«Ezequiel, 25-17: El camino del hombre recto está por todos lados rodeado por la avaricia de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel pastor que, en nombre de la caridad y de la buena voluntad, saque a los débiles del Valle de la Oscuridad. Porque él es el verdadero guardián de su hermano y el descubridor de los niños perdidos. ¡Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquéllos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos! ¡Y tú sabrás que mi nombre es Yavé, cuando mi venganza caiga sobre ti!».
El mafioso de medio pelo Jules Winnfield pronunciaba dos veces en Pulp Fiction el anterior pasaje del Antiguo Testamento, el cual, por su sonoridad y por la ensalada de tiros que lo acompañaba, se convirtió en un diamante pop a tiempo real, con montones de adolescentes noventeros recitándolo sin parar y sin saber muy bien qué querían decir. De hecho, ni siquiera Jules parecía tenerlo claro: “Llevo años diciendo esta mierda, y cuando alguien lo oía es que iba a morir. No había pensado mucho en lo que significaba, simplemente creía que era un rollo que le soltaba a algún hijo de puta antes de pegarle un tiro, pero esta mañana vi algo que me hizo pensar dos veces. Ahora se me ocurre que tal vez significa que tú eres el hombre malo, y yo el recto, y que el señor 9 milímetros es el pastor que protege mi recto culo en el valle de la oscuridad. O tal vez tú eres el el hombre recto, y yo el pastor, y que este mundo es injusto y egoísta. Me gustaría eso, pero ese rollo no es la verdad. La verdad es que tú eres el débil y yo la tiranía de los hombres malos. Pero me esfuerzo, Ringo, me esfuerzo con toda intensidad por ser el pastor”. Así leído y extraído del contexto, con Vincent Vega (interpretado por John Travolta) como interlocutor y el propio Samuel L. Jackson (Jules) desayunando bacon crujiente en una cafetería antes de ser atracados, no significa mucho. Dios me libre de cuestionar la escritura de Tarantino. La cadencia y ritmo de sus diálogos siempre me ha atraído, pero esta argumentación concreta estaba un poco cogida por los pelos, como si todas esas palabras arrojadas al azar sonaran más importantes de lo que en realidad eran.
Ahora que asoma la segunda Semana Santa más rara de nuestras vidas, he echado un vistazo a la Biblia y he reparado en una parábola que siempre me ha generado desconcierto porque, igual que Jules, no sé si la interpreto bien. Se trata de Juan 2, 1-13, y dice así:
«Por aquel tiempo se celebraba una boda en Caná de Galilea, cerca de Nazaret, y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara el vino, le dice su madre a Jesús: “No tienen vino”. Jesús le responde: “Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora”. Dice su madre a los sirvientes: “Haced lo que él os diga”.
Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Les dice Jesús: “Llenad las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. “Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala”. Ellos se lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde venía (los sirvientes, que habían sacado el agua, sí lo sabían), llama al novio y le dice: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya todos están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora”.
Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus signos. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. Después bajó a Cafarnaúm con su madre, sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días. Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.»
Consultado un amigo sacerdote que estudió conmigo la carrera de Periodismo, supe que acudí a la fuente acertada cuando comenzó su argumentación citando capítulo y versículo, que siempre es sinónimo de elegancia y de buena memoria: “En su narración de las bodas de Caná, San Juan evangelista introduce esta anécdota final para evidenciar la calidad de lo que había convertido Jesus a partir de simple agua”. Creo que todos podemos estar de acuerdo en eso. La duda surge cuando nos planteamos si el maestresala estaba increpando o alabando al novio. ¿Se trata de un reproche creyendo que le había ocultado hasta el final un vino excelente o una encendida felicitación por la calidad de las últimas copas? Costumbre era en la época -y es posible que lo siga siendo- servir primero el vino bueno para pasar al garrafón cuando la gente ya ha perdido el paladar, pero aquí nos encontramos con el caso contrario. El vino que habitualmente se elegía para impresionar en la apertura del banquete fue sucedido por otro de calidad celestial. ¿Dilatación de lo bueno o engaño en toda regla? Esto me ha llevado bastantes -e interminables- charlas de café.
Mi amiga Lorena, que sabe que la Biblia es metáfora de muchas cosas, y es romántica y es flamenca, lo lleva más allá y aboga por “acabar siempre en alto en cualquier relato o en cualquier amor”:
-Es mejor empezar por lo complicado, por lo selvático, y así vas llegando al pequeño paraíso, a la mejor versión de las cosas. Literariamente, es mucho más interesante así.
-Pues yo confío mucho en mostrar lo bueno al principio. Los mejores chistes deben ir en las primeras citas. Si no, puede que no haya una siguiente.
-La gente no te cuenta los secretos en las primeras citas.
-Así que, ¿te guardas artillería?
-No es que me la guarde, es que no cualquiera la merece. Cuando alguien ha bebido suficiente vino malo me apetece darle mi mejor vino. Siempre hay una sorpresa cuando conoces a alguien un poco más.
Cuando cruzábamos esta charla slapstick, este sí de garrafón, me di cuenta de que es un debate legítimo que no tiene mucho reflejo ni posibilidad de concretarse de manera inmediata porque hoy no hay apenas bodas ni tiempo para beber a dos velocidades. Si acaso una cerveza al sol y un brindis porque la Semana Santa de 2022 no sea la tercera más rara de nuestras vidas.
Pero qué bien soñar ese ratito.
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