Hay quien ya está anunciando, o invocando, mejor dicho, porque es más una invocación que un anuncio, que este que llega, aún lejano pero deseado en el horizonte, será el verano del amor. Que cuando irrumpa el calor con él traerá el fin de las restricciones, el comienzo del final, y una liberación de las ganas de y también de las ganas de no tener que. La libertad, condicional o no, aunque eso no importará, de cuerpo, mente y hormonas, que hasta entonces habrán estado confinados y reprimidos. Eso sucederá, sobre todo, dicen, para los solteros. Por supuesto, no es excluyente. Escuchas hablar del verano del amor y como concepto suena tan a concurso de televisión de los noventa como evocador y sugerente. Al menos te da para entretener y calentar la imaginación un rato. Ayuda, como bálsamo, a esquivar el invierno y remar la tercera ola.
Pero también hay quien va mucho más allá y no habla de estaciones, sino de que lo que vendrá serán unos nuevos locos y felices años veinte. Creen que habrá una explosión tras la pandemia que nos llevará a todos a la euforia colectiva, al despilfarro, al desenfreno y a las madrugadas de baile, alcohol y cuerpos. Así escrito la verdad es que no suena mal. Pero hace un siglo tenían dinero, mucho, para hacerlo. Y más ganas aún de sacudirse la guerra, las sombras mundiales y la crisis. Eso hicieron, hasta que la realidad, como siempre sucede, se impuso a las hormonas, al delirio o al sueño. O hasta que dejaron de servir copas, que al final eso, también, es lo que pasa siempre.
Ahora es la realidad la que se impone de antemano y quién sabe, tal vez verano del amor sí, pero para felices años veinte no darán el bolsillo ni quizá, aunque no lo parezca, las ganas. Si no, más que una explosión, de la nada al todo, pasaremos poco a poco, sin darnos cuenta, a recuperar viejos hábitos de la antigua normalidad y un día volveremos a reflejarnos en los escaparates sin mascarillas y no nos sorprenderemos, como ahora ya tampoco lo hacemos con ellas. Bailar, vertical u horizontalmente, dependerá de cada uno. Hagámoslo. Como lo del verano, por si lo que viene después no es loco ni feliz. Y así, si no, que nos quiten lo bailao.
David López Canales es periodista freelance colaborador de Vanity Fair y autor del libro ‘El traficante’. Puedes seguir sus historias en su Instagram y en su Twitter.
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