Bibiana Fernández (Tánger, 1954)posa en la terraza de un bar de la Plaza de Pedro Zerolo, en Madrid. A unos metros, un matrimonio que pasa se la queda mirando. Se preguntan si es ella. Lo es. Él saca su teléfono para hacer varias fotos. La metafoto dentro de la foto. “¡Bibiana, qué guapa eres!”, le dicen. La actriz les devuelve el saludo. Está de buen humor, aunque había salido de casa con peor café: “Pero mira, con todo lo que pasa por ahí, lo mío era una mierda”. A su llegada, la espera un mojito. Coge el vaso y le da otro sorbo. Podría parecer un té helado, pero no; eso terminaría con su leyenda.
Bibiana se desata las deportivas y saca del bolso un par de zapatos de tacón. En la pantalla ha sido Susana en Kika y Tacones lejanos o Ada en La ley del deseo. Ni una señora ni una señorita, sino Bibi, y es diferente si está en el teatro, el cine o la televisión. “La diferencia es vital”, asegura. Hoy, será Miranda Vega, la primera vedette de La última tourné, obra en la que comparte cartel con Mario Vaquerizo y Alaska.¿Y quién será mañana? Vaya usted a saber.
Bette Davis decía que “la gente a menudo se hace actriz porque no les gusta algo de sí misma” y que “fingen que son otra persona”. ¿Estás de acuerdo?
Puedo estarlo. Durante mucho tiempo me dediqué a construir mi propio personaje, a ser quien soy; no como ficción, sino como realidad. Todo mi esfuerzo estaba puesto ahí y además conseguí hacer de mí la mujer que quería ser. Cuando he hecho de otras mujeres ha sido porque no eran de una sola manera, sino que a través del tiempo y de las circunstancias han ido cambiando, como yo. Y el teatro te permite, aunque sea a ráfagas, prestarle a los personajes todo ese aprendizaje que has tenido en tu vida.
Eres acuario. ¿Crees en el zodiaco?
Hubo una época en la que sí era muy fanática. Si el horóscopo me decía que iba a conocer a un Libra y yo conocía a alguien que era Leo, por ejemplo, lo descartaba. Las supersticiones, todas en general, me las he ido sacando de encima. Y si me queda alguna es porque no soy consciente. Pero sí creo que existe una naturaleza en los signos que configura un poco los caracteres de las personas. Sé que soy más afín a una serie de signos que a otros, que me llevo mejor, que soy mejor amiga, mejor amante, que hay más tensión sexual con unos signos que con otros… Ese tipo de cosas. Pero, ya te digo, sin fanatismos.
Naces un día antes de San Valentín. ¿El día de nacimiento determina la forma de ser?
No te sé decir. Lo que sí sé es que durante mucho tiempo el amor fue mi bandera, mi patria y mi religión. Incluso en las épocas en las que estaba bien, pero no tenía pareja o no había en el horizonte alguien a quien querer, me sentía un poco huérfana, perdida. Me parecía que me faltaba el amor. Después, con el tiempo, he tardado mucho en darme cuenta de que no, que podemos estar bien o mal con independencia de estar enamorados o no. Y si me apuras, quizás por mi forma de entender el amor, que es muy pasional y la pasión ciega mucho, he de decir que quizás estoy mejor sola que acompañada. No porque me guste más, porque me gusta infinitamente más estar acompañada, pero soy más torpe y me desfiguro cuando estoy enamorada, porque en esa forma apasionada de querer me distorsiono.
Entonces, ¿sobrevaloramos el amor?
No, no, no. El amor es lo más importante del mundo. Creo que hay un culmen en el amor que no es más importante que la salud o el dinero pero que te da una cuota de felicidad; sentir que compartes tu vida, formar parte de algo más que no eres tú, es inigualable. El amor es extraordinario en todas sus manifestaciones, no solamente en la de la pareja, sino en la de la amistad, la de los perros, en la de los gatos… Todo aquello que amamos lo valoramos mucho más y hace que nuestra vida sea más rica, más importante y más amplia de miras.
¿Cómo has pasado este confinamiento sin amor físico?
Pues fíjate, lo he vivido muy bien, porque resulta que las circunstancias me llevaron a cambiarme de casa. El dueño de la anterior me dijo que a partir de agosto no me iba a prorrogar el contrato. No era legal, pero no me gusta pelearme por estas cosas. Por la razón que sea, no me gustan los pleitos. Me parece que la lucha en sí misma ya implica que pierdes, porque necesitas echar una energía que no merece la pena. Y al final me fui al campo. Allí encontré una casa que no era ni ostentosa ni pretenciosa, pero sí de autor. El espacio donde me muevo –cocina, salón, porche y habitación–, está todo dando a un jardín. Ese convivir permanentemente con la naturaleza como aliada para blindarme de esta pandemia ha sido una bendición de Dios. Lo que he hecho ha sido reducir mis relaciones a un círculo pequeño de personas que son mis días rojos en el calendario.
Creyente pero por libre
Bibiana asegura que la ausencia de gente le ha hecho darse cuenta de que se lleva mejor consigo misma. “He querido acostumbrarme a convivir con la soledad como obligación, no como elección, y se ha creado un vínculo –que ya existía– con mis perros”. También dice que no cree ya en los Reyes Magos.
Y sin embargo, en tu calendario sigue señalada la noche de Reyes.
Tuve poca fortuna de que mis padres se separaran una noche de Reyes. Recuerdo irme de mi casa en brazos de mi padre llorando a lágrima viva y con unos cuantos juguetes en la mano. He tenido muchas noches buenas, mi vida está repleta de ellas, pero no han coincidido nunca con el 24 de diciembre. A partir de ese momento, la Navidad se convirtió en conflictos familiares y en desarraigo. Estaba en una especie de limbo. Después, las parejas, los padres, las madres… hicieron que forzáramos estas situaciones. Javier Serrano, mi primera pareja, odiaba la Navidad, pero estábamos abocados a vernos en esas fechas por la familia. También estaban mi madre y a mi tía, dos personas mayores que vivían solas y que sólo querían homenajearme cuando iba a verlas, entonces ponían dos bolas en un cenicero de cristal y a mi me parecía que eso, más que un adorno de Navidad, era un monumento a la soledad. La Navidad es ruido, es familia, es olor a cocina, son discusiones, gritos, niños correteando… Y allí había una ausencia de todo eso. Lo único que me recordaba la Navidad era esa necesidad de amor impuesta. Intenté librarme a toda costa de la ella, pero te persigue te metas donde te metas.
Hay un momento en La ley del deseo en el que le dices a Ada (Manuela Velasco) que ella y tú sois ateas. Sin embargo, tú le rezas a San Joaquín, a Santa Ana, a Jesús El Cautivo, a la Esperanza de Triana… Entiendo que eres creyente.
Tengo mi manera de ser creyente. Y más que en la religión, creo en todos los seres, en la educación, en los recuerdos de mi abuela María, que es quien me enseñó a rezarle a San Joaquín y a Santa Ana… Lo hacíamos sobre todo por mi padre, taxista de noche en una ciudad como Tánger, que era como estar en un exilio, porque te sentías un emigrante, aunque vivieras y llevaras muchos años allí. Creo también en la Esperanza de Triana, porque además quien me la regaló lo hizo con las mejores intenciones. Tengo, incluso, un rosario que me regaló un cubano que hice venir a España –que no era mi pareja [Asdrúbal Ametller]–. Su madre, cuando vino de Cuba a España para que lo bendijera y estuviera protegido, le regaló un rosario que estaba bendecido por el Papa Juan Pablo II cuando fue a Cuba. Ese rosario tiene el valor que le da el deseo de una madre para que su hijo esté protegido. Sí creo en esas cosas, pero no necesariamente tienen que estar dentro del concepto que normalmente nos transmite la religión.
Alex Salinas, un joven transexual de San Fernando (Cádiz), no pudo ser el padrino de sus sobrinos porque, según el Obispado de Cádiz, “no posee el requisito de llevar una vida conforme a la fe y al cargo de padrino, no pudiendo por tanto ser admitido al cargo ni de madrina ni de padrino”. Si eres transexual, ¿no puedes ser creyente?
No puede evitar nadie que seas creyente. ¿Cómo va a evitar nadie que yo tenga creencias? No pueden interceder. La Iglesia es anacrónica en casi todos los conceptos que tienen que ver con la mujer y creo que no está a la altura, pero es una institución que está ahí y yo, como tal, la respeto. No se trata de lo que ella me imponga a mí. Yo, por ejemplo, creo que el padre Ángel es un buen hombre que se preocupa por darle de comer a la gente para que tenga una vida mejor. En eso creo firmemente, con independencia de que sea católico o no católico o de su signo político. Creo en las personas, y eso no lo puede limitar ni la mente, ni el signo político, ni la religión, ni el sexo, ni el color, ni nada de eso. Creo que la gente se divide entre los que te gustan o los que te importan y te interesan, y otra gente que te parece que está alejada de ti, que no tiene nada que ver contigo.
En junio, Halle Berry anunció que estaba con una nueva película en la que haría de hombre transexual y fue muy criticada. Al final, la actriz pidió disculpas y rechazó el papel. ¿Por qué una persona hetero no puede hacer de transexual en una película?
Voy a poner un matiz en esto. Cuando tú tienes cinco años y quieres ser mujer, no quieres ser mujer trans, porque ni siquiera sabes que existe ese término, con lo cual esa definición [trans] ya me parece que es excluyente. No comparto el término. Y no porque no apoye y no defienda todos los derechos y libertades que debe tener la gente que pertenece a otros géneros o que han nacido con otro género y quieren cambiar, pero creo que “trans” viene de “tránsito”, y que el tránsito, una vez que lo has hecho, ya estás en el destino. No se puede estar permanentemente en tránsito. Las cosas en la vida real no son una cosa u otra, porque hay sentimientos que te colocan en un lugar, y tú, si eres una persona honesta contigo misma, lo defiendes, más allá de la definición, de las leyes, de políticas y de que los demás te concedan o no el derecho, porque el derecho te lo pueden quitar, pero lo que no te pueden quitar es el deseo de pertenecer a algo con lo que tú legítimamente te sientes identificado. Yo viví en una España con Franco y sé lo que significa tener problemas. Y no ya en la calle, sino problemas con la ley: que me detuvieran, que me pararan… Sólo por ser, sin hacer nada. Ahora tengo 66 años, y mi vida me cuenta mejor que yo misma, más que cualquier definición que yo te pueda dar, más que cualquier cosa que yo te pueda explicar.
¿Pero qué te parece que Halle Berry rechazara el papel?
Una estupidez. No tienes que ser una asesina para hacer de asesina o ser una ladrona para hacer de ladrona. Tú eres actriz para ser otras mujeres y tienes que meterte en la capacidad y en el espíritu de cómo vive, cómo siente, cómo sufre o cómo goza o cómo disfruta esa mujer, sea transgénero o no sea transgénero.
En 1978, José Sacristán protagonizaba Un hombre llamado Flor de Otoño, que abordaba la homosexualidad y el transformismo. Paco Martínez Soria se travestía en la película La tía de Carlos (1982). En ese mismo año, tú habías aparecido en Cambio de sexo (1977), que no era una película familiar precisamente. ¿Crees que entonces se trataba el tema de manera jocosa?
Se trataba de una forma absolutamente jocosa. No veo programas de esa época, pero no por mí, sino porque creo que de quien habla mal es de esa España y de algunos intelectuales que hacían algunas afirmaciones y definiciones que, vistas con la mirada de hoy, resultan absolutamente casi grotescas y prohibitivas. Las redes los machacarían. Pero entonces era natural y se llamaban a sí mismos intelectuales. A día de hoy todavía hay gente que igual hay ciertas cosas que no entiende, pero a mí no me importa si lo entienden o no lo entienden. Yo no necesito que nadie me entienda, me basta con que me respeten. Yo puedo relacionarme con gente de distintas ideologías, religiones, sexo o color de piel sin necesidad de tener que entender cuál es su cosa. Después, si intimo con esa persona, trato, por empatía, de ponerme en su lugar para entenderla más.
El morbo en España
En un debate con Paco Martínez Soria en 1981, –en el programa Mano a mano, con Joaquín María Puyal– nuestra entrevista confesó haber jugado un poco con el fenómeno Bibi Andersen. “Porque pienso que el hecho de ser un personaje polémico puede tener un interés especial en el público", dijo ante las cámaras de TVE
¿Alguien que conocemos por su nombre artístico vive siempre actuando?
No. Es más: yo ahora mismo no me siento identificada con esa definición, porque entonces era una persona distinta. Ya conocía a Paco Martínez Soria, porque habíamos coincidido en la compañía de Juanito Navarro, pero me parece más llamativa la utilización que de eso hizo el periodista, porque que jugase con ello significa lo que significaba en aquella época. De Paco Martínez Soria ya sabíamos qué opinión podía tener, pero ese encuentro lo provocó Joaquín María Puyal, y eso es lo que me parece más llamativo: que alguien que teóricamente está en una vanguardia provoque un encuentro semejante para encontrar el resultado que después se encontró. Lo que dijo él, evidentemente, tenía que ver con su manera de pensar, mientras que yo, lo único que hacía era defenderme en una selva donde estaba acostumbrada a combatir con las herramientas que tenía. Eso no me disculpa ni trato de ser mejor o peor, lo que no soy es la misma persona, pero porque ya no estoy en el mismo lugar.
¿Crees que España es un país morboso?
No lo sé. Tenemos un país maravilloso, aunque a veces no todo el mundo es bueno. Pero yo creo que tenemos un país maravilloso que, más allá de esa anécdota, me ha tratado muy bien, ha sido muy generoso, muy solidario y muy cariñoso conmigo. Me siento muy respetada por la gente de a pie. No sé cómo sería otro país, pero éste es cojonudo.
Le contaste a Manuel Vázquez Montalbán en Mis almuerzos con gente inquietante que tú no habías provocado el escándalo, porque el escándalo está en los otros, que son ellos los que se escandalizan.
Pero es que eso es verdad. En aquella época, yo era una mujer que cuando aparecía en un sitio se creaba ruido. Y del mismo modo que una persona que se queda ciega aprende a distinguir los ruidos, yo, a fuerza de entrar y de volver a entrar, aprendí a distinguir los ruidos. Sabía dónde había aprobación, dónde había deseo, dónde había reproche, dónde había desprecio… Lo aprendí a sentir como sienten los bichos. No creo que seamos más morbosos que en otros países, lo que pasa es que sí creo que el morbo está en la mirada de quien mira.
¿La vida es puro teatro?
No, no, no. La vida es una bendición. La vida es de todo menos teatro.
Joe, Hope y la niña Juana, tus tres caniches, ¿viajan contigo?
Todo el tiempo. Viven conmigo, viajan conmigo, hacemos las vacaciones juntas… Menos follar, hacemos todo juntas.
Se dice que, como el amor, follar está sobrevalorado también.
Yo es que creo que eché muchos polvos en mi vida para autosatisfacer mi vanidad, para quererme más de lo que era, pero al final han sido polvos que he perdido. Y además era tan pava que encima les hacia el desayuno después de un mal polvo. ¡Uy! La de desayunos tontos que he hecho por un polvo mal echado. Eso sí, es la gloria cuando he tenido un polvo bien echado.
¿Preparas el mismo desayuno, independientemente de lo bien o mal que lo hayan hecho?
Hacía un desayuno porque era una manera de poner fin. Hay películas que a veces no sabes cómo cerrar y tienes que ponerle un fin, pues en el desayuno está el fin. A ver si me los quitaba de encima. Recuerdo que una vez vino uno a traerme unos pasteles a mi casa y yo me lo tuve que tirar para poderme comer los pasteles tranquila. “Si me lo follo, él se va a ir”. Así que me lo follé directamente. Tal y como te lo digo.
¿Puedo ponerlo?.Claro. Si no tuve reparos en hacerlo, ¿cómo voy a tener reparos en decirlo? Decirlo es lo de menos, lo malo es que lo hice.
Bueno, pero comiste pasteles..Ya, pero podía haber ido a la pastelería y comprarme unos pasteles sin tenérmelo que tirar. Una no se deja follar por unos pasteles. Si fuera por un barco, por un cargamento de no sé qué… ¿Pero por unos pasteles? Por Dios… ¡Hasta aquí podíamos llegar!
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