Uno no tiene más que dejar volar su imaginación hasta la figura alada que preside una escalinata del Museo del Louvre –la Victoria de Samotracia– para visualizar la técnica de los paños mojados que caracteriza la escultura de la Grecia clásica. La tela delicada y sutil se adhiere al cuerpo de la diosa Niké como si acabara de surgir del agua y se encarara al viento. Los pliegues dibujados por su vestido –que se diría de seda en vez de mármol– influyeron notablemente en las innovaciones con que Madeleine Vionnet revolucionó la costura de los (otros) locos años 20. No es que fuera esa figura concretamente, sino su constante inspiración en las ropas femeninas del arte grecorromano, las hadas gaélicas del Art Nouveau e Isadora Duncan. Hipnotizada por los movimiento de la bailarina, su elegancia innata, su aversión al tutú y a las zapatillas de ballet opresivas, aquella joven que había tenido que cerrar su pequeño taller en la Rue Rivoli cuando estalló la guerra, regresó a París con la maleta cargada de imágenes de su estancia en Roma e ideas pioneras que le valdrían el apodo de la "arquitecta de la moda".
"El vestido debe ser una segunda piel, cuando una mujer sonría, debe sonreír también".
Para que las telas se ajustaran mejor al cuerpo femenino y lo acompañaran en todo su movimiento, Vionnet cortaba las telas al bies (en diagonal) en lugar de hacerlo al hilo (en el sentido que marca el entramado). Requería más tela, pero aseguraba excelentes resultados. Es decir, no es que ella inventara el corte, es que lo perfeccionó hasta el punto de convertirlo en la seña de identidad de su casa de modas que, gracias a la afluencia de clientes, pronto tuvo que ser trasladada a la Avenue Montaigne. Hasta "el templo de la moda", como lo llamaban, peregrinarían todas las parisinas que suspiraban por aquellos vestidos de diosa.
Como si las manos con las que modelaba los vestidos directamente sobre sus maniquíes insuflaran vida a través de las costuras, conseguía dotar de una caída orgánica al tejido más etéreo, fuera seda, raso o gasa. Para ceñirlo al cuerpo y acompañar las curvas, en sus días de aprendiz, había aprendido a dominar los drapeados. Esas costuras fruncidas que, en lugares estratégicos del cuerpo, contribuyen a su aspecto dinámico y volátil. Porque si en algo creía Madeleine Vionnet es en que los vestidos deben estar al servicio de la mujer y no al revés.
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Un siglo después, en el inicio de nuestros (aún más) locos años 20, la moda vuelve a recurrir a las enseñanzas de Vionnet. Con su lección magistral bien aprendida, los nuevos vestidos de Zara repetan su estética lencera, la inspiración clásica y la reducción de las costuras a su mínima expresión a excepción del drapeado que lo disimula todo.
- A lo largo del vestido para afinar el contorno →
© Cortesía de Zara
- A ambos lados de la cadera para delinear las curvas →
© Cortesía de Zara
- En la abertura de la falda para estilizar →
© Cortesía de Zara
Nadie había hecho tanto por el vestido lencero desde Kate Moss y nadie había hecho tanto para que se ajustara tan bien a la silueta femenina desde Vionnet. Ella lo puso de moda en aquellos años 20 y Zara ha hecho que el vestido satinado y drapeado sea tendencia ahora. Y de la misma forma, estas 10 propuestas de H&M, Bershka, Uterqüe…
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