Una de las muchas cosas útiles que aprende una con la edad (además de a follar bien -y SIEMPRE con ganas-, a ser resolutiva, a contestar a tiempo las impertinencias y unas cuantas maravillas más), es que una vez que tu personalidad y tus manías son tuyas (y no restos de otra pareja o influencia de la que tengas en ese momento) no va a haber quien te cambie. No te las quita ni dios.
Por eso os digo siempre que no se encuentra la pareja ideal, se encuentra una (o varias) cuyas manías son compatibles con las tuyas. Ojo, no las mismas manías, manías compatibles o complementarias.
Mi hijo está pasando unos días con su padre (creo que ya lo he contado), y Amante, cuando no está trabajando, viene a verme y se queda en casa.
Como yo tengo que teletrabajar y sabe que he pasado una racha de híper saturación de funciones (madre, curranta, profesora, proveedora, asistenta del hogar), él pone lavavajillas, lavadoras, tiende, barre, etc. Mientras, yo trabajo y cocino, y recojo también, por supuesto, pero anda pendiente de quitarme la parte de hogar de encima. Yo se lo agradezco de corazón y de otras formas mucho más jugosas, por supuesto. ¿Que él también ensucia y no es ningún mérito que se encargue de limpiar, ya que también está aquí? Por supuesto, pero convendréis conmigo en que en muchas, pero muchas, ocasiones esto no pasa si no le pides a esa persona (que, si no convive contigo, al fin y al cabo es un invitado) que lo haga. Reconozco que a mí poquitas veces me ha pasado. Una o ninguna, vaya. Hasta ahora.
Pero hete aquí que yo soy perra vieja y maniática, y hay determinadas cosas que prefiero hacer yo. Como fregar la cazuela de barro de la crockpot, que hay que hacerlo a mano y con siete ojos, porque como resbale y se rompa, adiós invento. ¿Por qué no le dejo fregar eso y sí las copas de cristal, que son igualmente delicadas y se rompen mucho más? Pues para evitar un cabreo absurdo, inútil, que no llevaría a ninguna parte, de señora maniática: si se me rompe a mí, me cabreo y me jodo, pero si se le rompe a él, no me puedo (no debo, poder, puedo) cabrear con él porque se haya roto por accidente, porque es un objeto y una no debe cabrearse porque se rompa algo que se puede reemplazar, más aún si se ha roto sin querer mientras alguien te estaba quitando un golpe de trabajo de encima.
Pero como a los 50 años ya me conozco PERFECTAMENTE, sé que todo ejercicio de control mental para no cabrearme en esa situación sería inútil, una farsa, una máscara, pura hipocresía. Por dentro me estaría cagando en su manto y pensando que si manitas de trapo, bla bla. Porque ya me ha pasado antes, y ese “cari, da igual, se compra otro X, no pasa nada”, se convierte en un “¡y me rompiste el jarrón de mi tía, capullo, que lo hiciste aposta!” cuando te divorcias. Porque parece que no, pero todas estas tonterías que uno quiere pensar que se olvidan y que no importan, no solo no se olvidan ni dejan de importar, sino que se quedan ahí en el fondo del pozo, esperando entre el fango a que se quede sin agua y empezar a oler mal.
Amante se parte de risa con mis argumentos filosóficos de palo, porque sabe que en realidad soy una maniática del copón, pero es que yo no quiero que haya fango maloliente ahí abajo, esperando a la sequía. Que ya me conozco, y quien evita la ocasión, evita el peligro.
#diasextraordinarios
#MantenedLaDistanciaDeDosMetrosNoSeaisMalajes
#PoneosLaMascarilla
#LavaosLasManos
#MuchoCuidaditoConLosDesfases
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