Cómo los colmillos de un hipopótamo cazado por el rey Juan Carlos acabaron convertidos en un extravagante regalo de Navidad para la familia real

5 de septiembre de 1970. Dos colmillos de hipopótamo y un marco de madera angoleña decoran un retrato de Felipe de Borbón con apenas dos años. Lloyd y Reva Powers se reparten el peso del artefacto y posan sonrientes para el Denver Post en su elegante salón mientras le cuentan su historia al reportero. Una historia que hoy destapamos de forma casual al distinguir ese rostro infantil tan familiar mientras trasteaba en el archivo fotográfico del décimo diario con mayor circulación de Estados Unidos.

No es un par de colmillos cualquiera. Los magníficos caninos inferiores que flanquean el inocente rostro de Felipe pertenecían a un hipopótamo abatido por el propio Juan Carlos de Borbón en el río Cubango de Angola mientras cazaba con Lloyd Powers en 1968. El príncipe de España tenía 30 años durante aquella cacería, que no fue la primera ni sería la última de sus escapadas clandestinas para cazar en el continente. Lloyd Powers tenía 55. El príncipe y el magnate norteamericano debieron hacer buenas migas, puesto que Powers se llevó los colmillos del hipopótamo abatido por Juan Carlos a su mansión de Denver y Juan Carlos le envió al menos una tarjeta navideña.

La imagen enmarcada, con un pequeño Felipe serio y concentrado mirando a cámara, es una ampliación de esa felicitación de Navidad que los Powers recibieron de los príncipes Juan Carlos y Sofía en 1969. Al matrimonio le pareció una buena idea devolvérsela al año siguiente de esta guisa, como original y contundente regalo de sus amigos americanos. Los colmillos de los hipopótamos pueden alcanzar los 50 centímetros de longitud y pesar hasta cuatro kilos, y los de la foto no parecen quedarse muy lejos de esas sorprendentes cifras.

Antes de preparar el paquete para enviarlo a España, los Powers decidieron compartir su creación y posar con el “regalo real” para el periódico de su ciudad, en el que ambos eran habituales, tanto en sus páginas rosas como en las salmón. En los negocios destacaban como fundadores de una de las empresas petroleras más prósperas del estado de Colorado, la Powers Elevation Company. En la sección de sociedad aprovechaban cualquier ocasión para presumir de sus trofeos de caza, ya fuera un festival, la firma de un contrato o una subasta benéfica.


Y hasta aquí los datos certeros que podemos extraer de esta peculiar fotografía y otros artículos publicados entre los sesenta y los setenta en el Denver Post. A partir de este punto, todo son interrogantes.

Entonces no existía el registro oficial de regalos a la Familia Real instaurado por el rey Felipe en 2015, por lo que nunca sabremos si el retrato de los Powers llegó a su destino en el palacio de la Zarzuela la navidad de 1970. Y si llegó, ¿qué cara pondría la reina Sofía cuando vio el rostro de su pequeño Felipe entre dos enormes colmillos? ¿Estuvo expuesto en alguna de las mesas o estanterías de palacio? ¿Les mandarían los príncipes de España una carta de agradecimiento a Lloyd y Reva Powers? ¿Mantuvieron el contacto con ellos? ¿Los visitarían durante el tour que hicieron Juan Carlos y Sofia por Estados Unidos en 1971?

¿Conservará 50 años después el rey emérito o el rey Felipe este, cuanto menos curioso, regalo? Y si lo conservan, ¿dónde se encuentra? Un buen sitio podría ser el pabellón de trofeos de caza que mandó construir Juan Carlos en los terrenos de la Zarzuela (y que ahora mismo está prácticamente abandonado), aunque quizás tuvo un destino menos glorioso y acabó siendo reciclado en un punto limpio.

Con una madre famosa por sus actos en defensa de los animales, y un padre cuya afición a la caza ha supuesto el principio de su fin como respetado e idolatrado monarca, este no es, desde luego, un recuerdo de infancia entrañable ni políticamente correcto. Lo que sí es seguro es que no lo veremos entre las fotos que decoran el despacho del rey durante su tradicional mensaje de Nochebuena.

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