Medidas de seguridad, distancia, horarios alternos…Todas las claves de la vuelta al cole más incierta (y cómo lo están haciendo en otros países)

Incertidumbre. La misma palabra se repite en boca de todos: directores de colegio, profesores de todas las etapas, madres, padres, alumnos… Nadie sabe qué pasará a partir del 7 de septiembre, cuando más de ocho millones de estudiantes españoles y más de 700.000 docentes tendrían que empezar a volver a las aulas después de seis meses sin pisarlas. Ni siquiera está claro si el curso empezará, finalmente, en la fecha prevista. Ni cómo se articulará exactamente ese regreso. Por eso, el nerviosismo en la comunidad educativa es creciente. Sobre todo, desde que la segunda embestida del virus, que se esperaba para otoño, se adelantó al verano desmontando (una vez más) planes, previsiones, protocolos y discursos institucionales que afirman que volver a las aulas es irrenunciable.

Aitor Pérez de San Román, director del colegio Urkide de Vitoria, se ha pasado el verano encadenando una reunión con otra: planificando llegadas y salidas escalonadas, creando grupos burbuja, tratando de desdoblar aulas para disminuir los ratios o habilitando espacios adicionales dentro del centro. Pero también preparando la formación de los profesores en protocolos de protección, comprando geles, mascarillas y pantallas para todos los trabajadores o debatiendo la necesidad (y la eficacia) de hacer test PCR a toda la plantilla. “Más allá de la logística e incluso de los resultados académicos de los chavales, lo que más me preocupa del curso que viene es el bienestar emocional del alumnado, pero también el de los profesores”, explica.

Es la misma inquietud que manifiestan las familias. “Lo que más me inquieta no es que enfermen, sino que no puedan relacionarse con sus iguales con cierta normalidad y que estén tan apáticas y desmotivadas como en primavera. Mis hijas son pequeñas y no saben gestionar el tiempo de pantallas. Y los conceptos no se afianzan igual cuando se aprenden a través de un ordenador”, explica Leticia Ruiz de Azúa, madre de dos niñas del colegio. Enfermera de profesión, después de trabajar en primera línea en las peores semanas de la crisis sanitaria sintió “la necesidad” de hacer algo por sus hijas, de cuatro y ocho años. Junto a otras familias del colegio, se movilizó hasta conseguir la cesión temporal de un espacio exterior privado aledaño al patio para que los alumnos pasen más tiempo al aire libre durante el próximo curso. “Sabemos que en exteriores el virus se contagia menos y por eso buscamos una solución práctica”, explica. Por la misma razón, el centro va a impulsar un nuevo modelo de patio coeducativo, reduciendo las canchas deportivas para conseguir un espacio más democrático y polivalente que sirva para desarrollar diferentes actividades, desde teatro a juegos tradicionales, pero que permita también impartir clases si la situación sanitaria lo exige. “Yo mismo trataré de dar mis clases de Filosofía fuera”, explica San Román.

Pero pese a las soluciones imaginativas y al ingente trabajo organizativo de los centros durante estos meses, a solo unos días para que arranque el curso la comunidad educativa está todavía a la espera de que el Ministerio de Educación y las consejerías autonómicas concreten los protocolos definitivos. Y aunque, en principio, todos los estamentos apuestan por la enseñanza presencial para todas las etapas, sindicatos de profesores y AMPAS exigen una vuelta segura a las aulas y algunas ya amenazan con no volver si esta no se garantiza. Y eso pasa por más recursos. Recursos en forma de contrataciones que en algunas autonomías aún no se han materializado, mientras los planes iniciales de reducir los ratios a 15 alumnos por aula hace tiempo que se desecharon por inviables. En mayo, CC.OO. calculó que para cumplir con esos números haría falta contratar a 165.000 docentes.

Mantener las distancias

Ademas, cada edad y cada etapa plantea problemas diferentes. Si no hay cambios de última hora, se espera que los más pequeños (incluso hasta 5º de Primaria) no tengan que llevar mascarilla en las aulas. Pero no está claro cómo se garantizará la distancia de seguridad, si podrán compartir materiales y juguetes, cómo se organizarán para ir al baño o si los docentes podrán tener contacto físico con ellos si, por ejemplo, necesitan un abrazo en un momento de desconsuelo. “Lo peor para mí es no ser capaz de controlar la situación en cuanto a las distancias de seguridad y la higiene de tantos niños, porque no soy una experta sanitaria. Pero también me da miedo contagiarme y contagiar a mi familia. Afronto el curso con la incertidumbre de no saber o no poder hacer las cosas bien”, explica Clara Piñón, tutora de 1º de Primaria en el CEOP Lepanto de Madrid. Es una preocupación que comparten muchos docentes.

Algunas comunidades, como Andalucía, obligarán a los centros a tener un coordinador Covid, una figura a la que se resisten muchos profesores, que reclaman la contratación de personal sanitario para llevar a cabo ese trabajo. Aunque el Gobierno ha avanzado que se priorizará la enseñanza presencial en Infantil y Primaria, si la situación sanitaria obliga a cerrar aulas o colegios enteros, los problemas que plantea la enseñanza a distancia en las etapas más tempranas volverán a aflorar. “En mi curso, las clases on line son complicadas porque nuestros alumnos no son autónomos y convocarles a una hora concreta supone obligar a los padres a un horario que quizá no sea compatible con el teletrabajo. Además, a menudo es una experiencia extraña: te sientes como si le estuvieras hablando a la pared, sin ver sus caras, sus reacciones, sus aportaciones…”, explica Clara Piñón, que durante el confinamiento creó un blog con sus compañeros donde colgaban vídeos, explicaciones, juegos y tareas para sus alumnos.

Los mayores, con mascarilla

Los alumnos de ESO y Bachillerato son otro mundo. De ellos sí se espera que lleven mascarillas en todo momento y que, en la medida de lo posible, mantengan la distancia de seguridad. “La idea está clara: todo el mundo tiene que llevarlas. Si no, no podrás entrar. En un centro como el nuestro mantener la distancia de dos metros es imposible”, explica Carlos Martínez, profesor de Historia y secretario en el instituto público Alberto Pico de Santander. Martínez, cuyas clases suelen albergar a 35 alumnos, denuncia que disminuir los ratios sin más recursos es una quimera: “No se pueden hacer grupos más pequeños si no hay más profesorado y en casi ninguna comunidad autónoma se está contratando”. También se lamenta de los constantes cambios de criterio de la administración. “Primero, empezamos a pensar cómo separar las mesas dos metros; de pronto era uno y medio, y vete tú a saber qué se decidirá finalmente. Se habla de autonomía de centros, que en teoría está muy bien, pero necesitamos instrucciones claras. Yo soy profesor de Geografía e Historia, no tengo ni idea de cuestiones epidemiológicas”.

La preocupación más grave, sin embargo, coincide en todas las etapas: “El mayor miedo es que haya un caso y se extienda por todo el instituto”. O, lo que es peor, que un confinamiento estricto obligue a cerrar todos los colegios. “Nuestra idea es empezar de manera ordinaria, pero estamos preparados para volver a la docencia a distancia en cualquier momento. No habrá que improvisar tanto, sino trabajar sobre aquello que funcionó mejor durante el confinamiento”, explica Martínez. Ahora, explica, también son capaces de identificar a los alumnos que más problemas tienen para acceder a Internet o que no tienen dispositivos electrónicos en casa, mientras el Gobierno se ha comprometido a comprar 500.000 ordenadores y tabletas para que ningún alumno se quede desconectado este curso.

Los planes de contingencia de las comunidades autónomas, que se publicaron durante junio y julio cuando la pandemia languidecía pero que están a expensas de una revisión de última hora, contemplan, en general, tres escenarios diferentes: presencial, mixto (que obligaría a desdoblar clases o a que los alumnos solo acudieran a los centros en días alternos) y, en caso de confinamiento, on line. Todo dependerá de la cambiante (y a todas luces imprevisible) situación epidemiológica. El calendario escolar también está en el aire. Igual que la conciliación de las familias, que apenas unos días antes de que sus hijos vuelvan a las aulas desconocen horarios, condiciones y medidas de seguridad y que, en muchos casos, ya se plantean si los niños deberían asistir a clase o si el regreso será demasiado precipitado. De hecho, la OMS ya ha advertido que la enseñanza no debería ser presencial en paises con altas tasas de contagios. Comienza el curso más extraño de la historia. Y nadie sabe cómo será ni cuánto durará.

¿Los grandes transmisores?

Seis meses después de que comenzara la pandemia, nadie ha contestado a esta pregunta con precisión. En marzo, se asumió que podrían serlo y por eso, se cerraron los colegios antes que bares o comercios. Pero, desde entonces, varias investigaciones lo han puesto en duda. Algunos, como el del hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, han demostrado que se contagian igual que los adultos, pero la mayoría no tiene síntomas. Su papel en la propagación del virus es más controvertido, aunque varios estudios dicen que tienen menos capacidad para ello que los adultos. Además, según el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades, los colegios no tienen por qué ser focos peligrosos: “Con medidas de distancia e higiene, es poco probable que sean entornos de propagación más efectivos que otros laborales o de ocio”.

La experiencia de otros países

Haciendo combinaciones variables de las medidas de seguridad (distancia, mascarillas, higiene de manos, grupos burbuja…), otros países ya han vuelto a las aulas.

Alemania. Su modelo está basado en los grupos burbuja para poder contener los contagios y está gestionado por los landers, los gobiernos regionales. El uso de mascarillas depende de la zona. Días después de su apertura, algunos colegios cerraron por los rebrotes.

Dinamarca. En primavera, mantuvieron al virus a raya sin necesidad de mascarillas, pero reforzando las plantillas y apostando por la docencia al aire libre.

Francia. Sin distancia social ni mascarilla obligatoria hasta los 11 años. Ni si quiera los profesores de infantil tendrán que llevarlas en el aula.

Finlandia. Con grupos de entre 15 y 17 estudiantes, la mascarilla será opcional. Si la crisis se agrava, los más pequeños seguirán yendo a clase, pero los mayores de 11 años solo en semanas alternas.

México. El Gobierno ha renunciado a las clases presenciales y ha apostado por la enseñanza a través de canales privados de televisión, con críticas de los docentes.

Estados Unidos. Con un máximo de 15 alumnos por aula, cada estado gestiona el regreso de forma independiente en un clima de tensión y confusión. Muchos colegios apuestan por los sistemas híbridos (mitad presenciales, mitad on line), en el inicio de curso.

Israel. Reabrieron en primavera y el contagio de 180 alumnos en un instituto hizo que muchas familias no mandaran a sus hijos. Ahora, hasta segundo de Primaria volverán a clase; el resto lo hará en días alternos, con mascarilla y en grupos de máximo 18 alumnos.

Tailandia. Con la situación epidemiológica bajo control, algunos colegios han instalado cubículos de plástico para separar a los estudiantes.

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