Un pelazo y una cara libres de impuestos. Es lo que afirma haber encontrado el periódico The New York Times entre los documentos sobre las finanzas de Trump durante las últimas dos décadas, entre otros "gastos de negocios" desgravables. Según el diario, los documentos demuestran que el hoy presidente de Estados Unidos apuntó en gastos deducibles más de 70.000 dólares (unos 60.000) euros en peluquería en sus años como responsable de The Apprentice, el reality que le permitió ingresar –entre ingresos directos y patrocinios– más de 427 millones de dólares (unos 365 millones de euros). El caso de Ivanka Trump es aún más señalado: su maquillaje le permitió a su padre desgravarse casi 95.000 dólares (algo más de 80.000 euros).
El caso de Ivanka es bastante reseñable e ilustra un poco cómo funciona la dinastía Trump: no tengas una hija, ten una consultora. Su nombre aparece en varios apartados del reportaje, dentro del entramado que era la Trump Organization, pero el detalle del maquillaje destaca sobre el resto. Sobre todo porque el marco de la investigación del NYT se centra en los últimos 15 años, importantes en la biografía de Donald porque son los del éxito con The Apprentice (después de haber perdido cerca de 1.000 millones de euros en la década anterior)… Y el inicio de la colaboración profesional y personal entre Ivanka Trump y Alexa Rodulfo, su maquilladora de confianza desde hace 15 años. No se ha revelado a quién se pagó esa cantidad, pero el nombre de Rodulfo vuelve a sonar.
Ambas coincidieron por primera vez a finales de 2005. Para entonces, Rodulfo era una estilista mexicana con gran éxito en su país natal –habitual de las producciones de Vogue México, entre otras– que vino a Nueva York a probar suerte. Su talento no se pone en duda: entre sus clientas se cuentan Carolina Herrera (tanto en lo personal como para sus desfiles) o Wendi Murdoch, entre varias de las ricas y poderosas de la esfera neoyorquina.Fue una de esas clientas la que puso en contacto a Rodulfo con Ivanka, que ese año era anfitriona de una de las fiestas benéficas más señaladas de la prenavidad neoyorquina: el Winter Wonderland Ball para recaudar fondos para los jardines botánicos. Desde entonces, ambas son inseparables.
Hasta el punto de que, por ejemplo, en los dos capítulos de The Apprentice en los que Ivanka acudió como invitada, se llevó a Rodulfo consigo, con factura al programa (que contaba con cerca de una docena de estilistas y maquilladores). Ivanka contaba en la edición estadounidense de Vogue uno de los motivos: "sigue siendo la única persona que conozco capaz de peinarme y maquillarme en sólo 45 minutos", haciendo bueno el viejo adagio de que el tiempo es oro. Y declaraciones que hacía, demostrando lo unidas que estaban, en una fiesta en honor de Rodulfo. Celebrada en la hoy desaparecida boutique de joyería en Madison Avenue que poseía la hija mayor de Trump (joyería que la GQ estadounidense destapó que era una posible tapadera en un caso de fraude de una de las familias petronobles de Dubái, pero esa es otra historia).
En total, Donald Trump se desgravó más de 80.000 euros de estilismo de Ivanka, utilizando para ello un muro de nueve sociedades distintas. La cifra, en Estados Unidos y para un reality de máxima audiencia, "no es tan destacable para una profesional de estas características" nos señalan fuentes del mundo de la producción de moda: The Apprentice era un negocio de millones de dólares, donde el maquillaje de Ivanka encajaría perfectamente como gasto deducible.
El pelo de Donald Trump ya es más confuso. Durante las primeras temporadas de The Apprentice, aparte del personal de peluquería en nómina, Trump contaba con Amy Lasch, que se ha enfrentado durante más de tres décadas a las melenas más imposibles del mundo (su dilatada experiencia laboral incluye un largo historial de intervenciones en canales musicales y actuaciones en directo, incluyendo musicales de Broadway). Lasch desveló hace un par de años que el pelo de Donald, contra todo pronóstico, era el pelo de Donald, no un postizo ni extensiones. Aunque revelaba al Mirror, eso sí, que resultaba casi imposible de domar, porque el hoy presidente usaba tanto fijador que aquello no era una cabellera, sino un bloque compacto tan "sólido", que "el cepillo rebotaba al darle un golpecito".
Lasch también contaba que no era su trabajo peinar a Trump, sino señalar dónde estaban los defectos del peinado "y el propio Trump se lo arreglaba".
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