Los libros de Historia dicen que la lucha de clases fue una de las causas de la Revolución Rusa. Pero quien haya leído Memorias antes del exilio, del príncipe Félix Félixovich Yusúpov (1887-1967), sabe que un “bromance” con final trágico fue la verdadera chispa que encendió la mecha del Octubre Rojo. Yusúpov, uno de los aristócratas más encumbrados de la corte zarista y descendiente de los mismísimos reyes de la Horda de Oro, publicó su autobiografía en 1952. Es, en sus palabras, “una historia de desenfreno y fasto oriental”, pero también el testimonio de cómo la relación entre un niño rico seductor y un campesino sátiro e intrigante condujeron a una nación a la guerra civil.
Yusúpov nació el 24 de marzo de 1887 en el palacio de su familia en San Petersburgo, a orillas del canal Moika. Hijo de Félix Sumarókov-Elston, jefe de la guardia imperial y gobernador de Moscú, y de la princesa Zinaída Yusúpova, pertenecía a la dinastía más rica, influyente y antigua del imperio, y una de las más próximas a la familia real: su tatarabuelo había sido consejero de cuatro zares y en su árbol genealógico había personajes ilustres como el príncipe Grigori, amigo de Pedro el Grande, o el jan Yusuf, aliado de Iván el Terrible.
Pero Yusúpov estaba más destinado a la fiesta que a la alta política. En la víspera de su nacimiento, su madre se encontraba en un baile en el Palacio de Invierno y danzó toda la noche. “Nuestros amigos vieron en este hecho el anuncio de una naturaleza alegre, con predisposición al baile”, apunta el príncipe en sus memorias. Su progenitora estaba tan convencida de que iba a tener una niña que mandó a preparar todo el guardarropa del bebé en rosa. Para consolarse de su decepción, lo vistió de niña hasta los cinco años. “Lejos de ofenderme, yo me enorgullecía de ello. Ese capricho de mi madre influyó sin duda en mi carácter”.
Despertar sexual
Heredero de la belleza de la princesa Zinaída, el protagonista de nuestra historia se convirtió en una criatura irresistible para hombres y mujeres a muy temprana edad. Con 12 años, tuvo su primer ménage à trois -“Esa velada fatal arrojó luz sobre todo cuanto, hasta entonces, me parecía misterioso”- y con 13 comenzó a salir a la calle vestido de mujer –“En la avenida Nevski, lugar de encuentro de todas las prostitutas de San Petersburgo, no tardé en llamar la atención. Para liberarme de los que me abordaban, le contestaba que no estaba libre y seguía caminando muy digna”-. Aquella noche terminó en El Oso, el restaurante de moda de entonces, donde unos oficiales lo invitaron a cenar en un reservado.
A veces, su hermano mayor, Nicolás, lo ayudaba en sus aventuras. Durante un viaje a París, Félix se travistió para acompañar a su hermano al Théâtre des Capucines. “Al cabo de un rato reparé en que en uno de los palcos había un anciano que me miraba con insistencia”. Era el rey Eduardo VII de Inglaterra. “Esa conquista me divirtió mucho e incluso halagó mi amor propio”. En otra ocasión enamoró a un oficial de la escolta del zar, “un hombre joven todavía, apuesto, con la cintura ceñida en una túnica de jinete circasiano y un puñal en el cinto”. Los emperadores, que sabían todo sobre sus andanzas, prohibieron su amistad con otro aristócrata, el gran duque Demetrio, miembro de la familia real.
“Yo era entonces demasiado joven para gustar a las mujeres, mientras que podía gustar a ciertos hombres”, reconoce en sus memorias. “Cuando más tarde conocí el éxito con las mujeres, mi vida se complicó en manera proporcional a ese éxito”. Años después conquistaría a otro miembro de los Romanov, la princesa Irina, única sobrina del zar. Se casó con ella en 1914 y tuvieron una hija. En su biografía, en la que hace una defensa de la homosexualidad –“los amores singulares”-, aclara su orientación: “Se ha dicho a menudo que no me gustaban las mujeres. Es totalmente falso. Lo que pasa es que los hombres mostraban una lealtad y una ausencia total de sentimientos interesados… No puedo decir lo mismo de la mayoría de las mujeres.”
El monje negro
A finales de 1909, cuando solo tenía 22 años, conoció a Grigori Rasputín, un campesino y exdelincuente devenido en guía espiritual y consejero in pectore de los zares. El monje negro, un sátiro intrigante conocido por su gran apetito sexual y sus gustos libertinos, era aborrecido por buena parte de la nobleza. Aunque el sentimiento era mutuo, cayó rendido a los encantos de Yusúpov.
El enfant terrible de la corte zarista aprovechó su poder de atracción para urdir un plan para aniquilar a Rasputín y así terminar con su influencia oculta en las decisiones de los emperadores. Se hizo amigo íntimo, confidente y discípulo del santón, soportando sus abrazos, besos y palmaditas (“Tras cada uno de nuestros encuentros, tenía la sensación de haberme mancillado” ) . Pero el gran duque Nicolás Mijailovic escribió en sus diarios que los motivos de Yusúpov no eran exclusivamente políticos y patrióticos, sino resultado del despecho tras una relación íntima con Rasputín.
El 29 de diciembre de 1916, aprovechando que su mujer estaba fuera de la ciudad, invitó al monje a su fastuoso palacio en San Petersburgo. Lo recibió a medianoche con la promesa de una velada especial y una mesa regada de dulces espolvoreados con cianuro. Embriagado de amor, Rasputín comió y bebió hasta el hartazgo, pero el veneno no hizo efecto. El principito remató su misión con un tiro. Tres cómplices arrojaron el cuerpo de la víctima al río helado.
Viva la revolución
La noticia del asesinato enfureció a los zares. Incluso pensaron en fusilar a Yusúpov y a sus secuaces. “Pero el rumor que circulaba sobre nuestra próxima ejecución dio pie a una efervescencia particular entre los obreros de las grandes fábricas, que decidieron organizar una guardia para protegernos”, señala el príncipe en sus memorias. El pueblo, escandalizado por la superstición de sus gobernantes y su dependencia de un campesino sátiro, salió a las calles. El 12 de marzo de 1917 estalló la Revolución. Pocos días después, el zar abdicó dejando a su pueblo sumido en una guerra civil.
Félix Yusúpov se convirtió involuntariamente en un héroe bolchevique. Había asesinado a Rasputín para salvar el zarismo. En cambio, precipitó la caída del antiguo régimen. Muchas veces, las tropas rojas le perdonaron la vida: “El nombre de Rasputín me salvó y salvó a los míos de grandes peligros”.
Fue uno de los últimos nobles en huir de las garras de las milicias rojas. Abandonó Rusia en abril de 1919. En sus memorias recoge una carta de Papus, el famoso mago, místico y ocultista gallego de la corte de los zares, a la emperatriz Alejandra, escrita hacia finales de 1915, que concluía así: “Desde un punto de vista cabalístico, Rasputín es un jarrón similar a la caja de Pandora, que encierra todos los vicios, todos los crímenes, todos los pecados del pueblo ruso. Si ese jarrón se rompe, inmediatamente veremos verterse sobre Rusia su espantoso contenido”.
Yusúpov abrió la caja. Cuando quiso cerrarla, ya era demasiado tarde.
Artículo publicado en Vanity Fair el 16 de julio de 2018 y actualizado.
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