El meme se hizo viral poco después de decretarse el confinamiento y parecía especialmente pensado para nuestros hiperconectados y quejumbrosos adolescentes: “Ana Frank, viendo cómo te quejas por estar unos días encerrado con comida, internet y televisión”, se leía bajo una foto de la pequeña escritora confinada.
Pero si Ana Frank pudiera opinar, seguramente sentiría más empatía que reproche hacia los 3.254.272 jóvenes españoles de 13 a 19 años que están atrapados en sus casas. Ella también se vio encerrada, de un día para otro, durante unos años de formación de la personalidad y necesidad de autoafirmación en los que el cuerpo nos pide, sobre todo, salir a vivir nuevas experiencias.
A nuestros adolescentes les hemos quitado dos de las cosas que más necesitan –su independencia y a sus iguales– y les hemos inyectado dos grandes miedos: el contagio y la catástrofe económica. ¿Cómo afectará eso a toda una generación?
Perdidos en su habitación
Esos chicos que no querían perderse absolutamente nada se están perdiendo absolutamente todo: el primer amor, las salidas de fin de semana, el viaje de fin de curso… Y no les queda otra que digerir la decepción en la soledad de sus habitaciones. Curiosamente, eso podría ayudarles a forjar un carácter más resiliente. Así lo cree Natalia Ortega, directora de Activa Psicología: “La situación les ha supuesto tal impacto que, a pesar de perder momentos especiales, están madurando mucho y aprendiendo a priorizar. Valoran más la familia, la amistad, sus estudios, las comodidades… Están descubriendo cómo esperar, en una etapa de la vida que prioriza el placer inmediato”. Alejados del mundanal ruido y la actividad incesante, tienen ahora tiempo para reflexionar, leer y pasar tiempo lidiando con sus emociones. “Si el entorno los acompaña en estos nuevos encuentros con ellos mismos –añade Ortega–, serán jóvenes con una mejor tolerancia a la frustración y más capacidad en la búsqueda de soluciones ante las adversidades”.
Y es que, cuando nos quitan todo, lo esencial se revela inmediatamente. Y ellos lo tienen claro. “Lo que más echo de menos es a mi familia y a mis amigos –dice Daniela Cabrera, de 14 años–. Poder ir con ellos al cine o a comer, cosas cotidianas”. María Marcos, que cumplirá los 18 en confinamiento, añade: “No añoro el instituto; añoro ir al instituto y ver a mis compañeros”. Y Nuria Herrero, profesora de inglés de Educación Secundaria desde hace más de 20 años, lo confirma: “Mis alumnos dicen que lo que más les duele perderse es la fiesta de graduación y el viaje de fin de curso, pero de lo que más hablan es de los ratos con los amigos. Saben que lo que importa no es el qué sino el con quién”.
Los adolescentes necesitan, más que nadie, a sus iguales. Les sirven para compartir unos sentimientos cada vez más complejos, calmar ansiedades y sentirse aceptados (los niños utilizan para esto mismo el “espejo” de sus padres). Y aunque ahora sufran escasez de contacto con sus pares, el sociólogo Víctor Renobell, coordinador del Grado en Ciencias Políticas y Gestión Pública de UNIR, asegura que en el futuro su cohesión como grupo de edad será más fuerte: “Al igual que las generaciones que han pasado una guerra, tendrán una experiencia común muy importante. “Somos los que pasamos la pandemia”, recordarán. Como la han vivido en unos años en que están aprendiendo las normas sociales, no les parecerá algo tan extraño como a los adultos”.
Su vida sentimental también podría verse condicionada: veremos un resurgir del movimiento higienista y el miedo al contagio hará que afronten la búsqueda de pareja con más desconfianza.
Por ese mismo motivo, la solidaridad será seguramente un valor al alza entre ellos, como explica Renobell: “Han tenido que ser solidarios con el bien común quedándose en casa, y han integrado ese comportamiento”. En ese mismo sentido, ver qué profesiones se consideran esenciales en un momento de emergencia puede haberles reordenado ciertas prioridades. “Posiblemente (y ojalá), hayan aprendido que todos somos parte de un engranaje y que más allá de youtubers, famosos e influencers, los que realmente mueven el mundo son profesionales en los que quizás hasta ahora no se fijaban”, dice Nuria Herrero.
Este trauma generacional puede haberles aportado un mayor espíritu crítico hacia las normas impuestas. “Por dos razones –señala el sociólogo–: porque las normas han cambiado muy rápidamente para dar respuesta a la pandemia y porque han visto cómo muchos las cuestionaban”. Curiosamente, también podría ayudarles a estrechar lazos con sus padres. La convivencia forzosa del núcleo familiar, la preocupación por los abuelos, más vulnerables, y el “enemigo común”, el contagio, pueden acercar a los chicos a sus padres y hacer que dejen para más adelante comportamientos conflictivos propios de la adolescencia. “Existe más tiempo para hablar y que los padres entren en sus vidas y empaticen con ellos –dice la psicóloga–. Eso puede hacer que más adelante exista una mayor comunicación y confianza entre ambas generaciones”.
Amores en cuarentena
No podemos saber cuántos jóvenes se han visto apartados de sus primeras parejas por la pandemia; puede que bastantes: el 82% de los españoles de 14 a 19 años ha tenido alguna relación, según la FAD; los jóvenes españoles se inician en las relaciones íntimas a los 16,7, según la Fundación Española de Contracepción. ¿Qué será de esos amores en confinamiento? “En algunos casos, puede que lo vivan con mucha frustración y no quieran seguir –dice Natalia Ortega–. En otros hará que valoren otras cosas, que tengan más conversaciones y complicidad; eso puede ser un punto de unión para salir fortalecidos tras el confinamiento”. Más complicado resulta augurar cómo vivirá esta generación el romance durante toda su vida. “Veremos un resurgir del movimiento higienista, que ellos integrarán en su vida –explica Víctor Renobell–: mascarillas, gel hidroalcohólico, lavado frecuente de manos, miedo a los desconocidos, que pueden ser portadores de virus… y eso afectará a su búsqueda de pareja. Las relaciones íntimas serán más complicadas, porque esta generación las abordará con más prudencia, con más desconfianza, con más medidas de prevención”.
Retorno al colegio
La educación es uno de los pilares de la vida adolescente. Y al eliminar la parte presencial, hemos allanado el camino a más cambios. De momento, ha llevado a un aumento de la ansiedad relacionada con lo académico. “Yo intento tomármelo con calma –afirma María, que este año tiene que afrontar una EvAU a la que aún no se le ha puesto fecha–, pero mis compañeros están muy angustiados y estresados”.
En muchos casos, la escuela en casa les ayudará a convertirse en estudiantes más independientes (“al principio me costaba entregar todo a tiempo; ahora, con la agenda, me organizo bien”, dice Daniela). Pero el cerrojazo temporal a la educación presencial ha agravado las desigualdades socioeconómicas que ya existían entre los alumnos: los que no tienen ordenadores o conexión a internet podrían quedarse atrás. “Ya convivíamos con la brecha digital a pie de aula –apunta la profesora Nuria Herrero–. Pero con el confinamiento, el alumnado en peligro de abandonar, al que la enseñanza presencial amarraba de algún modo al sistema, está en una situación de mucha mayor vulnerabilidad”.
El miedo, ¿les paralizará o les hará más fuertes? Depende: pero lo tolerarán mejor porque ya han aprendido a lidiar con él”,
El confinamiento podría elevar el abandono escolar, que ahora mismo es del 17,3% –y lleva décadas a la baja– y condicionar las posibilidades laborales de una generación que ya tiene en el horizonte una nueva crisis económica. Los adolescentes la sufrirán por partida doble: tomarán decisiones sobre su futuro profesional en este entorno pesimista y sus padres la padecerán. ¿Cuántos chicos tendrán que renunciar a cursos en el extranjero, clases de apoyo o estudios universitarios porque su familia ya no puede permitírselos? Esta perspectiva de futuro, en un país donde solo el 30% de los menores de 35 años vive independiente de sus padres, es aterradora. Pero, a su vez, podría impulsar nuevas organizaciones sociales que ya apuntaban maneras, como la economía colaborativa o circular, o sistemas que no tengan el trabajo como centro.
Más que nunca, la incertidumbre marcará el futuro de estos jóvenes. “Vivirán en una sociedad del riesgo, en la que tendrán que tomar muchas más decisiones que generaciones anteriores. Eso les llevará a buscar la seguridad”, reconoce Renobell. Esa sensación de salto al vacío, ¿les paralizará o les hará más fuertes? “Depende; el miedo es una emoción muy variable –asegura la psicóloga–. Pero esta generación lo tolerará mejor porque ya han aprendido a lidiar con él”.
Confinados y vulnerables
No todos los adolescentes son iguales, y algunos sufrirán más las consecuencias de la pandemia. Por ejemplo, el millón de menores españoles que tiene trastornos psicológicos o psiquiátricos (“algunos adolescentes con dificultades previas presentan ya ansiedad, temor al fracaso escolar, alteraciones psicosomáticas, miedo paralizante al contagio”, señala la psicóloga Natalia Ortega); el 5% de jóvenes entre 12 y 25 años que sufren trastornos alimentarios (el Hospital Univ. Niño Jesús de Madrid ha creado una guía para ellos); o los 37.136 alumnos de educación especial para los que la escuela a distancia es complicada. “Los chicos con autismo, por ejemplo –dice Pepa del Pozo, logopeda del colegio de educación especial Fundación Cisen– sufren muchos berrinches de niños, pero luego aprenden a manejarse con anticipación y agendas, sabiendo qué va a pasar. Ahora ven que todo puede cambiar en un instante. ¿Cómo les afectará este miedo a que todo se desmorone de nuevo? La pandemia influirá en su calidad de vida futura”. “Estamos observando gran pérdida de rutinas y atención –coincide Elena Cabeza, logopeda del mismo centro–. Esperamos una regresión, y no sabemos cuánto nos llevará recuperarla o si será recuperable”.
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