El primer vestido que Antonio Ardón, fallecido el pasado domingo en Cádiz, diseñó para Rocío Jurado era negro, tenía un gran volante en el escote y un cierto aire a Gilda. Ella le pidió dos más idénticos: uno en rojo y otro en blanco. En este gesto se concentra la naturaleza de la colaboración que el diseñador y la intérprete mantuvieron desde 1983, cuando se conocieron en el restaurante “El Gato” de Chipiona, hasta la muerte de la Jurado. A ella le gustaban los colores rotundos, las siluetas dramáticas y sabía que Rocío Jurado se tenía que vestir de Rocío Jurado. La chipionera, “opulenta y magnánima” como la describió Terenci Moix, quería ropa que fuese así. Alguien que canta “Hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo” no puede ir vestida con un pantalón de pinzas beige.
Rocío Jurado nunca quiso cantar copla con pantalón de pinzas beige; tampoco con bata de cola y peineta. De hecho, nunca quiso cantar solo copla. Ella “era larga”, como una vez le dijo a Concha Piquer; es decir, manejaba muchos estilos. Saltaba de la copla al flamenco pasando por la canción melódica y coqueteando con el jazz. A la Piquer no le hizo ninguna gracia la comparación oculta. Cuando comenzó a cantar en los sesenta la chipionera lo tuvo claro: ella era diferente. Y para demostrarlo quiso salir al escenario como sus compañeras no se planteaban: vestida de calle. En una entrevista a RTVE declaró que en sus comienzos se compraba ropa en Chanel y Balenciaga. Existe una foto suya de los esos años vestida con un traje negro del modista de Guetaria en la que dejaba claro que ella, efectivamente, era una rara avis; era una ave brava, una paloma brava.
Las folclóricas españolas eran las modernas de su tiempo, aunque una historia sesgada las haya relacionado con un mundo reaccionario. Eran independientes económicamente, viajaban solas por el mundo, se divertían sin pedir perdón y vivían sus relaciones con libertad. Esto se cumple, paso a paso, con Rocío Jurado y se confirma con su manera de vestir. Sus vestidos potenciaban curvas y escote en toda una declaración de principios: iba por la vida con el ímpetu del viento. Siguió las modas de cada época: en los sesenta llevó minifalda, en los setenta coqueteaba con lo hippie, en los ochenta fue todo lo excesiva que quiso y en los noventa se entregó a los trajes de chaqueta bicolor, a los maxipendientes, maxigafas y maxihombreras.Y, siempre, usó mucha laca. Este gesto no es casual: ella tenía un control absoluto de su imagen, a la que concebía como un todo: maquillaje, peluquería y vestuario. Jugaba con las manos, con el pelo y con las capas que le diseñaba Ardón como parte de su puesta en escena. Aunque se casara con un torero siempre estuvomás cerca de Las Vegas que de Las Ventas.
El día que Rocío Jurado conoció a Ardón le espetó: “¿Tú eres mu caro”? Él le acababa de enseñar diez bocetos que había mirado (posteriormente dijo que en esa mirada “ya había habido feeling”) sin decir nada. A las pocas horas lo llamó desde el aeropuerto y le dijo que le hiciera los diez vestidos. A principios de los ochenta Ardón, que había estudiado Bellas Artes en Cádiz, trabajado en Lord John, una de las mejores tiendas de ropa de la ciudad, comenzaba su carrera como diseñador. Ese encuentro le cambió la vida. Ahí comenzó una alianza entre ambos que abarcaba vestidos de espectáculo, flamenca, cóctel y calle en una época en la que las celebridades no se bajaban nunca del personaje. Ardón ayudaría a construir la imagen que ha permanecido de Rocío Jurado,“opulenta, extremada, barroca, volcánica”, como también la describió Moix en su Suspiros de España. Igual que Manuel Alejandro diseñó un repertorio a la medida de su voz magnífica, el gaditano diseñó un vestuario que solo ella podía defender.
Era un vestuario teatral; había en él mucho volumen, transparencias, capas, drapeados, dorados, bordados y volantes y, en ocasiones, todo en la mismo vestido. No eran reinterpretaciones de la bata de cola o el traje de flamenca, eran vestidos de gala. La Jurado movía las manos y los chales, se siente el chiste fácil, como una ola. Todo en ella, empezando por su voz y terminando por su peinado, era monumental. Tenía pocas manías, si acaso el color amarillo y que los bocetos llevaran su rostro dibujado. Sí marcaba una línea roja: no consentía que le tomaran medidas. “Soy supersticiosa. No me gusta que me midan. Los gitanos dicen que se mide cuando se va a hacer la última vestimenta”. Esto le contó a Julia Otero en 1995, en el programa Un Paseo por el Tiempo. En el taller cosían a ojo y Ardón retocaba el vestido una vez confeccionado. A veces las correcciones eran de centímetros y era Rocío (a esta mujer se la llaman de manera indistinta por el nombre que por el apellido) la que con su perfeccionismo las detectaba.
El momento más intenso de la colaboración Jurado-Ardón coincidió con el nacimiento y auge de las televisiones privadas y autonómicas. En ellas, con la ayuda de unas revistas del corazón poderosas, se gestó el mito “de la más grande”. Las galas nocturnas permitían al artista colarse en las casas de los españoles. De ahí que la imagen que más recordemos de Rocío Jurado son esas en las que, vestida con un traje blanco y negro, combinación que le encantaba, movía chales y capas transparentes ocupando todo el escenario. El historiador de moda Nicola Squicciarino escribe en su libro El Vestido Habla sobre cómo la indumentaria es una “extensión del yo”. Según él, los vestidos y los zapatos amplían los límites del cuerpo buscando el objetivo definitivo: la seducción. Esto lo seguía de manera instintiva la Jurado. Cuando se dice que llenaba el escenario se dice de manera figurada y literal: no solo lo controlaba, sino que físicamente ocupaba mucho espacio.
Rocío Jurado abrió muchas puertas a Ardón, que diseñó también para Rocío Dúrcal y Sara Montiel. Trabajó mucho en Telecinco, él vistió a las Mamachicho y a Carmen Sevilla en el Telecupón, dos iconos de los noventa. También perpetró el traje de novia de Rocío Carrasco en su primera boda.
No fue el único que trabajó para la Jurado. Carlos Arturo Zapata, otro diseñador importante en su carrera, y Hannibal Laguna, comparten con Ardón la responsabilidad en la construcción de su imagen. Sin embargo, con ninguno tuvo una colaboración tan estrecha como con el gaditano. Él, además de vestirla, era su amigo, su confidente y formaba parte de su séquito. Que era un hombre querido por miembros de su familia se ha confirmado con su muerte: Gloria Camila, su hija y Rocío, su nieta, han lamentado su pérdida en redes sociales. Ardón era, además, un fan. Él pintaba carteles para algunos de sus conciertos y retratos que luego ella usaba para que sus maquilladoras se inspiraran.
El Ayuntamiento de Cádiz decretó el lunes luto oficial por la muerte de Antonio Ardón. El seguía enseñando con orgullo los retratos de Rocío y los vestidos del taller hasta mucho tiempo después de morir ella. Algunos seguían rozados de maquillaje.
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