Personalmente, no creo en las maldiciones. Y se lo dice alguien que una vez encontró una foto suya en el congelador de una compañera de trabajo. No creo que el personaje de ‘Superman’ cause la desgracia de quien lo encarne en la pantalla (aunque algunos de quienes lo interpretaron tuvieran un final terrible). Tampoco creo que la película ‘Poltergeist’ alimentara el destino fatal de su reparto (aunque su protagonista viviera todo un calvario). Pero a veces las casualidades más inquietantes nos hacen dudar de nuestras convicciones.
El pasado lunes apareció el cadáver de la actriz Naya Rivera,ahogada en un lago. Fue un icono para toda una generación: Santana, su personaje en ‘Glee’, era una estudiante latina y lesbiana, una combinación hasta entonces inédita en la televisión adolescente. El 13 de julio se confirmó su muerte. Hace 7 años, en la misma fatídica fecha, fallecía Corey Monteith, protagonista de la serie. Recordemos que en el capítulo homenaje al joven actor, la encargada de cantar ‘If i die young’ (’Si muero joven’) fue precisamente Naya, que rompió a llorar en una de las tomas. Fue tan emotivo, que el director le pidió permiso para dejar ese momento que no estaba previsto en el guion. Que de los 365 días del año sea, de nuevo, un 13 de julio cuando conocemos tan triste noticia, es una siniestra casualidad que alimentará la leyenda negra de una serie marcada por otros sucesos.
El martes, tras unas semanas de acoso en redes sociales al descubrirse lo mala compañera, incluso algo racista, que fue Lea Michele durante la grabación de la serie, la actriz cerró todas sus cuentas y se desconectó para siempre. Qué paradoja: una panda de activistas contra el acoso deciden acosar a una mujer hasta obligarla a irse del mundo virtual. Desterrada por la policía moral de una generación que presume de lo que no es.
Lo de ‘La casa fuerte’
Con estos calores, y debido a la aversión que mi cuerpo le tiene al aire acondicionado (la edad no perdona, y el dolor de articulaciones pasa factura), soy de los que por la noche abre las ventanas para que corra el aire. Si lo hay. Y lo único que entra por mis ventanas son los gritos de concursantes y colaboradores de ‘La casa fuerte’ (Telecinco). No es broma, aunque pueda parecerlo. Son gritos atronadores, interminables, agotadores. A pleno pulmón, sin descanso para tomar aire, respirar y retomar el discurso. Son gritos ensordecedores para camuflar que no hay argumentación alguna, que solo es ruido. Insultos, desprecios, acusaciones que por su bajo nivel avergonzarían a unos adolescentes en plena discusión por la ‘play’.
Es una selva de gritos desmedidos en la que se camufla un desprecio absoluto hacia el otro, una pesadilla sonora que mantiene despierto al espectador no por el interés de cuanto sucede sino por el bombardeo de decibelios que sacude los salones de media España. Y desde esos salones se desparrama por las calles escapando por las ventanas. A estas alturas, a la una de la madrugada prefiero una mascletá que los gritos de Oriana Marzoli, Sofía Suescun y toda esa banda.
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