Vivimos una auténtica fiebre de nostalgia setentera, y no solamente en la moda. Para las mujeres fue una década especialmente importante, pues vivió un reverdecer del feminismo que se plasmó de múltiples maneras (en la moda, con la minifalda; en la salud sexual, con la píldora; en la música, con el punk). De hecho, no se había visto una movilización de mujeres tal desde que tuvieron que salir a las calles hechas una sufragistas para demandar su derecho a voto. En los 70, la cuestión del cuerpo y quién manda sobre él fue central, de ahí el cuestionamiento de las reglas de la belleza y los concursos de belleza que se despertó en aquella época. En Oxford, un grupo de estudiantes (futuras profesoras) y activistas convocaron una reunión feminista en la que se pusieron sobre la mesa demandas que hoy continúan sin solventar: igualdad salarial, oportunidades de empleo, escuelas infantiles gratuitas, reparto del trabajo doméstico y de cuidados… Pero, además, cinco de las activistas decidieron irrumpir en la gala de Miss Mundo que se celebraba en el Royal Albert Hall de Londres.
Su plan era el siguiente: comprar entradas para asistir como público y llenar los bolsos de tomates y otros vegetales y bombas de harina para arrojarlos sobre el escenario. Más de 100 millones de personas en todo el mundo veían la gala en televisión. Era tan grande como Eurovisión o la Superbowl. Claramente, su acción merecía una película. El episodio es un bombón para cualquier guionista, así que no es extraño que se haya transformado en película. ‘Rompiendo las normas’ está dirigida por Philippa Lowthorpe (la primera mujer que ganó un Bafta a la dirección por «¡Llama a la comadrona!»), y se centra en dos de las activistas: Sally Alexander, interpretada por Kiera Knightley como la feminista típicamente académica; y Jo Robinson, anarquista y revolucionaria, intepretada por Jessie Buckley.
«Entonces todas creíamos en la revolución. Creíamos que el mundo se podía cambiar y que nosotras podíamos hacerlo», ha explicado Robinson al diario ‘The Guardian’. «Pensamos que era una manera de llevar a la gente a través de las pantallas de televisión», ha recordado Alexander, que fue la única acusada de un cargo grave (asalto). La líder de la protesta es hoy profesora emérita de historia moderna en Goldsmiths, la Universidad de Londres, y ha seguido defendiendo la importancia de la lucha feminista de los 70. «El movimiento de liberación de las mujeres fue muy importante. Y si la gente hoy no sabe de dónde salió la lucha por la igualdad y el fin de la brecha salarial, deberían saberlo», explica. «Muchísimas mujeres jóvenes continúan hoy en la lucha porque aún hay mucho que hacer. Todavía tenemos esperanza».
La película se toma, como casi todas, licencias con la realidad. Por ejemplo, retrata a Alexander como una feminista más convencional, con su pareja y su piso, aunque en realidad también vivía en una casa-comuna de estudiantes, como Robinson. Además, enfoca la historia también desde la perspectiva de la ganadora del concurso, Jennifer Hosten, la candidata de la isla caribeña de Granada, que se convirtió en la primera Miss Mundo negra (interpretada por Gugu Mbatha-Raw). Mientras la miss ve el concurso como una oportunidad para dignificar a las mujeres negras, las feministas lo rechazan como una expresión del machismo y el sexismo en televisión. «Aquella victoria se convirtió en el elemento más significativo de la noche, sobre todo por la potencial del movimiento antiracista contra el apartheid (el régimen de segregación que imperó en Sudáfrica hasta principios de los 90) en el que también nosotras estábamos involucradas», ha recordado Alexander. No solo Hosten se convirtió en la primera Miss Mundo negra, sino que su primera dama de honor fue Miss África del Sur, Pearl Jansen (increíblemente, había una Miss Sudáfrica que era una candidata blanca).
La película reproduce con bastante exactitud las bromas misóginas con las que el presentador, el cómico estadounidese Bob Hope, amenizó la noche. Su terrible monólogo disparó la lluvia de panfletos, harina y tomates que le cayó encima. Aún hoy podemos ver lo que sucedió tal y como se retransmitió en televisión (desafortunadamente, no enfocaron las butacas y palcos del Albert Royal Hall, desde el que las feministas pateaban, gritaban y arrojaban sus bombas de harina). La estrategia puede parecernos hoy un poco ingenua, pero sin duda ha dejado huella en la historia y en la cultura popular. «Rompiendo las normas» tendría que haberse estrenado ya, pero el cierre de los cines debido al coronavirus lo ha impedido. ¿Podremos verla en streaming? Ojalá.
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