Detrás de una gran persona, no hay necesariamente una gran pareja. Anne Carson, que durante un tiempo se apellidó Giacomelli, debe saberlo. La escritora que este viernes recibe el Premio Princesa de Asturias de las Letras desanima a quien pretenda encontrar en sus libros detalles de su biografía, aunque ha reconocido que en La belleza del marido. Un ensayo ficticio en 29 tangos hay más de una coincidencia con su primera experiencia conyugal.
Por ejemplo, que ese esposo de quien tomó el apellido con el que firmó sus primeros trabajos académicos –como el de la ficción– le robó las páginas que ella había escrito mientras estuvieron juntos. Quizás temía que la escritora contara cosas suyas:
Mentía cuando ni siquiera le convenía.
Mentía cuando sabía que sabían que mentía.
Mentía cuando con ello les rompía el corazón.
Mi corazón. El corazón de otra. A menudo me pregunto cómo acabó ella.
La primera.
Claro que ese libro no es su vida, pero como afirma la poeta en esas páginas: “Una herida arroja luz propia”.
Artista en segundo plano
Su segunda experiencia marital ha sido diferente. Él se llama Robert Currie, un artista visual de Michigan, donde vive la pareja, que si es visible a través de su mujer no es sólo porque colaboran en algunos proyectos artísticos sino porque ella no esconde el papel que su marido tiene en su trabajo. La figura de la pareja-asistente tiene tanta historia y tanta enjundia como la de cualquier creador/a. Y pretender que su papel tenga el mismo peso que quien firma lo que escribe, compone o pinta es tan absurdo como obviarlo.
En el caso de los Carson-Currie ambos saben cuál es el lugar de cada uno. Y quizá ese sea su acierto: no la equiparación, sino saber quién es quién y estar conformes. En ese tándem él también trabaja, inventa, empuja, pero la que ya ha pasado a la Historia es ella. Y los dos lo tienen claro: "Yo tengo pocas flechas en mi carcaj y tengo que administrarlas para dar en el blanco. Él tiene un montón y no ha acertado nunca". Así resumió la canadiense el modo en cada cual dosificaba sus talentos y se ayudaban. Y él asintió encantado.
Original en todo
Carson es una autora capaz de explicar quién fue y qué significó Marilyn Monroe comparando su figura con la de Helena de Troya. Lo hace gracias a su formación en Lenguas Clásicas, rama del saber que conoció en el instituto por a una profesora a la que también reconoce y nombra, Alice Cowan. Pero aquello sólo fue un punto de partida, pues aquella formación, como todo lo que toca la escritora canadiense, lo ha llevado a su terreno.
Así lo explica a Vanity Fair Aurora Luque: “Carson usa muy libremente la tradición grecolatina con una libertad casi insolente; suele hacer dialogar a un personaje antiguo con uno actual", dice y pone como ejemplo lo que la multipremiada propone en las páginas de Nox, libro en el que su hermano fallecido "habla" con el poeta latino Catulo.
Lo mismo hace con Simónides de Ceos y Paul Celan en Economía de lo que no se pierde o en Decreaciones, donde las dos elegidas son la pensadora Simone Weil y Safo, poeta griega a quien Carson dedicó su tesis doctoral y en cuya obra es experta Luque, que ha publicado libros sobre ella en los sellos Acantilado y Vaso Roto. Lo que aporta Carson con esa mirada "es un deseo en los lectores de acercarse al mundo clásico”.
Siempre original
De ese mundo antiguo suele mostrar Carson una huella en su indumentaria. Lapoeta luce siempre traje oscuro con el cuello de la camisa grande y blanco para acercarse un poco más a quien siempre quiso parecerse: Oscar Wilde. Y como el autor de La importancia de llamarse Ernesto, también ella lleva corbata, casi siempre roja y ancha. Carson, además, con un Gerión impreso.
Según el Diccionario de Mitología Griega y Romana de Pierre Grimal, Gerión era un "gigante de tres cabezas cuyo cuerpo era triple hasta las caderas". Hijo de Górgona y Poseidón, Heracles se enfrentó a él para robarle sus bueyes. Pero a ese "monstruo" le esperaba otro destino en manos de la canadiense: "Un relato sobre amor homosexual”, explica Luque refiriéndose a Autobiografía de rojo para explicar que Carson se aleja así de lecturas académicas y mira directamente a los ojos de la Antigüedad para contarle a los lectores del siglo XX y XXI lo que ha visto.
Es lo que hace a Luque opinar que Carson ha aportado "una poesía muy original, que ha creado lectores y lectoras entusiastas”. Es una originalidad que ha mostrado en todo y que parece el resultado de evitar a toda costa algo que teme: "Haría lo que fuera por no aburrirme”. Y a evitarlo, hay pocas dudas, la ayuda con ahínco Robert Currie.
Juntos, no revueltos
”¿Quieres unos bailarines para tus sonetos?“, le propuso hace ya casi tres décadas a su esposa y así fue como incorporaron música y danza a algunas de las performances que hacen juntos. “Es que estaba aburrida de lo que hacía”, explicó ella sobre ese cambio que les llevó a dar recitales de poesía por distintas universidades, a acompañarse de otros artistas o llevar a los teatros algunos de sus trabajos.
Uno al lado del otro, parecen hermanos: longitud de pelo, color y envergaduras físicas muy parecidas. Es la compostura lo que más los diferencia: seria, cejas en alto, bastante hierática, la pose de Carson contrasta con el continúo movimiento de pies y gestos de su marido, que viste siempre de esport. Son discretos, así es que complicado adivinar cómo es una relación en la que ella afirma: “Mi madre es el amor de mi vida”. O describe a Currie de esta manera: “Es una persona que es mi marido-colaborador”.
Si a alguien le parece demasiado frío, que se fije en cómo comparecen porque en cuanto aparecen juntos en escena, se nota entre ellos una corriente. Desde fuera no resulta eléctrica, pero se percibe cómplice y constante. Megan Berkobien, profesora y traductora, explicó así en una entrevista qué impresión tuvo al conocerlos en la Universidad de Michigan: “Conocí a la pareja por primera vez en su clase Egocircus. La forma en que Carson y Currie se movían me pareció un baile que ambos se negaban a liderar”.
Ese retrato en el que nadie parece mandar cuadra con la respuesta que recibió Sam Anderson, de The New York Times, cuando les preguntó por el origen de su historia de amor y obtuvo información, pero ni un flechazo. La pareja ni siquiera se puso de acuerdo en cómo y cuándo se conocieron. Él aseguraba que ella le ofreció un plato de gambas en un evento literario y ella, que lo que pasó es que él siempre está rondando por donde ella iba y al final, “merodeaba cada vez más” y así llegaron donde hoy están. No es la única vez que se contradeciden ante un periodista, en temas personales o intelectuales, y lo hacen siempre en tono amable, sin estridencias, pero sin ocultar sus divergencias.
Un referente "apasionado"
“Hablamos mucho. No sólo de si vamos a dar un paseo, también de nuestras ideas. Luego ya decidimos si las llevamos a cabo juntos o cada uno por separado”. Así resumió Currie su vida y el proceso creativo que los une en proyectos como Nox. Son propuestas multidisciplinares con las que ella abandona sus clases, que da por semestres en distintas universidades estadounidenses. Y una forma de estar juntos aunque no sean uña y carne y presuman de ello. “Te echo de menos, pero lo estoy pasando en grande”, cuenta ella que le dice a él cuando sale de viaje.
Cuando les preguntan en qué pareja se reflejan, no dudan en nombrar al compositor John Cage, que en 1945 se divorció de su mujer, Xenia Cage, para unirse a Merce Cunningham, coreógrafo con quien acabaría formando también una de las parejas creadoras más originales del siglo XX. Sobre ellos se sabía eso, que asumieron su homosexualidad y emprendieron una vida juntos que no ocultaban. Poco más. Hasta que el año pasado se editaron 39 cartas, bellísimas, que Cage le envió a Cunningham en los primeros años de relación: ”No soy sentimental, pero estoy sentado en una de nuestras mesas mirándome en un espejo donde solías mirarte”. De ese modo, el mundo conoció por primera vez la dimensión apasionada de aquella relación.
Hoy todavía es privado el detalle de la que mantienen Carson y Currie, aunque ella sí expresa constantemente reconocimiento y agradecimiento , algo que distingue su actitud de la de muchos de sus compañeros de oficio que fueron estrellas con esposas aliadas. Carson tiene 70 años y actúa de esa forma desde hace décadas. También Ennio Morricone,que falleció en julio y cuyo hijo Andrea recogerá su Premio Princesa de Asturias de las Artes, alabó siempre en público a su esposa, Maria Travia. Y no sólo por sacar adelante a la familia mientras él componía bandas sonoras, sino reclamando su papel como compositora y como la persona de quien él se fiaba y a quien llamaba “mentora”.
Foco y justicia
La insistencia de Morricone no era lo habitual entre creadores de un tiempo en que lo "normal" es que ella se quedara en casa y diera su apoyo al genio. Hoy se va produciendo un cambio, que nos hace ver cada vez más actitudes como la del galardonado con el Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, Dani Rodrik, que insiste en nombrar a su mujer,Pınar Doğan, no solo por apoyarle, sino para destacar su carrera en el mismo centro, la Harvard Kennedy School, donde él investiga. Lo que ha existido siempre era un margen de maniobra para el individuo, sobre todo si era hombre, y es a lo que recurrió el compositor italiano para ensalzar a Travia siempre y en todo lugar.
Pero del mismo modo que detrás de toda gran persona no hay necesariamente una gran pareja, tampoco delante de un gran apoyo hay siempre un artista dadivoso. A veces, sin embargo, sólo es cuestión de perspectiva. En una de las presentaciones de la pareja Carson-Currie en Nueva York, la escritora tuvo un gesto divertido y elocuente. Estando su compañero ya sentado frente al público, rompió a reír tras mirar los pies de su mujer, que llevaba puestos los zapatos favoritos de Currie. ¿Se ponía así en su lugar? O quizás tenga presente algo que escribió su ídolo sobre la generosidad: "A la gente le gusta regalar lo que más necesita”. Palabra de Wilde.
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