La vida rebelde de Maureen O’Hara: fue tildada de mandona, rechazó la cirugía estética y se adelantó al #MeToo

"Qué sabrá un calvo hijo de puta como tú de que el pelo se te clave en los ojos", le gritó Maureen O’Hara a John Ford cuando este le pidió que mantuviese "sus malditos ojos abiertos" durante una secuencia de El hombre tranquilo en la que el viento le azotaba el cabello. En el mismo momento en el que esas palabra salieron de su boca la actriz fue consciente de que su carrera podía haberse acabado. Lo único que superaba al talento de Ford era su mal genio y ella le había desafiado delante de todo el equipo.Ella, que sentía que había nacido para ser la indómita Mary Kate Danaher, barruntaba mientras tragaba saliva que estaba a punto de ser despedida del papel de su vida. Pero Ford no la despidió. Con la misma velocidad con la que filmaba sus películas –sólo una toma por secuencia– evaluó que aquella pelirroja irlandesa era tan esencial para su obra maestra como los paisajes brumosos de Innesfree y se echó a reír. El equipo dejó de contener la respiración y O’Hara se quedó en la película. Pero no perdió la oportunidad de vengarse: en la secuencia en la que John Wayne la arrastra por el pueblo –algún día El hombre tranquilo se estrenará en HBO con un cartel contextualizador– cubrió el suelo de excrementos de oveja y no permitió que ella se bañase en todo el día, quería dejar claro quién mandaba allí. “Estaba cabreada como un demonio, pero también tuve que reírme”, declaró O’Hara años después. "¿No es glamuroso el mundo del espectáculo?".

La biografía de O’Hara, apodada “la reina del Technicolor” por su espectacular cabello rojo y sus ojos verdes , está trufada de anécdotas que certifican su carácter, ese que provocó que para muchos madamases de Hollywood fuese una “mandona” y una mujer muy desagradable, entre ellos otro gran mogul: Walt Disney. Cuando alguien mencionó a O’Hara en su lecho de muerte, el magnate se incorporó en su cama del hospital y gritó: "Esa perra". Les había enfrentado una lucha contractual durante el rodaje de Yo a Boston y tú a California, ella había firmado un contrato según el cual era la estrella de la película, y cuando quisieron incumplirlo se negó y les demandó. "No me importa lo que dijo. No le agradaba porque no le dejé inclumplir el contrato. No mucha gente tuvo el valor de hacerle frente. Al menos él no dijo: ‘Esa cobarde’". A O’Hara no le importa que la llamasen “perra”, era una mujer dura en una industria que devoraba y regurgitaba a diario mujeres débiles, pero no habría soportado que la recordasen como alguien que no sabía luchar por sus derechos.

O’Hara, que nació el 17 de agosto de 1920 en Ranelagh, Irlanda, y fue bautizada como Maureen FitzSimons, afirma que jamás fue consciente de su espectacular belleza. Cuando nació era tan grande que le llamaban "Baby Elefante" y a los 12 años medía casi un metro setenta. Su madre temía que se acabase convirtiendo en la niña más alta de Irlanda. No se ajustaba a los roles de las chicas de la época y fantaseaba con haber nacido hombre para poder trepar por los árboles y robar manzanas, pescar, montar a caballo y jugar al fútbol,un deporte que le gustaba tanto que cuando su padre compró un pequeño equipo local le pidió que hiciese una división femenina.

“Cuando fui al Dominican College más tarde, no tenía pretendientes como las otras chicas. Había un muchacho que me siguió durante dos años. Me dijo por fin que ni una sola vez se atrevió a hablarme porque parecía que le arrancaría la cabeza de un mordisco si lo hacía", escribió en sus memorias.

De lo que sí fue consciente muy pronto fue de su amor por los escenarios. A los 14 años debutó en el Abbey Theatre y a los 17 Charles Laugthon cayó fascinado ante su rostro tras una prueba de pantalla en la que había sido desechada, pero el veterano actor supo que ver su potencial. Le fascinó su mirada y su carácter: haciendo gala de la osadía que marcó su carrera, se negó a leer un texto sin estar preparada. "Lo siento mucho, pero absolutamente no". Inmediatamente, Laugthon le ofreció un contrato inicial de siete años con su nueva compañía, Mayflower Pictures. Sus padres creían que eran demasiado joven, pero confiaron en ella. De hecho era tan joven que ya representaba en pantalla emociones que jamás había vivido: "Mis primeros besos reales vinieron de mis protagonistas. Imagínense lo nerviosa que estaba cuando de repente me encontré besando a hombres como Tyrone Power".

Laughton le proporcionó sus primeros papeles y transformó su FitzSimons en el más corto y sencillo de pronunciar O’Hara, –por supuesto no sin discusión– y en cuanto tuvo oportunidad le dio su primer personaje de peso en La posada de Jamaica de Alfred Hitchcock. Fue el primer peldaño. El segundo llegó interpretando a la gitana más improbable del cine: una pelirroja irlandesa fue la Esmeralda de Quasimodo Laughton en El jorobado de Notre Dame. Ya había puesto un pie en un Hollywood que se quedó anonadado cuando ella insistió en realizar las acrobacias y peleas sin dobles: un nuevo tipo de estrella había llegado a la ciudad. A lo largo de su carrera se convirtió en algo habitual por complejas que fuesen, tanto que sus compañeros bromeaban comentando que tendría que haber sido premiada con el Corazón Púrpura.

En Hollywood tardaron poco en saber con quién estaban tratando. Cuando rodó Nota de divorcio a las órdenes de John Farrow, –padre de Mia y marido de Maureen O’Sullivan, la Jane de Tarzán– y él quiso algo más de ella que una buena interpretación, le dio un derechazo a la mandíbula. Era una católica irlandesa que no iba a permitir ni un acercamiento indeseado.

Tras varios papeles intrascendentes en los que sentía que no aportaba nada, ella misma supo cuál era su oportunidad: formar parte de la epopeya sobre una familia galesa en Qué verde era mi valle, la primera de las cinco películas en las que estaría a las órdenes de John Ford, su éxtasis y su tormento.

Ford estaba absolutamente enamorado de ella, pero estaba casado y era demasiado mayor. O’Hara nunca lo vio como nada más que el mejor director con el que había trabajado, pero para él era una obsesión: la espió, se coló en su casa para hurgar en los cajones, le escribió tarjetas románticas por San Valentín y una vez durante una fiesta le dio un puñetazo en la mandíbula que la dejó tambaleándose y,por única vez, ella no respondió porque quería demostrar que sabía encajar un golpe. Algo que probablemente enardeció aún más el deseo de Ford.

Otros no fueron tan afortunados. En Diez caballeros de West Point George Montgomery prolongó su beso más alla del "corten" y se llevó un buen empujón antes de que O’Hara se largase pitando del set. Escandalizada por lo que se encontraba rodaje tras rodaje en 1945 hizo unas declaraciones a The Mirror que se adelantaron más de medio siglo a las denuncias del #metoo: "Soy una víctima indefensa de una campaña de descrédito en Hollywood. Por no haber permitido que el productor o el director me besen cada mañana o me toqueteen, han contado por toda la ciudad que yo no soy una mujer, sino una fría estatua de mármol. Si esa es la idea que Hollywood tiene de lo que debe ser una mujer, estoy preparada para marcharme ahora". Tan sólo tenía 25 años y un único papel importante en su haber, pero eso no le iba a hacer arredrarse.

O’Hara era una rara avis en la industria. No bebía, no fumaba, no asistía a más fiestas de las imprescindibles y no tenía demasiado interés por su imagen, se negaba a sacarse fotos en bañador "porque no creo que me parezca a Lana Turner en traje de baño, francamente”y tampoco aceptó arreglarse un diente torcido que según los productores afeaba su sonrisa. A lo largo de sus más de 90 años de vida jamás recurrió a la cirugía estética.

Pero a pesar de su caracter indómito y de no esconderlo, su carrera siguió ascendiendo y en medio de ese ascenso llegó el Technicolor, que destacó tanto sus rasgos que hasta los creadores del proceso la reclamaron como su mejor anuncio. A partir de entonces la llamaron “La reina del Technicolor”, lo que no le gustaba demasiado porque temía que la considerasen sólo una cara bonita y no una actriz de talento. Y en pleno auge del Technicolor llegó Ford con el guión de El hombre tranquilo , su favorito de todos los que interpretó y el más recordado. Pero eso no implicó que a partir de entonces todos sus papeles tuviesen el mismo vuelo: la crítica detestó algunas de sus películas, muchas de ellas del género que ella calificó como de "tetas y arena" y otras estrepitosamente cursis como Conflicto sentimental a la que Harvard consideró la peor película de todos los tiempos. Faltaban muchos años para que llegasen Angry Birds. La película o Megatiburón contra crocosaurio.

O’Hara se especializó en películas de aventuras y se lució con los mejores, entre ellos Douglas Fairbanks, Tyrone Power y Errol Flynn, con el que tuvo especial cuidado por su fama de mujeriego, pero por quien al final sintió una profunda compasión y llegaron a ser buenos amigos. "Si el director prohibía el alcohol en el set, Errol inyectaba naranjas con alcohol y se las comía durante los descansos", escribió. En La isla de los corsarios Flynn ya estaba devastado por el alcoholismo y O’Hara le superaba en todas las escenas de combate, lo que provocó que tuvieran que ser eliminadas para preservar la imagen de galán heróico del actor. Por supuesto el apodado "diablo de Tasmania" intentó echarle un lazo, pero la pelirroja también sabía utilizar sus dotes de acróbata para esquivar sus requiebros.

Pero con ninguno de sus compañeros tuvo tanta química como con Wayne. Su complicidad en la pantalla era tan fuerte que mucha gente pensaba que estaban casados e incluso más de una persona intentó hacerse pasar por el hijo abandonado de ambos. Pero O’Hara ya estaba casada y con un marido tenía bastante. En 1941 se había casado con el guionista Will Price y tardó en arrepentirse lo que duró la noche de bodas en la que, según cuenta en su autobiografía, perdió la virginidad. "¿Qué diablos he hecho?", se preguntó. Durante la luna de miel descubrió que era alcohólico, de ahí su posterior compasión por Flynn, y meses después que disfrutaba más de prostíbulo en prostíbulo que en el hogar familiar. El matrimonio duró una década y tuvieron una hija, pero ella pensó en divorciarse cada día, algo que impedían sus fuertes creencias católicas. "Fui una idiota al casarme con Will. Él era de Mississippi, y creo que debió de seducirme su encanto sureño. Pero pronto descubrí el trágico error que había cometido. Era un alcohólico terrible, y al llegar a casa lo encontraba desmayado en el suelo. Fue demasiado triste". Al final fue el propio Pryce quien solicitó el divorcio.

No había sido su primer fracaso sentimental. A los 19 años y todavía en Europa se había casado impulsivamente y en secreto con el productor George H. Brown, –padre de la legendaria editora de Vanity Fair Tina Brown–, pero el matrimonio no llegó a consumarse y fue anulado dos años después.

En 1957, llegó el final de su colaboración con John Ford con Escrito bajo el sol en la que nuevamente formaba pareja con Wayne. Ford la llamó "perra codiciosa"y ella a él "estafador". "Durante años me pregunté por qué John Ford llegó a odiarme tanto. No podía entender qué le hizo decir y hacerme tantas cosas terribles. Ahora me doy cuenta de que no me odiaba en absoluto. Me amaba mucho, mucho e incluso pensó que estaba enamorado de mí". Aquello marcó el final de una era. A finales de los años cincuenta llegaría la acrobacia más peligrosa de la vida de una actriz, pasar de objeto de deseo a madre amantísima, y ese salto mortal también lo superaría con éxito y sin red. En 1959 protagonizó Tú a Boston y yo a California, que significó su primera y última colaboración Disney por la disputa sobre su contrato que ganó. No fue el único juicio del que salió victoriosa.

En 1957 se enfrentó a la revista Confidential, el libelo más peligroso de la época, una publicación capaz de destrozar carreras, que sentía una especial debilidad por sacar del armario homosexuales y descubrir infidelidades. Según la publicación, O’Harahabía sido sorprendida haciendo el amor con un hombre latino en el Teatro Chino de Hollywood. La acusación fue muy impactante: O’Hara tenía una reputación impecable, era una chica irlandesa católica a la que nadie imaginaba revolcándose en los asientos de un cine que era famoso por ser el punto de encuentro de estrellas que no querían ser descubiertas cometiendo adulterio.

Confidential había destacado que era un hombre latino porque era una publicación abiertamente racista y en aquel momento y desafiando la moral de la época, que seguía recelando de las relaciones interraciales, O’Hara estaba saliendo con el político mexicano Enrique Parra Hernández. En el juicio O’Hara sacó todas sus armas, incluida a su hermana monja a la que hizo volar desde Irlanda para que diese fe de su estricta moral desde el estrado, y pudo demostrar que el mismo día que la publicación afirmaba que yacía sobre los asientos del Teatro Chino estaba realmente trabajando en España.

No fue su único litigio ante un juez. Cuando trataba de obtener la nacionalidad estadounidense tuvo que enfrentarse al Gobierno de los Estasos Unidos que por entonces no reconocía la nacionalidad irlandesa, sólo la de Gran Bretaña. "¿Renunciar a mi lealtad a Gran Bretaña? No sabía de qué estaba hablando. Le dije: ‘Señorita, lo siento mucho, pero no puedo renunciar a una lealtad que no tengo. Soy irlandesa y mi lealtad es a Irlanda’". Ante la negativa del juez siguió con su discurso: "Su Señoría, ¿ha pensado por un momento en lo que está tratando de imponer y quitarle a mi hijo, a mis hijos por nacer y a mis nietos por nacer? Está tratando de quitarles el derecho a jactarse de su maravillosa y famosa madre y abuela irlandesas. No puedo aceptar eso". El juez prefirió darle la razón antes que seguir aguantando a aquella luchadora incansable y por primera vez en la historia de los Estados Unidos de América el gobierno estadounidense reconoció a una persona irlandesa como irlandesa. Algo que ni siquiera el gobierno irlandés sabía que no estaba sucediendo de manera natural.

En 1970 realizó su última película con Wayne, Gigante entre los hombres y se retiró. Había encontrado una nueva aventura y un nuevo amor, el pionero de la aviación Charles F. Blair Jr., que se convirtió en su tercer marido. "Estaba más feliz con Charlie que nunca en Hollywood. Tuvimos una gran vida". Blair la convenció para que dejase la interpretación y le ayudase con el negocio. Lo hizo encantada, sentía que ya lo había hecho todo en Hollywood. Su tercer marido murió ocho años después tras accidentarse la avioneta que pilotaba y ella fue nombrada presidenta de la aerolínea. Se convirtió así en la primera mujer presidenta de una aerolínea regular en los Estados Unidos.

Al año siguiente, también perdió a su mejor amigo. En sus memorias recuerda su último encuentro con John Wayne. "Estaba muy enfermo y estaba confinado en su cama en casa. Entré a verlo y no pude contener las lágrimas. Me preguntó si estaba llorando por Charlie y le dije que sí. No tuve el valor para decirle que también estaba llorando por él. Nos adoramos, como hermano y hermana. Cuando me fui, él extendió la mano y sostuvo el cuello de mi abrigo y dijo: "Es un abrigo precioso. Te queda precioso". Esas fueron las últimas palabras que me dijo". Había sido un aprecio recíproco. "Solo hay una mujer que ha sido mi amiga a lo largo de los años, y con eso me refiero a una verdadera amiga, como lo sería un hombre. Esa mujer es Maureen O’Hara. Es grande, lujuriosa, absolutamente maravillosa, definitivamente mi tipo de mujer. Ella es un gran chico. He tenido muchos amigos, y prefiero la compañía de los hombres. Excepto Maureen O’Hara ", declaró Wayne sobre ella.

Después de un retiro de 20 años de la industria del cine, O’Hara regresó a la pantalla en 1991 para protagonizar junto a John Candy la comedia dramática romántica Yo, tú y mamá. Se quedó encantada con la manera más dinámica de trabajar en el cine de entonces y aceptó algún que otro pequeño papel hasta su retirada definitva. En 2014, la Academia le concedió el Oscar honorario, aunque jamás la había nominado, que le fue entregado de manos de Clint Eastwood y Liam Neeson, probablemente los herederos naturales de John Wayne.

El 24 de octubre de 2015 murió mientras dormía en su casa por causas naturales. Tenía 95 años y hasta el final fue cuidada por su nieto Connor,"su persona viva favorita" según confesó a Vanity Fair.

"Ha sido una buena vida. Tuve una carrera maravillosa y disfruté haciendo películas. Tuve la suerte de haber hecho películas con muchos de los grandes, tanto actores como directores. No me arrepiento. Algunas personas me ven como una exsirena de la pantalla, mientras que otros me recuerdan como la mujer que lo dio todo en las películas con John Wayne, por ejemplo” declaró a Irish Central en su 95º cumpleaños. y añadió:"Muchas mujeres me han escrito a lo largo de los años y me han dicho que he sido una inspiración para ellas, una mujer que podía defenderse del mundo". Es difícil dejar un legado mejor, pero además nos dejó a Mary Kate Danahe.


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