de colores. Ya he podido picar mucho, ¡estoy feliz!”. Y feliz la vemos, a sus 75 años, calzándose unas botas infinitas de pitón, con la melena al viento, demostrando que puede que la vejez no fuera como esperaba, pero no está tan mal.

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