El día que nació él, el diario ABC dedicaba varias páginas a un congreso de folclore, gastronomía y turismo. Era 5 de mayo de 1966 y no eran tiempos para hablar de lujo, pero ya habíamos aprendido a mirar al visitante extranjero con ojos golosos. Salvador Illa le dio una vuelta de tuerca en Cataluña cuando, 30 años después y siendo alcalde de La Roca del Vallés –cargo al que llegó en 1995 por la muerte del titular, salió por una moción de censura y volvió a él en 1999 hasta 2005–, aprobó la construcción de La Roca Village, un outlet de marcas de lujo.
El complejo, de 140 tiendas extendido por 20.000 metros cuadrados en un pueblo de 10.000 habitantes, recibe cada año tres millones de visitantes, lo que lo convirtió en el lugar más frecuentado por los turistas que llegaban a Barcelona, por delante de la Sagrada Familia. Era el gran centro del consumo antes de la pandemia, donde llegaban cada día decenas de autocares que descargaban viajeros, y el que confirma que aquella idea de que el turismo en Barcelona sería cultural o no sería hace tiempo que es leyenda.
Illa, que operó aquel cambio fundamental con la misma discreción que se ha enfrentado a la crisis del coronavirus como ministro de Sanidad, nació hace 53 años en esa localidad que también es conocida por albergar unas ruinas preshistóricas y una prisión, Quatre Camins. Quienes le conocen siempredestacan las formas tranquilas que aplica en política y en el trato cercano quien sigue ejerciendo como Secretario de Organización del PSC. “A veces tiene una pose de gentleman un poco vintage, pero es afable, paciente y si tuviera que destacar algo de él, diría que sabe escuchar”, nos dice Ferran Pedret, diputado socialista en el Parlament de Catalunya y Secretario de Movimientos Sociales en su partido.
No es el único que habla del don de saber escuchar en Illa. Le ha hecho falta en toda la gestión de la crisis, pero especialmente ahora, que ha tenido que lidiar directamente con Isabel Díaz Ayuso, que parece la única capaz de sacarlo de sus casillas, que sólo en algunos vídeos de actos internos en el PSC muestra una gesticulación y un tono parecidos a los que se le pueden ver ahora. "Sólo pido, y creo que no es mucho, un poco de rigor", le dijo hace unos días a la diputada del PP Rosa Romero con un manoteo que no se le ha visto a Illa en toda la pandemia. "Está agotado y es normal: ¿quién habría aguantado con esa calma lo que ha aguantado él?", dice un compañero socialista a Vanity Fair. En ese entorno no están tan preocupados ahora como lo estuvieron en pleno confinamiento, cuando una persona que trabaja en el departamento del catalán declaró a esta revista: “Salvador Illa está destrozado: cada día parte de su desayuno es la cifra de muertos".
"La paciencia tiene un límite", dijo él mismo la semana pasado a cuenta de las idas y venidas de Ayuso, a quien evita llamar por su nombre. Porque esa es otra clave de la comunicación de Illa: no subir el tono, ni con palabras altisonantes, ni con ataques personales, ni entrando al barro. "Me va a permitir que no haga juicios sobre asuntos que podrían impedir volver a la senda de la negociación", le contestó a Angels Barceló en Cadena Ser el pasado martes. Si su actitud choca es porque sus contrincantes, e incluso algunos compañeros de su partido, no desaprovechan ni un foro para lanzar un buen dardo.
La discreción de un escolapio
Illa, que recurre a vídeos y redes sociales para mandar mensajes en días importantes –como los que compartió con la reina Letizia el Día Mundial contra el Cáncer o el Día de las Enfermedades Raras– se alinea menos con las formas de Iván Redondo, asesor de Sánchez, que con las de los escolapios, donde estudió de niño y adolescente. “Paciencia, cordialidad y sencillez” son algunos de los valores de esas escuelas y le van como un guante. También “diálogo”, que es lo que ha catapultado de la política catalana a la española, pues fue uno de los elegidos para interlocutor con ERC –con Adriana Lastra y José Luis Ábalos y convencerlos de formar gobierno con Sánchez.
Para la prensa, esa actitud, según el día, es veneno. “Es prudente, incluso soso, nunca te dará un titular. Ni siquiera cuando habla fuera de micro se excede, ni da información de más", cuenta uno de esos profesionales, que ha cubierto sus ruedas de prensa mientras trabajó en el Ayuntamiento de Barcelona o en el Parlament de Cataluña. Pero también destaca otra reportera que al menos "Illa no es de los políticos que intoxica". Ese modo de verlo da tranquilidad teniendo en cuenta que maneja el ministerio que se enfrenta a la pandemia –y en el que lo acompaña Fernando Simón, otro hombre templado–, pero choca con el modo de hacer política-espectáculo que se practica hoy en día, también en su partido, incluiso el presidente, Pedro Sánchez.
Un parecido atrevido
Esa discreción también la aplica a su vida privada. Se sabe, porque él lo ha comentado alguna vez, que tuvo "un primer matrimonio", lo que hace pensar que hubo más, pero no ha habido forma de saber cómo es su vida personal y familiar en estos momentos más allá de que le gusta correr, leer y que a veces trabaja el huerto que su familia tiene en su casa de La Roca del Vallés. En Barcelona confirman que llevó mal no poder visitar a los suyos durante el punto más duro de la pandemia, y que ya ha vuelto en varias ocasiones: la última la semana pasada para un acto del PSC, del que siendo Primer Secretario. Lo que nadie confirma –el celo de los políticos catalanes con sus asuntos personales es conocido– es si sigue su relación con Marta Estruch, empleada en el departamento de Comunicación de Nestlé.
Otro aspecto que señala el entorno de este licenciado en Filosofía con un máster en Dirección de Empresas es que es serio y riguroso. “Escucha pero tiene opinión propia y si se puede permitir ser así de templado es porque tiene convicciones muy firmes”, opina Pedret.
Quizás por esa templanza que practica, tampoco ha recibido críticas tan duras como las de Sánchez, más guerrero. Las primeras, y casi preventivas, las encajó al ser nombrado ministro de Sanidad. Desde sectores médicos se mostraron escépticos de que el PSOE eligiera a alguien sin formación específica para dirigir una cartera complicada. Desde su partido, sin embargo, encontraron un referente para avalarlo: Ernest Lluch, que fue ministro del ramo con Felipe González. Como recordaban en Diario Médico tras su nombramiento, Lluch, sin ser doctor, dejó la Ley General de Sanidad como legado.
Pero el parecido que le atribuyen a Illa desde sus filas pretende ir más alla y asemejarlo también en el carácter negociador y dialogante que caracterizó al político que fue asesinado por ETA en el año 2000. Ese paralelismo también lo refuerza Miquel Iceta, primer secretario de los socialistas catalanes. "Este es mi regalo para el futuro ministro para que sigamos siendo fieles al legado de Ernest Lluch. Adelante, Salvador! Adelante, socialistas!”, decía en las redes sociales tras conocerse el nombramiento y enseñanado la portada de La construcción de un éxito. Así se hizo nuestra sanidad pública de Juli de Nadal. A nuestras preguntas, Iceta no duda en deshacerse en elogios: "Es serio, riguroso, discreto, eficaz, un magnífico gestor público y con un gran sentido común", dice, asegurando que "es un hombre digno de toda confianza".
Su compañera de filas Alicia Romero insiste en que, aunque es un negociador templado, tiene carácter. "Expresa su desacuerdo de una manera educada, no impone nada, pero tiene claro lo que piensa y actúa en consecuencia". Uno de los momentos en los que ha sacado esa firmeza ha sido con los ataques que ha recibido desde distintos sectores del independentismo. Cuando los CDR llenaron de pintadas la puerta de su domicilio, compreció contundente a decir que nadie iba a amedrentarlo.
Si alguien lo había confundido alguna vez con otro –su imprescindible camisa blanca y su americana azul marino o en su defecto gris, el flequillo y las gafas de pasta lo asemejaban en el aspecto a algunos grupúsculos de CiU que han ido desapareciendo–, ese día dejó clarísimo, también con las formas, de qué lado estaba este "fontanero" de la política que ahora ejerce como uno de los hombres fuertes del Gobierno. Es complicado encontrar alguien que hable mal de él explícitamente, aunque en sus nuevas filas, las de Madrid, hay quien piensa –sin dar nombre y apellido– que siendo necesaria una figura así, la comparación con Lluch molesta a algunos y es exagerada: "Ni el momento político se parece en nada, ni sus trayectorias tampoco".
De la misma opinión es el Catedrático de Comunicación Política de la UAB, Pere Oriol Costa, que considera que la contundencia que practicó con los independentistas fue en ocasiones demasiado lejos: "Eso le hizo ganarse una mala imagen que muy poco tiene que ver con Ernest Lluch". De momento, y a pesar del agotamiento tras siete meses de estrés extremo, Illa sigue siendo el político que mejor aguanta las formas y el tipo.
*Artículo publicado originalmente el 12 de marzo y actualizado el 16 de octubre de 2020.
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