Secuestros, muertes y sin heredero: la amarga vida de Balduino de Bélgica

El rey Balduino falleció en Motril en 1993. El monarca murió como vivió: en silencio. Tenía 63 años y había llegado a la localidad granadina junto a su esposa, Fabiola de Bélgica, como hacían cada verano. Allí se hospedaban en Villa Astrida, una espléndida finca de 26.000 metros cuadrados nombrada en recuerdo de la madre de Balduino, la reina Astrid.

Balduino tenía 21 años cuando se convirtió en rey. Era un joven taciturno marcado por la trágica muerte de su madre en accidente de coche. Leopoldo III y Astrid llevaban poco más de un año en el trono cuando viajaron a Suiza para disfrutar de unos días de descanso privado. La reina estaba embarazada pero la noticia todavía no había sido publicada. Antes de regresar a Bélgica, Leopoldo le propuso a Astrid dar un último paseo en coche. Justo antes de llegar a la pequeña localidad de Kussnacht, la reina, sentada en el asiento del copiloto, tomó un mapa y preguntó a su esposo una dirección. Al desviar su vista de la ruta, Leopoldo III perdió el control del auto, que se salió del camino, dio varias vueltas y chocó contra un árbol, casi sumergido en el lago de los Cuatro Cantones. Astrid, con fractura de cráneo, murió casi al instante, en los brazos de Leopoldo. Tenía 29 años.

Leopoldo III y sus tres pequeños hijos pasarían los siguientes años en el castillo de Laeken, donde imperaba una atmósfera lúgubre, y esta crisis se vio todavía más ensombrecida con el arresto domiciliario del que fueron víctimas por parte de los nazis, que invadieron Bélgica en 1940, en los comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Este semisecuestro por parte de los invasores alemanes no ayudó a mejorar el carácter melancólico del futuro rey.

Tras el exilio, la familia real recuperó el trono, pero los belgas acusaron al padre de Balduino de no defender el país como debía y de complicidad con los alemanes. Leopoldo III tuvo que abdicar en Balduino, que se encontró con un trono que entendía como un sacerdocio. Era el rey más triste de las cortes de Europa, soltero y con un compromiso firmemente religioso. Hasta que su hermano Alberto se casó con la alegre Paola y entendió que la corona necesitaba una reina y descendencia.

Y apareció Fabiola

La boda entre Fabiola de Mora y Aragón, hermana de uno de los aristócrata más carismáticos que ha tenido España, Jaime de Mora y Aragón, fue el encuentro de dos almas gemelas. Antes del enlace, Balduino quería ser monje y Fabiola, monja. Unos dicen que los unió la religiosa irlandesa Sor Verónica O’Brien a instancias del arzobispo de Malinas, encargado de buscar una joven aristócrata tan devota como el rey belga. Otros que se conocieron en la residencia suiza de la reina Victoria Eugenia, en 1957, que la bisabuela del rey Felipe VI , quien organizaba asiduamente reuniones de sociedad para presentar a los distintos miembros de la realeza europea.

Pocas parejas reales han mantenido la complicidad de Balduino y Fabiola, la pareja que inundaba las crónicas de sociedad con una sonrisa y una halo de bondad. La boda se celebró el 15 de diciembre de 1960 en la Catedral de San Miguel y Santa Gúdula de Bruselas. Pero enseguida vendrían los problemas: los abortos continuados de la reina. Hasta cinco que pusieron en peligro su vida. La pareja renunció a tener hijos y el rostro taciturno de la reina llenaba páginas de sociedad y lograba la empatía de un público que la sublimó aún más. La imagen de la pareja contrastaba con la repudiada princesa Soraya, que arrastraba su pena por fiestas de la costa azul.

La religiosidad y la fe de la pareja reconvirtió la situación: “Nos hemos preguntado por el sentido de este sufrimiento y poco a poco hemos ido comprendiendo que nuestro corazón estaba así más libre para amar a todos los niños, absolutamente a todos”, aseguró Balduino. La pareja se reunía con su extensa familia en Villa Astrida, como recordaba su sobrina nieta, Ana María Chico de Guzmán, a Vanity Fair. “Mi tía no tuvo hijos y siempre le gustó aglutinar a toda la familia. Nos reuníamos cerca de cien personas y eso parecía un campamento. Teníamos horarios para todo: ¡hasta para ir a la piscina!”. Y contaba como ella y sus 33 primos se sentaban en unas larguísimas mesas para comer pollo con patatas fritas y helado. Allí mismo perdió la vida Balduino, rodeado de sus seres queridos.

Artículo publicado originalmente el 21 de febrero de 2019.

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