Malas noticias, el brunch no existe. Fue creado como la coartada perfecta, una burda excusa, para que salir de la cama en esa franja horaria en que la mañana pierde su nombre y sentarse a comer no parezca la obscena quintaesencia de la vagancia. Tampoco existe el vestido de la siesta que milita entre la camiseta de dormir (o lo que surja) y el camisón de las películas. Ese con que Escarlata O’hara se desperezaba entre las sábanas tras una noche movidita, del que Jo March se recogía las faldas para trepar a la cama de Meg, en el que parecían vivir eternamente las hermanas Lisbon en Las vírgenes suicidas o en el que amanecía como una princesa Audrey Hepburn en aquellas Vacaciones en Roma.
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Símbolo del privilegio que supone pasarse el día sin hacer nada, como se suele decir, en pijama, el camisón se diría reservado a la realeza, de Hollywood (Grace Kelly en La ventana indiscreta, Lauren Bacall en El sueño eterno) y de la moda, que encontró un acomodo natural en los vestidos de The Sleeper y precitipitó las ventas del Nap dress de Hill House Home. Amplios, cómodos y más vestidos (mucho más recatados) que el slip dress con que Kate Moss se caía de la cama al club y viceversa.
Antes de 2020, solo las pocas que trabajaban desde la cama y que pasaban más horas en casa que en la oficina podían permitirse el lujo de adoptarlo como uniforme. No obstante, el año que lo cambió todo, que aprendimos a sonreír con la mirada y a vivir en pijama, el vestido de la siesta se alzó como el nuevo vestido de fiesta. El más especial del armario, el que estamos deseando ponernos. Mañana, tarde y noche.
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Por más que insista Houellebecq, los meses de instrospección nos han cambiado. Aunque solo sea en gestos tan cotidianos como pensárselo dos veces antes de saludar a un conocido (¿cómo?) o dejar de llamarla "ropa de estar en casa" para considerarla únicamente "ropa".Preferimos la holgura, los tejidos amables y hemos desarrollado una tendencia instintiva hacia las prendas ambivalentes (¿eso son pantuflas o mules?).
Si la lycra nos vistió de la cabeza a los pies en los días en que no nos daba la vida, en que queríamos convencernos de nuestra hiperproductividad, ahorrar tiempo del trabajo al gimnasio y, al mismo tiempo, que se vieran los resultados; el vestido de la siesta es el uniforme de la temporada en que bajamos el ritmo, creímos en la moda slow, pusimos el armario en modo avión y repetimos como un mantra que el vestido que mejor le sienta al cuerpo es el que mejor le sienta a tu mente. Los leggings eran gasolina, el vestido de la siesta, melatonina.
Evoca la belleza reposada de una bella durmiente, remite a la época Victoriana y a los retratos que los prerrafaelitas hacían de sus amantes: tan humanas y tan diosas. El vestido de la siesta nos aleja de la realidad e invita a la fantasía. Puede parecer que mientras unos toman las calles, la moda se echa a dormir. Como Maria Antonieta ajena a lo que ocurría fuera de palacio. Pero el vestido de la siesta no es más que un sueño. Un invento, una coartada, una excusa para hacernos 2020 un poquito más llevadero.
© Cortesía de Zara
Para muestra, estos 10 de Zara, Oysho y compañía. No los confundas con un simple camisón, porque estos vestidos querrás llevarlos día y noche.
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