El ejercicio no es lo mío. Aunque en las clases de gimnasia del colegio sacaba buenas notas, las extraescolares relacionadas con la actividad física nunca fueron para mí y eso que mis padres lo intentaron. Me apuntaron a gimnasia rítmica con 7 años, pensando que al ser delgadita haría un buen papel pero pronto desistieron al ver mi escasa flexibilidad y falta de coordinación. Era lo que siempre se ha conocido como un pato mareado. Lo volvieron a intentar con la natación y, por lo menos, aprendí a nadar pero el agua nunca me ha gustado y me aburrí rápidamente. No lo intentaron más. Con los dos días a la semana que iba a clases de inglés y las carreras que me pegaba por el parque con mis amigos, les pareció suficiente.
Ya siendo adulta, he intentado introducir el deporte en mi vida varias veces apuntándome al gimnasio, he probado el spinning, he salido a correr… y nada. No he conseguido engancharme a ningún tipo de deporte. Nunca he notado el subidón de energía del que hablan mis compañeras que sí que hacen ejercicio. Siempre he preferido el sofá al gimnasio y, al final, me ha pasado factura.
8 horas sentada pasan factura
Como otras muchas personas, me paso el día delante de un ordenador trabajando y como otras muchas personas, tengo problemas de espalda derivados de las malas posturas que desarrollamos a lo largo del día. Entre los dolores más comunes están los de lumbares o cervicales pero varían en función del vicio postural que tengas. En mi caso, tengo machacado el trapecio derecho y las cervicales de la postura que tengo al coger el ratón del ordenador.
La solución a este problema siempre ha sido la misma: calmantes para el dolor y algunas sesiones con el fisioterapeuta, y me funcionaba, pero lo que yo necesitaba no era acabar con el dolor sino reeducar mi cuerpo para dejar de adoptar estas posturas que me estaban haciendo daño. Y eso se consigue con el Pilates.
Pilates terapéutico
Después de una sesión especialmente dolorosa (tenía las cervicales tan pinzadas que me mareaba muchísimo), mi fisioterapeuta me obligó a jurarle que empezaría a hacer Pilates lo antes posible. No podía seguir así y esta disciplina se convirtió en mi única opción. “Pero busca un centro de Pilates terapéutico, nada del deportivo que suelen ofrecer en las clases comunes de los gimnasios.” Y así lo hice. El pilates terapúetico está más enfocado a la corrección postural mientras que el deportivo se centra más en la tonificación de los músculos, algo que también se consigue con el primero pero en más tiempo.
Busqué un centro donde las clases tienen un máximo de 5 alumnos para que el monitor, también fisioterapeuta, pueda centrarse en todos los estamos allí y corregir de forma personalizada nuestros fallos. Me cuadraba el precio, me cuadraba el horario y me apunté.
El primer día me quedé alucinada cuando vi que mis compañeras eran señoras mayores, y cuando digo mayores me refiero a que tienen en torno a 70 años. La monitora me dijo que si veía que los ejercicios eran muy suaves, que se lo dijese para que me diese indicaciones de cómo modificarlos para subir la intensidad. Me pareció estupendo y, pensando que iba a ser un camino de rosas, empecé la clase. Cuál fue mi sorpresa al darme cuenta de que estaba en peor forma física que mis compañeras.
Trabajar todo el cuerpo, reeducar la postura
Lo que más cuesta del Pilates es mantener la postura correcta mientras haces los ejercicios que te indican; es la base del Pilates, la forma en la que conseguimos reeducar nuestro cuerpo y en hacerlo bien radica su eficacia. Hay mantener la columna vertebral alineada y el abdomen activado, de tal manera que la fuerza para hacer los movimientos nazca desde el centro del cuerpo. Para ello, hay que echar ligeramente las caderas hacia delante, activar el suelo pélvico e intentar llevar el ombligo hacia arriba, mientras que mantienes los hombros relajados e intentas encajar las escapulas. Todo ello con la barbilla ni muy alta ni muy baja.
Enseguida noté que todos y cada de los músculos de mi cuerpo me dolían al intentar hacer movimientos tan normales como levantar un brazo o una pierna o girar el cuerpo hacia un lado. Nada de ir más allá de los límites, de romper las barreras de lo humano… se trata simplemente de moverte como deberías estar moviéndote, de estirar los músculos para que no estén agarrotados y me costaba muchísimo. Tenía el cuerpo completamente oxidado y ahí me di cuenta de que debía ponerme las pilas. Y la verdad es que sigo en ello.
Después de dos meses, he notado mucha mejora. Cada día trabajamos con un elemento distinto (pelota, bosu, pesas, cintas, máquinas, balón medicinal, etcétera) por lo que las clases suelen ser bastante amenas. Lo mejor de todo es que los dolores que tenía en el trapecio y las cervicales casi han desaparecido. Me siento en la silla del trabajo delante de ordenador y noto como enseguida me pongo en postura de Pilates para mantener la espalda recta. A veces me relajo y la pierdo, obviamente, pero soy capaz de reconducirme cuando noto que empiezo a elevar los hombros o que me doblo en la silla y de ahí que ya no tenga tanto dolor.
En otro nivel de cambios, me noto el cuerpo más ligero. No siento ese agarrotamiento que tenía antes y creo de verdad que me muevo mejor, aunque sea algo que los demás no sean capaces de percibir. ¿He perdido peso? No, tampoco es que quiera hacerlo, pero lo que sí he notado es que mi tripa está más dura y que voy ganando fuerza en las piernas y los brazos. Llevo solo 2 meses pero poco a poco estoy convencida de que todo esto irá mejorando.
Tiene pinta de que estoy ante un camino largo si quiero realmente ponerme en forma. Sigo sin sentir ese subidón de endorfinas que otras personas que hacen deporte sí que sienten, pero no me hace falta porque lo que importa es que, gracias al Pilates, me siento más que bien y sé que si continúo por este camino me sentiré todavía mejor.
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