Albert Rivera: el pasado, el presente y un palacio en común con Malú

Está más joven pero es el mismo. Albert Rivera tiene mejor cara que cuando dejó la política en noviembre de 2019. Tiene mejor color, quizá alguna pequeña marca bajo los ojos, fruto del cambio de pañales al que siempre se refiere, los de su hija Lucía, a pesar de que asegura que la niña duerme ocho horas desde que cumplió dos meses. Se le ve rejuvenecido, sí. Es padre de nuevo, también. Pero las frases son, como el nivel de autocrítica, las de siempre: “Soy un liberal”. “Soy un emprendedor”. "Soy autónomo". Poco más.

La editora, por su parte, mira al futuro: “Queremos que sea el libro del año”, dice la responsable de Espasa, pero lo cierto es que el libro aquí es lo de menos. El reto es sacarle a Rivera una crítica a los suyos. Porque no tiene empacho en disparar a Pedro Sánchez, a Pablo Iglesias o a Carles Puigdemont, pero no se le escapa ni un dardo hacia ningún político naranja.

“No quiero tutelar a nadie ni molestar a mis compañeros”, dice Rivera cuando le preguntan por lo que le parece el papel que está representando Inés Arrimadas o Ignacio Aguado, pero lo que dice choca con su insistencia en asegurar que él ahora expresa lo que quiere, cuando quiere y sin pensar en las consecuencias. Que es, afirma parafreasando el título de su libro, "un ciudadano libre". Lo que no dice es que quizás, además de libre, se haya quedado un poco solo.

Ni rastro naranja en la sala

Ni siquiera está Begoña Villacís, a pesar de que desde el Palacio de Linares (sede de la Casa de América donde tiene lugar el acto) hay pasadizos ciegos que unen el edificio con los colindantes y al otro de la calle está el ayuntamiento. “Albert Rivera no fue un incomprendido”, dijo la madrileña en las páginas de Vanity Fair, aunque viendo al catalán y su empeño en explicarse –“este libro es una necesidad de pasar página”– parece que él sí se lo sintiera un poco.

Albert habla y habla, sigue bien de carrete. En eso tampoco ha cambiado. Ni en la preocupación que muestra por su estampa: no deja de ajustarse la americana y de mirar quién lo fotografía y quién lo mira. Ha venido, además, muy conjuntado: de azul marino el traje, la camisa es blanca y los detalles, –cordones de los zapatos, las coderas, el ojal bordado– los luce rojos. No hay ni rastro del naranja de su antiguo partido, del que cuenta en el libro sus orígenes. Responde a todas las preguntas o parece que lo hace porque la prensa está más controlada que nunca: sentado cada periodista en una silla asignada, todos identificados y con la consigna de no levantarse ni acercarse a él cuando acabe el acto.

Pero Albert no teme las preguntas. Sobre todo porque contesta siempre lo que quiere. "Estoy fuera de la política", dice una y otra vez y cuando una periodista le pregunta si de verdad no va a volver, se ve un poco más apretado y entonces afina: "Volver a la política española, no", dice bajando un poco la voz y un poco más incómodo de lo normal en su butaca.

Aún así, se enfrenta a la prensa con gallardía. En su libro nombra a sus hijas pero no a sus madres, lo que hace pensar que Albert teme más cualquier interrogante sobre su vida privada que sobre la pública, que sigue teniéndola, como demuestra este acto. ¿Sabrá que en los salones antiguos, hace diez años Malú tuvo un momento sabrosón con un Rivera que no era él? Fue con Jerry,cantante puertorriqueño de salsa con quien la cantante rodó en este Palacio de Linares un videoclip.

Era 2009, año en el que Rivera –Albert– se presentó a las elecciones europeas bajo la marca Libertas, aquel partido en el que había ultraderechistas católicos como el francés Philippe de Villiers. Eran los tiempos, lejanos, en los que el catalán hablaba de Ciudadanos como un partido de centro izquierda y el periodista Arcadi Espada vaticinaba la muerte de la formación que él mismo ayudó a crear.

La canción que cantaba Malú –más regular que Rivera en su carrera y sus logros– en estos salones llenos de Historia y de fantasmas, se titulaba “Cómo te olvido” y decía así: “Que cruel es este castigo / Yo te lo di todo y al final / Mi sueño no se ha cumplido”. En algo así parece estar Rivera, en olvidar y "pasar página”. O eso dice, pues asegura que este libro no es un ajuste de cuentas, pero el tono con el que habla de Sánchez o Iglesias es tan agrio como el olor de algunas salas del Palacio de Linares.

Un jarrón chino

De todo aquello eso hace diez años y la profecía de Espada se hizo realidad. Porque Ciudadanos existe pero no la hegemonía de Rivera, de quien todos –incluídos los suyos– decían que era el partido. Uno lo expresaban en positivo y lo llamaban "líder" en público y en su cara. Otros, a veces los mismos, hablaban de "hiperliderazgo" cuando Albert, el joven que empezó en política dejando su trabajo de La Caixa tras ser elegido como cabeza visible del partido por un criterio alfabético y no de méritos, se giraba.

Aristocracias

“Me han convertido en una pieza de museo”. No, no lo ha dicho Albert Rivera en la presentación de su libro, sino el marqués de Leguineche, personaje de Patrimonio Nacional, en este mismo palacio. Porque además de videos de Malú, aquí se rodó esa cinta de Luis Garcia Berlanga en 1981, cuando había nacido Alberto pero no Malú. En esa película, el citado marqués – interpretado por Luis Escobar– se lamentaba de que los tiempos hubieran cambiado tanto que sus privilegios como noble habían quedado en nada.

A su lamento, le contesta así otro personaje: “La política y la banca, eso sí que son hoy aristocracias”. Con ese guion en mente y el tono amargo de Albert, cabe pensar si Rivera, que acaba de imprimir su nombre en el cartel del bufete de abogados por el que fichó al dejar la política, no estará echando de menos aquel trabajo en La Caixa o su asiento en el Congreso de los Diputados.

"Un jarrón chino", decía Felipe González lamentándose del mal papel que se les da en España a los ex presidentes del Gobierno. Rivera, gran promesa, sólo llegó a serlo de Ciudadanos, partido donde le sacaron mucho provecho y donde dicen las malas lenguas, nadie le echa de menos.

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